Hoy en día, tal y como está el patio, podemos considerar como aventureras a las personas que deciden montar su propia empresa. Ilusión a raudales, trabajo sin horarios, patrimonio familiar dilapidado, créditos bancarios, tiras y aflojas con las distribuidoras, búsqueda de nuevos campos de negocio…
Ellos también se lanzaron y abrieron una librería especializada en familia, educación y religión. Pero claro, jugaban con ventaja, ya que no dejaron su respectivos trabajos y así aseguraban unos mínimos ingresos mensuales. De todos modos, su iniciativa empresarial es considerada por muchos como una locura inexplicable.
Y es que el primer año cerraron con unas pérdidas de decenas de miles de euros. El segundo, también. El tercero, un poco menos de lo mismo. Y empezaron esta su cuarta temporada sin remontar el vuelo, pero con el mismo empeño de siempre, deseando que su librería se consolidara y tuviera una clientela fiel que demandara con regularidad libros de pedagogía, religión y formación familiar.
Pero tal volumen de pérdidas; tal locura inexplicable; no podía pasar inadvertido para la Agencia Tributaria, que fijó su atención puntillosa en esa pequeña librería que sólo daba pérdidas y que no le resultaba nada rentable. Como si les supiera mal que un matrimonio de libreros, con trabajo a jornada completa en otro empleo, se dejara todos sus cuartos en un negocio ruinoso económicamente, pero con una labor apasionante por delante.
Éste, su cuarto año, puede que sea ya el último, pues a los números rojos se suman inspecciones, requerimientos y una realidad que no se puede obviar: los españoles publicamos mucho y leemos poquísimo. Una lectura que es aún es más residual para la poesía y para los libros de formación no académica.
Quizá ahora, que un nuevo Gobierno “progresista” va a ser proclamado, se produzca un vuelco cultural, un aumento del hábito lector, y una mayor comprensión de la Agencia Tributaria para con los negocios ruinosos que se sostienen por el loco empeño de algunos. Quizás sí... o no.