Como en la Europa de entre los siglos XIV y XV, desde el siglo XX y ahora en el siglo XXI, asistimos por el planeta Tierra en crisis global, al resurgimiento del odio y exaltación neurótica de la muerte, la danza macabra de la muerte, cuyos actores son los mismos de siempre, pero disfrazados con otras máscaras y trajes de terror: los poderes mundanales, y más en concreto, el poder omnímodo de las ideologías del relativismo y el cientificismo tecnocrático deshumanizado.
Como al final de la edad más denostada y despreciada por las ideologías de los siglos XVIII, XIX y más de los siglos XX y XXI, la Edad Media, denostada y despreciada porque fue el Cristianismo Católico quien supo salvar, salvaguardar y administrar en ella toda la Tradición cultural, filosófica, científica, teológica y moral heredada de Grecia y Roma, cristianizando los saberes clásicos, que, luego, en los siglos XVI y XVII, los del Renacimiento y el Barroco, desembocaron en una inmensidad religioso-cristiana católica de riquezas científicas, filosóficas, artísticas, literarias, sociales y económicas.
Cuando en los siglos XVIII, XIX, XX y XXI, aparecen las ideologías de la razón ilustrada agnóstica y atea, pragmática y relativista del sentido materialista de la vida sin Dios y sin los fundamentos éticos y morales de la multisecular identidad de la Tradición cultural de Occidente, se busca la destrucción y la suplantación del sentido cristiano católico transcendente del hombre.
De la misma manera que en la época de transición de la Baja Edad Media, entre los siglos XIV y XV, el siglo XXI, sigue arrastrando del siglo XX la pérdida del sentido cristiano católico de la vida y de la muerte. A la muerte se la considera como una enemiga del ser humano, de la Humanidad, ya que acaba con los placeres de las sociedades del bienestar materialista, con el sentido materialista que las ideologías del pragmatismo y el relativismo le han dado.
Las ideologías de la razón ilustrada sin Dios, del pragmatismo y del relativismo, al igual que la literatura macabra entre los siglos XIV y XV, se afanan y logran provocar en las sociedades desacralizadas, con los métodos y recursos mediático-políticos del poder, la mofa y la grosería macabra de la muerte, el horror y el terror a la misma, a la vez que la adula y la encubre con el hedonismo, con el materialismo, pero al final se rinde ante su nihilista finitud humana.
Entre los siglos XIV y XV, el olvido de las virtudes cristianas católicas de Europa, se refleja por la representación y dramatización en la literatura o en las artes plásticas de la danza de la muerte. La muerte se hace cotidiana con las guerras, como la Guerra de los Cien Años, y por la peste negra que en 1348 diezmó la población de Europa, provocando una crisis demográfica, económica y social.
Pero es la muerte como la inevitable enemiga de la vida personal, más que como la muerte o el duelo ajeno del prójimo. En la danza de la muerte del fin de la Edad Media, la muerte es el personaje principal y central que se escenifica en forma de un esqueleto con su guadaña justiciera, o bien con un cadáver o un cuerpo en descomposición. La muerte danza, dialoga y se lleva tras de ella a los personajes sobresalientes y más humildes de la sociedad: al papa, al emperador, al clérigo, al noble, al labrador, al anciano, al niño…
Con la personificación, con la dramatización de la muerte, lo que se pretendía entre los siglos XIV y XV, era intimidar por medio del terror a la misma, con el fin de recuperar las virtudes cristianas católicas que estaban amenazadas en la Baja Edad Media en unos tiempos de crisis y decadencia, por nuevos modos pensamiento, el "espíritu laico", inclinado al secularismo, el cual, desde el poder temporal intentaba contrarrestar la influencia histórica de la filosofía cristiana católica, de la Iglesia Católica, y apoderarse del poder del Papado, que también había entrado en crisis de autoridad y credibilidad en el siglo XIV, para dar prioridad al estado, a la supremacía de los estados nacionales de las modernas monarquías nacionales en proceso de asentamiento, dando paso a la secularización del Estado, que por medio del galicanismo y el regalismo de los reyes, pretendía controlar y minar con la creación de iglesias nacionales , el poder religioso del provisional pero de larga duración, 70 años, el Pontificado de Aviñón, de la Santa Sede.
El resultado nefasto para la Iglesia Católica sería el Cisma de Occidente que duró cuarenta años, años de crisis división y confusión de la Cristiandad, debido a las disputas entre el poder temporal y el espiritual por el Papado. Pero a pesar de esta crisis política y social, del poder temporal y espiritual del Papado, la religiosidad del pueblo se mantuvo aún dinámica ya que comenzaba a caminar hacia una religiosidad mucho más personal, basada en la piedad interior y en una devoción sentida y comprometida en la fe del Evangelio, mucho más centrada en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Frutos de ello serían la <> y la Mística que empaparía la espiritualidad posterior de los siglos XVI y XVII.
