La otra crisis: Palos de ciego contra la violencia

Cada vez son más los españoles que piensan que la violencia tiene diferentes denominaciones o vertientes, y que éstas dependen de quién la ejerce y contra quién. También son muchos los que creen que hay que endurecer las penas, aumentar las medidas de protección y que la ley del divorcio exprés de Zapatero fue todo un acierto. Pero los resultados no les están dando la razón. Ni tampoco la discriminación positiva que por ley merece la mujer. El número de actos violentos sigue sin disminuir con esas medidas represoras.

    Algunos otros abogan por centrarse en la prevención a través de la educación. Que en las escuelas se repita una y mil veces que todos tenemos los mismos derechos, la misma dignidad, que jamás hay que echar mano de la violencia en ninguna circunstancia, por mucha razón que uno tenga. Pues ni con esas. Hasta en los días que en las escuelas se celebra el Día de la Paz hay alumnos a los que se les castiga por su actitud arisca o por su violencia verbal o física.

    Seguimos tropezando una y otra vez con la misma piedra y todo porque nos hemos empeñado en que la religión debe quedar fuera del espacio público y, por supuesto, de la escuela. Si fuésemos un poco más humildes, si estuviésemos un poco más formados, si dejáramos a un lado nuestros prejuicios laicistas caeríamos en la cuenta de que el origen de toda violencia está en ese pecado original cometido por nuestros primeros padres y en cada uno de esos pecados personales que realizamos cada uno de nosotros un día tras otro.

    Pero claro, en esta sociedad "progresista" no se puede hablar de pecado ni de pecadores y aún menos si uno quiere mantener su buen nombre. Y así nos va, empeñados en buscar soluciones estériles a un mal que nos asola desde los tiempos de Caín y Abel.

    Entonces, ¿cómo podemos atajar esa violencia que a todos nos aflora de vez en cuando? ¿Admitiendo que cada uno de nosotros es capaz de cometer la barbaridad más grande si deja de rezar, de arrepentirse de sus malas acciones y de sacar propósitos diarios de mejora? ¿Cayendo en la cuenta de que hay que pasar por el confesionario de vez en cuando y que hay que esforzarse por ser cada día mejor persona? Pues va a ser que sí. Podríamos pensar que, si hasta la fecha, ninguna medida de las ya aplicadas ha sido eficaz, no perdemos nada por probar otra cosa. El fin que buscamos bien merece que apliquemos todas las soluciones posibles, aunque alguna de ellas cause una aparente repulsión a los más laicistas. ¿No creen?