Decía André Frossard, escritor francés converso al catolicismo, que el origen del dolor y el mal "son la piedra en la que tropiezan todas las sabidurías y todas las religiones".
Y sabios y menos sabios, gente con fe o sin ella, pueden coincidir en lo mismo: "¿Por qué existe el mal, el dolor, el sufrimiento?" Una contestación podría ser: "El dolor es un misterio y precisamente por ser un misterio, sólo lo puede entender Dios". Pero se seguiría preguntando que, si Dios es justo, ¿por qué permite tanto mal?, pareciendo que todos podríamos hacerlo mejor que Él. La realidad es que la mente humana no puede penetrar y mucho menos si no es reflexiva, los misterios de la creación y de la vida. La teología cristiana enseña que Dios no desea el sufrimiento humano y lo permite sólo porque es necesario para su adelantamiento espiritual y de cara a la eternidad. ¿Y de quién es la culpa? Del mismo hombre. La narración del Génesis nos muestra que Adán, inducido por Eva, introdujo el pecado original, que trae, desde entonces, todos los males a la humanidad.
También Jesucristo, que se hizo hombre para redimirnos de ese primer pecado, conoció y apuró el dolor desde su nacimiento, fecha que en breve vamos a celebrar y a la que llamamos Navidad. A la Sagrada Familia de Nazaret no se le ahorró ningún dolor, como también gozaron de las mayores alegrías. Todo entraba en los planes de Dios. Por eso, tanto María como José secundaron fielmente el papel que les tocó representar.
Por describir solamente el dolor y la alegría alrededor del acontecimiento navideño, podemos recordar en primer lugar, el sufrimiento de José, que estando ya desposado con María, "y antes de que conviviesen" (Mt.1, 18) advirtió el embarazo de la Virgen. Nos podemos imaginar lo que supuso para el santo Patriarca de desgarro en su corazón por una persona que amaba tanto… Pero un ángel, en sueños, lo tranquilizó haciéndole saber que lo que iba a nacer era fruto del Espíritu Santo… (Mt.1, 20). La alegría de José fue grande.
Nos narra también el Evangelio que: "se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo". (Lc. 2,1). "José como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret a Belén para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y cuando ellos se encontraron allí, le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada", (Lc. 2, 4-5) ¿Cómo se podría describir el dolor de María y José al no poder contar, ni siquiera, con la intimidad de una habitación para el nacimiento de un niño que es Dios mismo, encarnado en el vientre virginal de María? ¡Dios trata así a su Divino Hijo…! En un establo, entre animales y pajas… ¿se puede empezar a entender el dolor…? Y después aparece la alegría. Los pastores, avisados por un ángel, vienen a adorarle y le hacen regalos… le cantan… le bailan…lo cogen, le besan…
También se describe en el Evangelio el episodio de la adoración de los Magos, guiados por una estrella, que después de muchas dificultades, "se llenaron de inmensa alegría" cuando lograron encontrar al Niño y ofrecerle sus dones: oro como rey, incienso como Dios y mirra como hombre.
"Cuando se marcharon (los Magos), un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al Niño y a su madre, huye a Egipto porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mt.2, 13). Es muy fácil imaginarse el sufrimiento de los santos esposos al tener que huir a un país extraño. También padecieron la emigración. Somos espectadores de tanta gente que actualmente tiene que salir de su tierra por iguales o parecidos motivos. Muerto Herodes, un ángel volvió a decirle a José que regresara a Israel. Otra vez la alegría para la Sagrada Familia.
Terminaría con una exaltación al dolor, que los santos conocedores del plan de Dios supieron descubrir: "Bendito sea el dolor. Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor. ¡Glorificado sea el dolor!" (S. Josemaría Escrivá).
Con dolor o con alegría ¡Felices Navidades!