La otra crisis: Exaltación de lo público

  Los valencianos somos afortunados al poder experimentar en vivo y en directo las consecuencias de tener un gobierno progresista. Y así, somos sabedores que el progreso está reñido con lo privado y que lo público es de todos; a la hora de pagar impuestos, claro está; pero no cuando es el momento de disfrutar de unos derechos administrativos, económicos o constitucionales.

    Las personas progresistas nos quieren hacer creer que la gestión pública es garantía de servicio para todos y que es la mejor solución ante la falta de formación y de criterio del ciudadano medio. Pero resulta que la experiencia nos demuestra que no siempre es así, pues muchos funcionarios no sienten como suya la empresa pública en la que trabajan. Por esa razón, cuando las manecillas del reloj indican que llegó la hora de irse a casa, pocos son los funcionarios dispuestos a seguir atendiendo a esa persona que aparece por la puerta un minuto más tarde. Está claro que esto mismo puede suceder en la empresa privada, porque, al fin y al cabo, las personas estamos hechas de la misma pasta y tendemos a lo fácil si nos despistamos.

    Los progresistas de nuevo cuño, defensores a ultranza de lo público, tienen claro que su puesto de trabajo se consigue por oposición, pues en su ideal de vida sólo se contempla el ser funcionario. Y esto es maravilloso, siempre y cuando esta noble aspiración conlleve un deseo de ver qué pueden hacer ellos por los ciudadanos a los que sirven y no qué deberes tiene el Estado para con ellos.

    Desear trabajar en una institución pública por el simple hecho de disfrutar de un puesto de trabajo de por vida, no debería ser la motivación primera de ningún candidato al funcionariado. Servir mejor a la sociedad, sí. Porque si uno tiene iniciativa y ganas de trabajar, también puede labrarse un trabajo vitalicio en la empresa privada.

    En fin, ya se ve que depende de cada uno el hacer bien su trabajo y no del puesto que ocupe en la pública o en la privada. Eso sí, como todos pagamos nuestros impuestos, ningún gobierno, progresista o no, debería poner impedimentos a las iniciativas de sus ciudadanos. Más bien, tendría que apoyarlas si de verdad ese gobierno busca el bien común y no imponer un modo de ver la vida sectario. ¿No creen?