LA MENTIRA QUE MAS SE CREE

Sobre la existencia del demonio, infierno y los sufrimientos o tormentos de los que allí se encuentren, se han publicado y se han escuchado diversos comentarios, algunos más o menos irónicos, tal vez con el deseo –comprensible hasta cierto punto- de que esto del demonio y del infierno no sea lo que siempre nos han enseñado: lugar de fuego, tinieblas, llanto y rechinar de dientes… queriendo convencernos que son creencias de otros tiempos, impropias del hombre del siglo XXI.

Pues bien, aunque realmente este es uno de los temas más difíciles de la teología católica, no por ello deja de ser una verdad revelada. En los evangelios hay abundantes ejemplos de su existencia. Y es que cuando se desconoce o no se admite la elevación del hombre al orden sobrenatural, es decir, su ordenación a la amistad personal con Dios, resulta aún más difícil entender que exista un premio y un castigo.

A los hombres y mujeres del siglo XVI que le tocó vivir también a Santa Teresa de Jesús, debía ocurrir tres cuartos de lo mismo y en el Libro sobre su Vida nombra al diablo unas ciento cincuenta veces. Ella experimentó a Satanás directamente, como un espíritu en contacto con el otro. También se le apareció ante sus ojos en formas horrendas: “Estaba una vez en un oratorio y se me apareció hacia el lado izquierdo, en figura abominable; concretamente le miré la boca, porque me habló y la tenía espantosa: parecía que le salía una gran llama del cuerpo, toda clara sin sombra. Me dijo espantosamente que bien me había librado de sus manos, pero él me volvería a coger. Yo tuve mucho miedo y me santigüé como pude y desapareció, y luego volvió otra vez. Dos veces me acaeció esto. Yo no sabía qué hacer; tenía allí agua bendita y la eché hacia aquel lugar y no volvió más”.

Cuenta también su experiencia del infierno: “El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y aquella desesperación en medio de tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los causaba, más me sentía quemar y triturar por dentro, así me parece, y digo que aquel fuego y desesperación es lo peor”.

Este miedo desapareció cuando Teresa de Jesús alcanzó la primera experiencia de su unión con Dios. Decía algo así como que le daba a los demonios la misma importancia que a las moscas.

Dejó escrita una frase que me parece de gran actualidad: “HOY EL DIABLO HA CONSEGUIDO PERSUADIR AL MUNDO DE LA MAYOR MENTIRA SUYA: “NO EXISTE EL DIABLO”.

Animaba a ser valientes en la lucha contra los demonios, acudiendo a Dios que puede más y diciéndoles con desparpajo (…) “¡Una higa para todos los demonios!, que ellos me temerán a mí. No entiendo estos miedos: ¡demonio, demonio!, donde podemos decir: ¡Dios, Dios! Y hacerle temblar”. La “higa” es la acción que se hace con la mano, cerrado el puño, mostrando el dedo pulgar por entre los dedos índice y corazón, con lo cual se señalaba a las personas infames y torpes o se hacía burla de ellas.

En nuestro siglo sería más moderno sustituirlo, si nos da resultado, con un buen “corte de manga”, bien entendido que esta burla contra el Maligno debe estar acompañada de la decisión de amar a Dios sobre todas las cosas. Ya lo dijo también Santa Teresa: “Si Satanás pudiese amar, dejaría de ser malvado”.