En el V Centenario de Santa Teresa de Jesús
En estos "tiempos recios" que estamos viviendo, hablar en positivo de la obediencia parece cosa "flaca" e imposible de practicar, y no es por considerarnos con "mala salud" y de "bajo natural", como le ocurría a la santa, sino por considerarlo "harto" difícil para nuestro orgulloso siglo XXI. Ella también se resistía a poner por escrito todas sus experiencias, como le habían pedido sus superiores, y oyó que el Señor le decía: "Hija, la obediencia da fuerzas".
Y en este caso, su obediencia hizo y sigue haciendo un gran bien a la humanidad. Sus escritos han descubierto caminos para solucionar las dudas e inquietudes de muchos, facilitando decisiones para saber orientar la vida personal en el ámbito de lo divino. Al respecto, ella misma relata que siempre contaba a su confesor las "mercedes" extraordinarias que le concedía el Señor –y eran muchas-, y en cierta ocasión, al contarle una nueva gracia recibida, el sacerdote le aconsejó que lo olvidara, que "eso" no procedía de Dios. Así lo hizo Teresa, obedeciendo ciegamente, y tuvo el privilegio de escuchar del mismo Jesucristo que había hecho muy bien en obedecer a su confesor antes que a Él. Una prueba más del valor de la obediencia.
Hay que aclarar que los éxtasis, arrobamientos, levitaciones que gozó Santa Teresa fueron experiencias sobrenaturales que le ocurrieron aun a su pesar. Dios quiso hacerlo así, pero son acontecimientos extraordinarios que no tienen por qué suceder a la mayoría de los cristianos.
Aceptar y obedecer la Ley de Dios y la de la Iglesia –fundada por Jesucristo- es el primer paso que debe dar un creyente. Y ahí está la primera dificultad. Muchos cristianos pueden considerar la obediencia como algo propio de gente inmadura y pusilánime: ¡craso error!
Tanto los clérigos como los seglares tenemos el deber de obedecer al Papa y al Obispo de nuestras Diócesis, no tratando de "interpretar" sus enseñanzas, decisiones u órdenes, sino de seguirles con docilidad, según nuestro estado, aunque suponga sacrificio. La obediencia es imitar a Jesucristo "¡que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz!" ¡Cómo aumentarían los frutos apostólicos si practicáramos esta virtud!
Los cristianos de a pie ¿conocemos y cumplimos los Mandamientos de Dios y de la Iglesia? Observando a nuestro alrededor comprobamos que existe mucho sentimentalismo y poca o nula formación cristiana. Me contaron de una persona que, al ver emocionarse a una señora contemplando –en una procesión- las imágenes de Cristo y de María Santísima, le dijo bajito: "Si amas a Dios y a la Virgen, lo mejor es cumplir los Mandamientos". Santo Tomás enseña que la perfección consiste, ante todo, en el fiel cumplimiento de la ley.
Toda autoridad legítima viene de Dios y las personas que ocupan puestos responsables en la sociedad tienen que saberlo para que su actuación se dirija siempre a conseguir el bien común. Los jefes de Estado y Gobierno, superiores de órdenes religiosas, civiles o militares, jefes de empresas, maestros, padres, directores y cualquier otra persona erigida en autoridad de grandes o pequeños núcleos humanos, deben asumir con justicia y responsabilidad su papel.
Los demás tenemos el deber de obedecer, con la única salvedad de que las leyes, órdenes, competencias o situaciones que se originen en el ámbito de su competencia, no deben conculcar la ley natural. Si fuera así no tendríamos obligación de obedecer. La obediencia, pues, juega siempre con ventaja.