He leído el artículo "¿Se debe estudiar Religión en la
Universidad?" en la Razón.
Se hace eco de la conferencia del lunes 13 de
marzo de Javier Prades, rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso de
Madrid. Me hubiera encantado poder escucharla. El artículo señala la existencia
de un debate abierto sobre si se debería estudiar religión o no en
instituciones educativas tales como la universidad. La conferencia se dio en el
marco en el XXXI Curso de Pedagogía Para Educadores (2016-17), dirigido por
Lydia Jiménez. La conferencia se tituló “Fe y razón: La enseñanza de la Teología
en la Universidad”. Me parece muy interesante este debate. Y ojalá este parecer
sea generalizado.
A mí, como a otros compañeros profesores universitarios, nos gustaría que no se
descartara, de entrada, la posibilidad que, quizá, sí encontraba cabida hace
unos 10 años cuando teníamos tanta variedad de optativas. En aquel marco de
mayor optatividad y créditos de libre elección como teníamos, tal vez sería
posible introducir asignaturas sueltas. Quizás no debiéramos descartar la
posibilidad futura de tenerlas estando atentos a tiempos más propicios. Pero no
eludo la oportunidad de entrar con cierta hondura y objetividad, si me lo
permiten, en este debate.
Yo me aproximo al mismo intentando enfocarlo
sin voluntarismo. Me consta que la
propuesta objeto de análisis está llena de buena y recta intención. Permítanme
esta cuestión previa: ¿Se podría sostener tal docencia a nivel de grados con la
dotación de profesores y la formación teológica hoy existente? Ello, al margen
de la importante dotación económica, a movilizar no lo creo factible. ¡Ojalá se
pudiera! No vislumbro estructuras académicas públicas permisivas, ni neutrales.
Tampoco veo la suficiente dotación de personas capacitadas para una oferta
docente seria. La sociedad europea con mayoría de personas descristianizadas,
desacralizadas y en profunda crisis de fe, anda, piensa y decide
desalmadamente porque su nutrición espiritual ha sido raquítica, con esta
musculatura nos enfrentamos a este enorme reto que parece proponerse. ¿Pero a
quién enviamos? Efectivamente, "bienaventurados y benditos los pies del
mensajero". ¡Esto ya es difícil para la requerida y constante misión de
evangelizar! Para esto tenemos y tendremos problemas, aunque no falta el
ímpetu, el Espíritu y "el resto de Israel". Pero aquí se trata de ir
más allá, a enseñar y formar en Religión y Teología en las estructuras
académicas públicas. No acabo de ver su factibilidad y su sostenibilidad
espiritual, ni económica. Ojalá fuera factible.
Corporativamente, sí que sería una vía laboral interesante como
alternativa ocupacional con cargo a presupuestos públicos y/o privados. Pero
creo que sobre esto deberíamos escrutar las experiencias concretas y generales
vividas en España en la impartición de las enseñanzas religiosas en la
Educación Media, con sus luces y sombras. Escrutar la voluntad del Espíritu
Santo, la vocación ciudadana y eclesial en el ámbito formativo universitario de
enseñanzas religiosas y de la teología es algo muy bueno. Yo no sé a lo que se
puede aspirar. Concibo el estudio propio de la Teología como algo normal y
natural del ámbito universitario en un itinerario curricular formativo del
propio campo de las enseñanzas de Filosofía y Letras y quizás en las Escuelas
de Magisterio. Para el resto de los jóvenes en enseñanzas universitarias lo
verdaderamente importante no creo sea la concreción de materia de religión.
Lo
que sí veo es la realidad cruda universitaria en la que mayoritariamente se
vive en y entre los jóvenes cuando se relacionan sin la posibilidad de
referencia de Dios en sus vidas. Pues viven, en su gran mayoría, 'como si Dios
no existiera'. Lo cual no es sino un reflejo fiel de la cruda realidad
social mayoritariamente descristianizada, desacralizada y en profunda
crisis de fe. Así es y están. Y es que así estamos en esta nuestra
querida y amada España y en Europa. Por esto me parece crucial una potenciación
de las pastorales universitarias articuladas por los respectivos obispos,
presbíteros, profesores universitarios cristianos y alumnos que están o llegan
a la universidad nutridos en la fe mediante todos los diferentes
carismas suscitados antes y después del Concilio Vaticano II. Presbíteros,
profesores y jóvenes estudiantes que compartan con sus compañeros, cristianos o
no, espacios de espiritualidad desde nuevas estéticas y múltiples
dinámicas de escucha del Primer Anuncio, el Kerygma, de escucha de la Palabra
con su liturgia rica, participada y aterrizada en la propia historia, en la
experiencia vital del joven, con convivencias, conciertos,... donde se les dé y
compartan también el testimonio catequético de los diferentes y ricos
carismas que el Espíritu Santo ha suscitado; donde puedan vislumbrar todos los
jóvenes los valores y frutos cristianos del Amor y de la Unidad, en la
diversidad.
El punto es este: que todo esto sea visible, patente, no
difuso, algo tangible, vivido y experimentado desde la normalidad, no desde la
rareza, ni desde "las catacumbas" o "clandestinidades"
impuestas por lo políticamente correcto del mal llamado progresismo o por la
tibieza de tantos o por las persecuciones.. ¿Quién dijo que "las
catacumbas" y "la clandestinidad" no existen? ¿Quién puede
asegurar que no proliferarán?
Véase:
1) http://www.larazon.es/movil/sociedad/educacion/se-debe-ensenar-teologia-en-la-universidad-PD14712269
2)
http://www.camineo.info/news/275/ARTICLE/35835/2016-02-28.html
3) http://www.camineo.info/news/275/ARTICLE/35836/2016-02-29.html