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Si Cristo está en nuestra barca, encontramos fuerza para remar (MT 14,22-31)

Fri, 08 Aug 2014 07:02:00
 

Después de multiplicar los panes y dar de comer a la gente, al llegar la noche, Jesús se retira solo al monte, a orar. Los discípulos, mientras tanto, adentrándose en el lago, están pasando momentos de apuro por el viento recio y contrario que zarandea su barca, y eso que eran pescadores de profesión. Momentos que se convierten en pánico y gritos cuando, en la oscuridad, antes del amanecer, ven venir hacia ellos a Jesús caminando sobre las aguas, tomándole por un fantasma, hasta que oyen su voz tranquilizadora. Mateo es el único que añade el episodio de Pedro, que pide a Jesús que le deje caminar también a él sobre el lago, pero luego pierde la confianza, tiene miedo a hundirse y es salvado por la mano de Jesús. La conclusión es una profesión sincera de fe: "Eres el Hijo de Dios". Jesús se había presentado con un atributo divino: "yo soy", y Pedro se había dirigido a él llamándole "Kyrios, Señor".

También Pedro recibe una lección. Él tiene muchas intervenciones en el Evangelio. Algunas brillantes, como en su confesión del mesianismo de Jesús. Otras, no tanto, como la de hoy. Pedro sintió, al igual que los demás que estaban en la barca, verdadero pánico, hasta llegar a gritar del susto, ante el agitarse del lago y la presencia del que les pareció un fantasma. Hay días en que el pescador más curtido le tiene respeto a las olas.

Ahí entró en acción Pedro, un poco presuntuoso, y siempre protagonista, y se arriesgó, fiado en el Maestro: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas". Decidido, valiente en principio, salta de la barca y se pone a caminar sobre las aguas. Hasta que la duda le hace perder la seguridad y comienza a hundirse. ¿Esperaba que todo fuera sencillo? ¿Que también él podría hacer esos milagros que veía hacer a su Maestro? Pedro es espontáneo, primario, a veces presuntuoso. Sería interesante ver la sonrisa de sus compañeros, ante la situación nada brillante en que se había metido Pedro. Hombre de poca fe... Es interesante comparar su "oración" de hoy: "¡ Señor, sálvame!", con la que le vino espontánea en el monte Tabor, cuando la transfiguración de Jesús: "qué bien se está aquí, Señor, hagamos tres tiendas"

Es fácil ver en el episodio de hoy una imagen de las numerosas tempestades que ha tenido que sufrir la comunidad de Jesús a lo largo de los siglos, con vientos realmente contrarios. También las que sufre cada uno de nosotros, en algún momento de nuestra vida, hasta el punto de que nuestra barca personal también amenaza a veces con irse a pique por las circunstancias contrarias internas o externas.

A la Iglesia se la ha comparado desde siempre con una embarcación, "la barca de Pedro". Todos sabemos que ha tenido tempestades fuertes a lo largo de los siglos y sigue teniéndolas ahora: a veces combatida desde fuera, con vientos fuertes y olas encrespadas, y otras desde dentro, con "mar de fondo". También tenemos la experiencia de que a veces nos vienen a los labios oraciones como la de Pedro: "Sálvanos, Señor, que perecemos". Ciertamente nuestra travesía por la historia no ha sido ni está siendo ahora un crucero de placer. Más bien sabemos de vientos y de nieblas y de oscuridad de noche y hasta de fantasmas. Cristo nunca nos prometió que no habría tormentas en nuestra vida. Al revés, nos avisó de persecuciones y peligros de dentro y de fuera. Eso sí: nos prometió que estaría con nosotros hasta el final del mundo. Cristo venía del monte, de pasar la noche en oración. Como pasó orando la otra noche, dramática, del huerto de Getsemaní, en la que tampoco los apóstoles oraban, porque estaban cargados de sueño. Tanto en las tempestades eclesiales como en las personales, hay una gran diferencia: si Cristo no está en nuestra barca, todo parece que va a zozobrar. Si le admitimos a bordo, se amaina el viento y encontramos fuerza para remar y salvar las peores situaciones: "soy yo, no tengáis miedo". A veces se nos echa el mundo encima. O creemos que la Iglesia se hunde. (Enséñame tus caminos, 2004).







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