El ambiente que se respira en una sociedad, nos guste o no, es un reflejo del estado de sus familias. Y por desgracia, y también por la ley del divorcio exprés de Zapatero, la salud de nuestras familias está muy deteriorada. Hoy en día prima la autorrealización, el sentirse bien uno con uno mismo, el derecho a ser feliz cueste lo que cueste. Y esa ley del divorcio, que Rajoy ni se planteó tocar, promueve el egocentrismo y prima el individualismo frente a la felicidad del cónyuge y de los hijos.
Y son los hijos los más perjudicados de esta desintegración de las familias, tanto de forma directa; sufriendo la desunión de sus padres; como indirecta; por el mal ejemplo que les dan sus progenitores.
Esos hijos sufrientes, que chantajearán a sus padres en pro de conseguir todos sus antojos, forman parte del alumnado que puebla nuestras aulas. Y allí, tal y como hacen en su casa, exigirán a sus maestros que hagan la vista gorda a su mal comportamiento y consientan todos sus caprichos. Y claro, si el maestro no quiere pasar por el aro y trata de imponer la disciplina escolar correspondiente, le espera un arduo camino de discusiones, disgustos y tiempo extra dedicado a solucionar un grave problema que surgió tiempo ha en el seno familiar. Y ese enfrentamiento estéril, tal y como ocurre en la vida escolar, sucede en cualquier estamento social, laboral o político.
Por eso, si queremos salir cuanto antes de esta crisis, que es más moral que económica, cuidemos con mimo nuestra vida familiar y votemos el próximo 26 de junio a los partidos que defienden a la familia y sus valores, los de toda la vida, los que nos llevan por caminos de felicidad.