Resulta
anacrónico y demencial volver por España y Europa, al nacionalismo clerical
antieclesiástico que va de la mano del nacionalismo político, supremacista y
populista- totalitario, que alcanzó su apogeo en el siglo XVI después de la
ruptura de la unidad secular del Cristianismo católico en toda Europa, con el
contrarreformismo antievangélico de un clérigo católico alemán, quien,
manipulado y luego arrinconado por los intereses geopolíticos de los
nacionalismos secesionistas de los reyes y príncipes de Centroeuropa, enemigos
del Imperio Español y de la sagrada autoridad papal, el alemán, teólogo y
fraile agustino Martín Lutero(1483-1546), nos trajo guerras civiles por todo el
viejo continente.
En
nuestra maltratada España de los siglos XX y XXI, tras cuarenta años de
democracia monárquico parlamentaria fallida, los dictatoriales, anacrónicos y
nefastos nacionalismos secesionistas y terroristas, contrarios al bien común de
nuestra Patria, Nación y Estado, siguen perviviendo de forma irracional e
inadmisible, porque las partidocracias del bipartidismo los han permitido con
el fin de mantener en el poder a sus
respectivas ideologías políticas, la partidocracia neomarxista
socialdemócrata corrupto-laicista del Partido Socialista Obrero Español(PSOE) y
la partidocracia corrupto-laicista neoliberal socialdemócrata del Partido
Popular(PP).
No es de recibo, porque así lo determina y
aconseja la secular experiencia sabiduría de la Doctrina Social de la Iglesia
Católica, que el pseudocatólico clero nacionalista secesionista catalanista,
como antes el vasco-etarra-navarro, olvidándose de los principios morales de la
Doctrina Social de la Iglesia, por boca de una Conferencia Episcopal
Tarraconense, felicite a quien contradice y persigue los principios del
Evangelio de Cristo, felicite a un representante político que promueve el odio
cainita contra los españoles en nombre de un nacionalismo supremacista, racista
e hispanófobo, etnolátrico y violento, totalmente opuesto al nacionalismo
responsable de las naciones históricas como España.
La
resucitación de anacrónicos nacionalismos secesionistas y populistas de
izquierdas y derechas, confabulados para destruir las identidades históricas de
Europa, y de España, coinciden en pretender la imposición (contra el estado de
derecho democrático y constitucional y contra el orden moral) de un
nacionalismo supremacista totalitario, que, como nos indica la Doctrina Social
de la Iglesia Católica, se sustenta en:
Un
nacionalismo inviable, inadmisible:
“(…) el sentimiento desmedido de orgullo
nacional, con el subsiguiente desprecio hacia las demás naciones, o hacia una
parte de ellas, es, indiscutiblemente, un obstáculo grave en la ordenación de
las relaciones internacionales” [1].
Sólo es
viable y sostenible:
(…) un nacionalismo responsable que
proporciona el impulso necesario a los pueblos en desarrollo para acceder a su
identidad” [2].
El
nacionalismo responsable de las naciones históricas como España, mantiene la
identidad milenaria con el conjunto de las identidades de las diversas regiones
que la han originado y conformado a través de la Historia. Lo contrapuesto es
el supremacismo de los nacionalismos secesionistas y terroristas, hispanófobos,
xenófobos y racistas, etnolátricos y etnocentristas, populistas y totalitarios,
contrarios a la Declaración Universal de
los Derechos Humanos (1948) y tergiversadores y malversadores de la Constitución Española de 1978, y, que
se han dedicado a impedir que España tenga una democracia parlamentaria
representativa. Estos nacionalismos buscan someter a las naciones de Europa,
como España, a un neocolonialismo esclavizador y destructor del bien común.
El Catecismo de la Iglesia Católica (1992)[3] señala cómo debe ser
el comportamiento, según el orden moral, de la autoridad política en sus
disposiciones legislativas y gubernativas;
“(…) Si los dirigentes políticos proclamasen
leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones
no pueden obligar en conciencia”. Y recoge lo que señalaba el papa San Juan
XIII (1881-1963) en la encíclica Pacem
in Terris (1963: 51)); “En semejante situación, la propia autoridad
se desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa”. Y remata con lo que apuntaba el papa San Juan
Pablo II (1920-2005) en la encíclica Centesimus
Annus (1991: 44):
“Es preferible que un poder esté equilibrado
por otros poderes y otras esferas de competencia que lo mantengan en su justo
límite. Es este el principio del
“Estado de derecho” en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria
de los hombres”.
“(…) Pero, a causa del pecado (cf. Rm 1,
18-25), el politeísmo, así como la idolatría de la nación y de su jefe son una
amenaza constante de vuelta al paganismo…”.
Paganismo
totalitario-idolátrico nacionalista, que, destruye:
“(…) el principio de la Economía divina con
las “naciones”, es decir, con los hombres agrupados “según sus países, cada uno
según su lengua, y según sus clanes” ,
El
Pontificio Consejo <>, matiza aún más;
“En particular, es moralmente inaceptable
cualquier teoría o comportamiento inspirados en el racismo y en la
discriminación racial” [6].
La nota del
clero nacionalista secesionista catalanista, contraria a la buena noticia del
evangelio de Cristo y su Iglesia Católica, de encomendar a una autoridad
nacionalista independentista a la Virgen de Monserrat para que lo iluminara en
sus separatistas “decisiones de gobierno, y para “gobernar con justicia y
firmeza buscando siempre el bien común de todos los catalanes y el diálogo con
las otras instituciones del Estado”, resulta un tanto saduceo-farisaica, impropia
del verdadero clero eclesial católico, que nunca debe apartarse de la verdad y
la justicia, de la libertad y la equidad, de la solidaridad y la moral, de la
ética y el derecho, de la identidad y la unidad histórica de España y de
Europa.