La Iglesia había perdido la fortaleza espiritual y creadora de la Cristiandad europea medieval, entrando en crisis el sistema, político, social y cultural de la misma, incapaz de afrontar los nuevos retos de los tiempos de reformas que se avecinaban en Europa. Aun así, la Religión Cristiana Católica es la que daba y da un profundo y verdadero sentido de la muerte, al dotar a la vida de sentido transcendente, quitándole las máscaras aterradoras de la danza macabra de la muerte de la muerte individualista o de la muerte global de los siglos XX y XXI.
El ser humano del siglo XXI, como el del siglo XX, bajo el poder de las ideologías de la ilustración agnóstica y atea, pragmática y relativista, ya no sabe qué y cómo es vivir y morir, porque se sigue intentando arrancarle de su alma el sentido transcendente cristiano de la vida, para quien la existencia humana es un pasar por ella transformándola en justicia y verdad, camino dela eternidad con Dios, su Creador y Dador de la vida y la muerte.
Al igual que entre los siglos XIV y XV, también en los siglos anteriores y posteriores, la danza macabra de la muerte de los poderes mundanales, ahora, en este siglo XXI, global, el sentido cristiano católico de la vida y de la muerte, el <> y el <>, el arte de vivir y el arte de morir, siguen aún vivos, aunque continúen siendo perseguidos por sus enemigos. Prosiguen, viven desde sus orígenes, en Cristo, cuya buena noticia, cuyo Evangelio, es <> y <>, el arte de vivir hacia la eternidad por las bienaventuranzas del amor evangélico a Dios, al prójimo y a los enemigos, que es el premio del arte de morir, debido a la Muerte en la Cruz y la Resurrección de Jesucristo.
Estos enemigos, las ideologías de la danza de la muerte global, las del pragmatismo y el relativismo, materialistas y hedonistas, son los que quieren marcar el ritmo al son de la música programados por ellas. Los siglos XX y XXI han ido muchísimo más lejos que los siglos finales de la Edad Media, el XIV y el XV, donde en contraposición al sentido cristiano trascendente de la muerte, se consideraba a ésta como una inevitable enemiga del ser humano individual, pues, acababa con la vida personal más con la vida o las vidas ajenas. Y han ido más lejos, porque ahora en el siglo XXI, son los poderes del mundo quienes determinan cuando se ha de morir o vivir, pues, se desafía y programa a la muerte con las ideologías que controlan los parlamentos democráticos relativistas, la ciencia y la tecnología, la biomedicina y los medios de comunicación, las redes sociales de internet, la literatura y el cine, el teatro y las artes plásticas.
Desde el poder de las ideologías, como en el siglo XX y en este siglo XXI, se programa e impone la danza de la muerte global por medio de las revoluciones del terrorismo de estado, del terrorismo contracultural y del terrorismo teocrático islámico contra los fundamentos históricos del cristianismo y de la ley natural del derecho de gentes, que tienen sus orígenes en los terrorismos de estado de la jacobino y masónica revolución francesa; en las masónicas revoluciones liberales, en las masónicas revoluciones totalitarias socialistas, comunistas bolcheviques y anarcosindicalistas; y en el terrorismo de estado de los totalitarismos del fascismo y del nazismo.
Pero la danza de la muerte global, que provocó dos guerras mundiales en el siglo XX, en este siglo XXI, como herencia del terror del siglo anterior, ahora se ejecuta en todo el planeta por medio de las ideologías de la muerte totalitaria como el terrorismo islámico internacional, el aborto provocado, el suicidio asistido o eutanasia programada, la manipulación genética sin límites éticos y morales.
Con esta danza macabra de la muerte global, se controla la vida y la muerte privada y comunitaria de las personas. Son las grandes potencias económicas, financieras, tecnocrático-cientificistas, armamentísticas, militares y mediático-políticas y propagandísticas del Nuevo Orden Mundial (NOM), cuyo escenario y cuyos personajes principales de esta danza macabra de la muerte global, es y se encuentran en la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Desde las instituciones del Nuevo Orden Mundial de la organización plurinacionalista que es la ONU, con las leyes inicuas del cientificismo tecnocrático de las ideologías, con las leyes inicuas de la ideología de género, que ellas imponen, se programa y disfraza la danza macabra de la muerte global que pretende la aniquilación de la ley natural de la Declaración Universal de los Derechos Humanos(1948), de la ley natural de Dios, por los ideológicos nuevos pseudoderechos infrahumanos, como el totalitario derecho al aborto o a la eutanasia activa o provocada, y, los totalitarios contraderechos del falso igualitarismo sexual de la neomarxista y neoliberal ideología de género, que, destroza los fundamentos históricos de la familia y el matrimonio mujer y hombre.
Mientras los valores del Cristianismo Católico, sigan perviviendo con la razón y la fe al servicio del bien común del género humano, la danza macabra de la muerte global programada por los poderes ideológicos y tecnócrata-científicos, no logrará destruir la indisoluble unidad y dignidad de la vida y de la muerte, porque el sentido transcendente de la vida sólo se entiende por y desde la muerte.