CAMINEO.INFO.-
El estado de
alarma por la crisis sanitaria se ha vuelto a ampliar hasta mediados del
mes de mayo. Pese a que los niños ya van a poder salir de casa para dar un
paseo, el pesimismo puede hacer mella en el ánimo de los adultos e impedir
que vean la luz al final de un túnel que quizá se prolongue hasta más allá
del 2020.
Y parece ser que esa misma
desesperanza ha invadido el ánimo de nuestra ministra de Educación, la
señora Celaá, y también el de la mayoría de los consejeros autonómicos del
ramo. Todos ellos se han topado con la cruda realidad: la brecha educativa
que ya existía previamente entre su alumnado se mantiene durante este
confinamiento en casa. Algunos quieren hacernos creer que la culpa de esa
desigualdad educativa la tiene la llamada “brecha digital”. Y por eso,
para frenar esa supuesta injusticia mediática, han ordenado a los docentes
que en su labor online se centren en repasar los contenidos que ya se
habían trabajado previamente en clase, sin plantearse siquiera empezar
temas nuevos de alguna de las materias.
Nuestros representantes políticos
han optado por la solución más fácil, pero también por la más injusta: una
igualdad en la mediocridad. ¿Y qué decidirán después, una vez se reinicien
las clases presenciales? ¿Aplicar el mismo criterio y seguir repasando, un
año tras otro, los contenidos que se dieron hasta el mes de marzo de 2020?
Porque la desigualdad educativa es un hecho que va mucho más allá de la
supuesta “brecha digital”.
Dejen ya de
buscar soluciones cómodas y discriminatorias a unos problemas académicos
que son profundos y que están arraigados en nuestro sistema educativo.
Dejen de buscar una igualdad de mínimos que a todos perjudica y
preocúpense de indagar en la equidad: dar y exigir a cada alumno según sus
posibilidades. No se trata simplemente de dotar de material informático y
conexiones wifi a todos los hogares españoles, sino de realizar una
educación personalizada que vaya más allá del aula y logre influir también
en el buen hacer de las familias.