Uno de los aspectos del amor fraterno que no es fácil de ejercitar, y que por ello con frecuencia se descuida, es el de la corrección fraterna. Es el que nos enseña Jesús (Mt 18,15-20), como también nos ha adelantado el profeta Ezequiel. La corrección parece una de las constantes de la pedagogía de Dios ya en el AT. Jesús corrige a sus discípulos y a Pedro en concreto. Pablo, en alguna ocasión, tiene que decir palabras fraternas de crítica incluso a Pedro. Amar al prójimo no es siempre sinónimo de callar o dejarle que siga por malos caminos, si en conciencia estamos convencidos de que es este el caso. Amar al hermano no sólo es acogerle o ayudarle en su necesidad o tolerar sus faltas: también, a veces, es saberle decir una palabra de amonestación y corrección para que no empeore en alguno de sus caminos. Al que corre peligro de extraviarse, o ya se ha extraviado, no se le puede dejar solo. Si tu hermano peca, no dejes de amarle: ayúdale.
No se niega que la responsabilidad es de cada persona. Ya al profeta se le dice que amoneste al pecador: "si no cambia de conducta, él morirá por su culpa". Pero los hermanos deben asumir su parte de responsabilidad en la suerte de cada uno. Un centinela tiene que avisar. Un esposo o una esposa deben ayudar a su cónyuge a corregirse de sus defectos. Un padre no siempre tiene que callar respecto a la conducta y las costumbres que va adquiriendo su hijo. Ni el maestro o el educador permitirlo todo en sus alumnos. Ni un amigo desentenderse cuando ve que su amigo va por mal camino. Ni un obispo dejar de ejercer su guía pastoral en la diócesis.
La comunidad cristiana no es perfecta. Coexisten en ella, como en cada uno de nosotros, el bien y el mal. Pero, como todos formamos parte de esa comunidad, todos somos un poco corresponsables en ella: de un modo particular los que tienen la misión de la autoridad, pero también todos los demás.
Eso pasa dentro de la Iglesia. Son impresionantes al respecto las siete cartas del ángel a las siete iglesias del Apocalipsis, en las que con las alabanzas y ánimos, se mezclan también palabras muy expresivas de corrección y acusación.
Dios quiere la salvación de todos. Jesús se entregó por todos, y dijo que no había venido a salvar a los justos, sino a los pecadores, como el médico no está para los sanos, sino precisamente para los enfermos. Así nosotros, los seguidores de Jesús, debemos querer la salvación de todos y no podemos desentendernos del hermano, también cuando le vemos tentado o frágil y en peligro de caer. Se nos pide, no sólo que no hagamos el mal, sino que nos esforcemos en hacer positivamente el bien. Además de los pecados de pensamiento y de obra, existen también, como recordamos en la oración del "yo confieso", los pecados "de omisión".
La corrección fraterna bien hecha no sólo aporta beneficios al hermano -aunque de momento tal vez reaccione con disgusto- sino también al que la realiza: "has ganado a un hermano". Es interesante cómo termina Santiago su carta: "Si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma de la muerte y cubrirá multitud de pecados".
La pedagogía de una corrección eficaz
Los "pasos" que recomienda Jesús para realizar con delicadeza y eficacia esta corrección al hermano son ya conocidos en el AT., y se intentaban seguir también en el ámbito de la sinagoga judía, cuando se trataba de expulsar a alguien de ella.
El primer paso es una conversación privada, un diálogo personal. En el AT ya se recomendaba esta corrección como uno de los modos de mostrar el amor al prójimo: "no odies a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no cargues con pecado por su causa" (Lv 19,17). Un caso particular de este primer paso es el del sacramento de la Reconciliación, en diálogo con el ministro y el penitente, discerniendo la dirección de su vida. Aunque este caso se refiere a cuando el mismo penitente se ha acercado y acusa su pecado.
El segundo paso es la advertencia ante uno o dos testigos (ya en Dt 19,15). Así se da cuenta el corregido de que la cosa es seria e importante, y puede sentirse movido a corregirse. Aunque de momento no le guste, y pueda reaccionar con una respuesta un tanto destemplada: "¡ocúpate de tus asuntos!".
El tercer paso, si hace falta, lo indica Jesús: "díselo a la comunidad". Sólo en casos extremos, cuando ninguno de estos métodos ha dado resultado, y el hermano se obstina en su desvío, dice Jesús que habrá que considerar que esa persona no quiere pertenecer a la comunidad. No se trata tanto de excomunión, sobre todo en un sentido jurídico y penal, sino pastoral: el deseo es siempre el bien de la persona, no su escarmiento o su castigo.
En los casos que vemos en el NT, este recurso suele referirse a que se apele al apóstol responsable de la comunidad, sobre todo Pablo, como en el caso del "incestuoso de Corinto" (1 Co 5,4ss.). Y aun entonces, cuando el hermano prácticamente se autoexcluye de la comunidad, hay que seguirle amando. Esta página del evangelio es una invitación a que revisemos los métodos de nuestra relación con los demás, sobre todo con los que consideramos que se están desviando y habría que ayudarles.