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El señor Iglesias está empeñado en desbaratar la vida de cientos de miles de españoles con una paga mínima que conseguirá apalancar a muchos de ellos en la mediocridad y, en el peor de los casos, en una profunda y perpetua desazón.
Esta pandemia nos ha sumido en una profunda crisis económica y por eso es comprensible y deseable que el Gobierno apruebe una ayuda puntual a las personas que necesitan un empujón para salir adelante y valerse por sí mismas. Eso está muy bien, pero no podemos olvidar que somos animales de costumbres y que nos podemos habituar a ir tirando, sin preocuparnos de buscar trabajo o de estudiar, si nos aseguran esa renta mínima de forma vitalicia.
Señor Iglesias, bien sabe usted que el trabajo dignifica a las personas, pues nos obliga a cumplir un horario, a seguir unas normas, a saber obedecer y a saber mandar, a utilizar el ingenio y perfeccionar nuestras destrezas con la práctica y el estudio. En cambio, cuando uno no tiene una ocupación laboral y su único afán diario es ver qué echan por la televisión o tomarse una cerveza en el bar de la esquina, la insatisfacción “vital” será cada vez mayor. ¿Es eso lo que busca, señor Iglesias? ¿La desconexión de la realidad de la mayoría de los españoles y la dependencia de sus limosnas para perpetuarse en el poder?
Si este Gobierno desea de verdad el bienestar de sus ciudadanos, no se contentará con asignarles una renta miserable, sino que se esforzará para que el mercado laboral se amplíe constantemente y la cifra de parados sea cada vez menor. Ya está bien de ningunear a la ciudadanía, de tratarla con un camuflado desprecio como si fuera un rebaño de vagos redomados. Los españoles quieren trabajar y están dispuestos a ganarse el pan con el sudor de su frente, al igual que usted, señor Iglesias. ¿No cree?