CAMINEO.INFO.- Noche cruda, helada, misteriosa, copos blanquísimos caen sobre la tierra como si quisieran cubrir con una gran alfombra la desolación, la impureza, el odio… Aullidos lejanos de lobos hambrientos hacen estremecer a los moradores de Belén -¡parecen quejidos! La luna oculta recelosa su pálida luz, las estrellas con su refulgente tintineo brillan –nerviosas- en el firmamento. Los humildes pastores, al abrigo de un buen fuego, comentan entre sí las incidencias de la jornada. En su maravillosa sencillez preludian un gran acontecimiento…
Dos figuras se perfilan en la oscuridad. Sobre el helado suelo van quedando marcadas las huellas de sus pisadas. Una de ellas camina con gran trabajo, se le nota extenuada, dolorida. No han encontrado dónde pasar la noche y esperan hallar un rincón para guarecerse. Le han señalado un establo, un pesebre y hacia allí se dirigen. Son Maria y José. Ella, absorta en el profundo misterio que se avecina apenas se da cuenta dónde la llevan, va pensando en “como le arrullará, cómo le cogerá, con qué lo arropará”…
Es cerca de medianoche. Los ángeles quedan suspensos en el cielo, va a ocurrir el acontecimiento más grande de todos los siglos: ¡lo grande se va a hacer pequeño, lo inmenso, débil, lo rico pobre!... Se respira un silencio solemne, distinto, único… De pronto, -llegada la hora- un rayo divino hiere el seno virginal de María y ¡CRISTO NACE! ¡Aleluya!
Júbilo, alegría, regocijo. Los ángeles entonan cánticos de gloria, dejan el cielo para adorar a Dios en la tierra. No comprenden este misterio sublime: ¡Dios hecho carne! La humilde cueva donde ha querido nacer el rey del cielo refulge como un ascua de oro. María, bellísima, estrecha entre sus brazos al más hermoso de los hijos de los hombres. José, aturdido y emocionado, clava su dulce mirada en aquella escena mientras recuerda lo anunciado por el ángel: “No temas recibir a María tu esposa, porque lo que ha concebido en su seno es obra del Espíritu Santo”.
La nieve es más blanca, la luna más clara, las estrellas más brillantes… Suenan panderos, castañuelas y zambombas, gritos de júbilo rasgan el aire, antes desapacible y helado y ahora tibio y perfumado, como si quisiera transmitir al corazón del hombre el calor del corazón del Niño…
Los pastores –sencillos por fuera, ilustres por dentro- avisados por el ángel, aturden al recién nacido: le cogen, le ríen, le cantan, le bailan. Maria los deja, para ellos ha nacido. José, más asustado, les pide: ¡cuidado!
En el cielo ya raso aparece una estrella, brillante, distinta… Los Magos de Oriente descubren su luz, ¡es el Esperado! Se alegran, se postran, le ofrecen sus dones: como es Rey, le dan oro; como es Hombre, traen la mirra y el incienso porque es Dios… Su madre recuerda: “Será llamado Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre del siglo venidero, Príncipe de paz”.
Para todos, ricos y pobres, grandes y pequeño, poderosos y humildes ¡ha venido la salvación!
Un ángel atraviesa gozoso el firmamento y extiende un mensaje que envuelve a la tierra: “¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!”