CAMINEO.INFO.- Queridos hermanos y hermanas en el Señor: ¡"Qué noche tan dichosa"! ¡Exultemos todos de gozo y, llenos de desbordante alegría, cantemos con toda la Iglesia el triunfo de Cristo, la victoria de Dios, la salvación de los hombres! ¡Han sido rotas las cadenas de la muerte! ¡Cristo asciende victorioso del abismo de los infiernos de muerte!. "Pascua sagrada, ¡victoria de la Cruz! La muerte, derrotada, ha perdido su aguijón". Su aguijón era el pecado. "¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiésemos sido rescatados? ¡Feliz Culpa que mereció tal Redentor! ¿De qué nos serviría haber nacido, si no hubiéramos sido rescatados?". "Donde abundó el pecado, ahora sobreabunda la Gracia". Y "la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular" de un edificio espiritual indestructible.
¡Qué luz tan luminosa se cierne esta noche sobre la humanidad entera, envuelta en sombras de muerte, de odio, de violencia, de odio, de mentira, de olvido o de rechazo humano de Dios! ¡Qué gran misterio celebramos! ¡ Qué sublime misterio el de esta Noche Santa!. Noche en que revivimos ¡el extraordinario acontecimiento de la Resurrección! Si Cristo hubiera quedado prisionero del sepulcro, la humanidad y toda la creación, en cierto modo, habrían perdido su sentido. Pero, ¡es verdad!, es lo más cierto que podemos afirmar: "Cristo ha resucitado verdaderamente, según las Escrituras".
Se cumplen, en efecto, las Sagradas Escrituras que esta noche hemos proclamado en la liturgia de la Palabra, recorriendo las etapas del designio salvífico. Al comienzo de la creación "vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno". En la Resurrección todo vuelve a empezar desde el principio; la creación recupera todo su auténtico significado en el plan de la salvación; es como un nuevo comienzo de la historia. Hemos escuchado también que a Abrahán se le había prometido: "Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia". En la noche santa de la Resurrección ha nacido el nuevo pueblo con el que Dios ha sellado una alianza eterna con la sangre del Verbo encarnado, crucificado y resucitado. Se ha repetido uno de los cantos más antiguos de la tradición hebrea, que expresa el significado del antiguo éxodo, cuando "el Señor salvó a Israel de las manos de Egipto". Porque en la resurrección está el verdadero éxodo, la pascua del señor que libera de toda esclavitud, de toda muerte, de toda opresión y condena que pesa sobre el hombre. Siguen cumpliéndose en nuestros días las promesas de los Profetas: "Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos". Por la resurrección de Cristo en la Noche Santa, somos engendrados a una vida nueva, se nos infunde la nueva vida por el Espíritu que nos identifica con el mismo Cristo para cumplir la voluntad del Padre, donde está todo gozo y toda vida, toda esperanza y toda compañía, toda piedad y misericordia y todo amor.
La noche de nuestra historia se hace clara como el día por la luz de Cristo, la noche del hombre queda iluminada por el gozo del Señor que, al resucitar, triunfa sobre la oscuridad de nuestro mundo. Hemos entrado en esta noche habiendo encendido con el fuego bendecido la luz del Cirio Pascual, que simboliza la luz de Cristo, luz de la vida que se difunde sobre nuestra vida y nuestra muerte: "¡Luz gozosa de la santa gloria, del Padre celeste e inmortal! i Santo y feliz Jesucristo!". Luz que ya, también en la oscuridad de una noche, vino al mundo, por más que el mundo, envuelto en sombra de muerte, le hubiese cerrado cuidadosamente las puertas. Luz que el mundo, entenebrecido, no tolera y se empeña en eliminar; y así, en el Viernes Santo, la declara como principal culpable y la condena, echando mano de su última arma: la muerte. Y cuando se acerca y se produce la muerte de quien es la Luz, Cristo, toda la región se quedó en tinieblas, se hizo de noche; pero esta noche no será oscura del todo ni será para siempre. De nuevo brillará la luz en medio de la noche.
Con la muerte de Cristo, en efecto, la noche ha llegado; y con la noche, su sepultura que trata de aherrojar la Luz; sobre la entrada de esa sepultura, nos dicen los evangelios, se hizo rodar una gran piedra: aquella piedra que separa al Muerto de los vivos, la piedra límite de la vida, el peso de la muerte, la losa de la tristeza que aplasta los corazones ilusionados. Aquella piedra, colocada a la entrada de la tumba de Jesús, como todas las losas sepulcrales, se ha convertido en mudo testigo de la muerte del Hijo del Hombre. Para mayor seguridad, además, los artífices de la muerte de Jesús pusieron también guardia a su sepulcro después de sellar la piedra. Querían y pretendían apagar para siempre esta Luz. Muchas veces los constructores de este mundo, por los que Cristo quiso morir, han tratado de poner una piedra definitiva sobre su tumba. También hoy; tal vez más aún hoy. Pero, como acabamos de escuchar en el Evangelio la piedra ha sido removida por el poder del cielo: "el Crucificado no está aquí, ha resucitado como había dicho". "No os asustéis, no tengáis miedo", les dice el Ángel a las mujeres que van al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús, que ya no está donde había sido sepultado.
No busquemos entre los muertos al que vive. Jesucristo resucitado con su cuerpo no puede ser hallado en la sepultura de la corrupción. No lo busquemos donde se perenniza la muerte. ¡Ha resucitado! Esta desconcertante noticia, destinada a cambiar el rumbo de la historia, desde entonces sigue resonando de generación en generación: anuncio antiguo y siempre nuevo. Esta noche ha resonado con toda su novedad en la Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias, y a estas horas se está difundiendo por toda la tierra. Esta es la gran noticia para el hombre de nuestros días sumido en una cultura de muerte. No tengamos miedo!. Ni la losa con que se quiere sellar la sepultura de Cristo, ni la guardia que se pone para vigilar lo que sucede con El, pueden sujetarlo en la sepultura, en el lugar de lo que es corrupción y muerte.
Esta es la gran esperanza para toda la humanidad: ¡No tengáis miedo!. A partir de lo que celebramos esta noche santa, la Resurrección de Cristo, alborea la luz de las gentes, la esperanza del hombre recobra su más firme y seguro fundamento: Es la roca firme de la realidad histórica y del acontecimiento de Jesucristo resucitado.