La otra crisis: Fuego existencial

Los valencianos estamos de enhorabuena, disfrutando de una fiesta que se resiste a perder su esencia religiosa: las fallas de San José. Y es que el artesano de Nazaret es el patrón de los carpinteros y motivo y origen de los monumentos falleros actuales… aunque algunos lo hayan olvidado y otros lo quieran ocultar con su desvergüenza torera.

Llegan tres días intensos de fiestas josefinas que son la culminación de todo un año de trabajo, sacrificio y renuncias, y que se disfrutan desde el amanecer y hasta bien entrada la madrugada. El día empieza con “la despertà”, que de buena mañana inunda nuestras calles de contaminación gaseosa y acústica, restos perennes de pólvora en paredes y adoquines, carcasas caducas de papel por doquier y demás restos pirotécnicos y etílicos. Todo ello acompañado por el ruido, que no música, de un grupo más o menos numeroso de otra clase de festeros que portan un maltrecho instrumento musical y que encima cobran por ello. Y claro, a los participantes de semejante pasacalle matinal les importa bien poco impedir el paso a los transeúntes que se cruzan en su camino o intimidar con innumerables petardos a las ancianas que fueron a comprar el pan.

Tras un buen almuerzo, los falleros darán otro paseo por las calles del barrio para abrir boca y hacer hueco estomacal. Llegará la hora de la comida y el sosiego de un par de horas de preceptiva siesta. Otra ruidosa vuelta a media tarde, camino o no de algún acto importante. Más ruido musical, alcohol tocado con gaseosa y bailes descompasados antes de refugiarse de nuevo en “el casal” a la hora de la cena. Empezará la discomóvil, seguirá el gozo con el visionado de un castillo de fuegos artificiales y continuará la música marchosa, las bebidas espirituosas y el chocolate con buñuelos, claro está, hasta que el cuerpo aguante o se empalme ya directamente con una nueva “despertà”.

Pero, como muy bien sabemos los valencianos, las fallas son de San José, son una fiesta religiosa que rinde homenaje rendido a las mujeres y de forma especialísima a la “Fallera Mayor” por excelencia: la Mare de Déu. Y por eso le ofreceremos a nuestra Madre del Cielo cientos de miles de flores y le pediremos por los nuestros, por los que ya no están, y nos volveremos a lamentar por acordarnos de ella sólo en este santo día.

Y el 19 de marzo, día grande de San José, llegará esplendoroso. Y asistiremos a su misa solemne con ofrendas para los más necesitados y desamparados. Y nos acordaremos de felicitar a nuestros padres y pedir por ellos al Santo Patriarca, el mejor padre que ha habido y habrá nunca en el mundo entero. Y llegará la noche, “la nit de la cremà”, momento en que el fuego consumirá los monumentos falleros y también las ilusiones y debilidades ya olvidadas.

Ojalá este año, mientras vemos cómo el fuego pone punto y final a este maravilloso día, saquemos el propósito de cultivar cada jornada esa vida interior que tenemos tan descuidada. Si así fuera, seguro que el próximo año mucha más gente gozará en plenitud de esta fiesta religiosa valenciana que no tiene parangón.