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Hijo natural, criado en Marruecos, sin bautizar hasta los 22, encontró a Dios y al cine juntos |
Hijo natural, criado en Marruecos, sin bautizar hasta los 22, encontró a Dios y al cine juntosWed, 30 Apr 2014 07:20:00
Michael Lonsdale, actor y artista francés, es famoso: bonita paradoja que no esconde su timidez y sensibilidad.
Su historia, hecha de traslados, rupturas y de un inextinguible deseo de belleza, de una ardiente búsqueda del absoluto, se puede leer como el recorrido de un hombre que se completa poco a poco.
-Sr. Lonsdale, usted es un artista que no esconde su fe cristiana. ¿Cómo consigue conciliar sus aspiraciones espirituales con las leyes del mundo del espectáculo? -En el mundo del espectáculo reina un deseo de ser grande, de ser amado, pero no hay reglas. ¿De dónde llega este deseo? Tengo un propia idea, un poco brutal. Soy hijo natural. En mi familia he estado escondido. Mi madre no se atrevía a decirle a su padre que yo existía, porque también él era hijo natural.
»Cuando mi abuela fue a verla a París, inmediatamente después de mi nacimiento, mi madre no le pudo decir: "En el piso de arriba hay un niño". Los niños entienden todo. Puede ser que en mi inconsciente me haya dicho a mí mismo: "Con que sí, ¿eh? ¿Me habéis querido tener escondido? ¡Pues vais a saber que existo!".
-De repente le conocen todos, no sólo su familia. ¿No es un poco fuerte? -Quería una profesión mediática: ser conocido forma parte de ella. La gente me dice: "Gracias por la película De hombres y dioses". A ellos les gusta hablarme y a mí me gusta escuchar, estar un poco con ellos.
-¿Los fans le hablan de su fe? ¿Suele decir en lo que cree? -Cada persona es distinta, no entrego un mensaje. Es increíble lo que la gente me escribe o me cuenta por teléfono. Confían en mí. Entonces rezo por ellos, pido al Espíritu Santo que me ayude a actuar. Y cuando dedico un libro, escribo "Paz, alegría, amor", o cosas similares, y dibujo un sol.
-Cuando era niño fue mucho de un lado para otro con su familia… -Mi madre estaba casada con un oficial de la marina inglesa. Un día encontró el que se convertiría en mi padre y fue un flechazo: abandonó a su marido y le siguió. Nací de ese amor, en París.
»Mamá dependía económicamente de su padre, un rico colono inglés. Puesto que mi padre no tenía dinero, mi madre tuvo que decirle que yo existía. MI abuelo se enfadó, después le aconsejó que se fuera a Canadá o a Australia para esconder su vergüenza. ¡Y la vergüenza era yo!
»Suzanne, mi abuela, intercedió y al final llegamos a la isla de Jersey con una gran suma de dinero. Mi madre compró un hotel que dirigía con papá. Estábamos allí antes de la Segunda Guerra Mundial. Mis padres no supieron gestionar el hotel, había siempre más amigos que clientes. En la primavera de 1939 lo vendieron para trasladarse a Lourdes donde papá había encontrado trabajo. Poco después su jefe le mandó a Marruecos. El 15 de agosto de 1939 desembarcamos en Casablanca. Después estalló la guerra y fue imposible volver a Inglaterra.
-Un chiquillo británico en un protectorado francés en el periodo de la ocupación alemana… -No fue fácil. Como todos los ingleses, papá estuvo en la cárcel seis meses. Churchill había hecho bombardear la marina francesa en Mers el-Kebir. Por la calle me decían: "Asqueroso inglés, das asco". A la salida del colegio estaban los hijos de los seguidores de Pétain que me esperaban para romperme la cara. Pero también tenía amigos: Jojo, Mimi y Lulu, que estaban de la parte de De Gaulle y eran mis guardaespaldas. Jojo era mi chica, nos queríamos.
-En «De dioses y hombres» se le ve cómodo en el mundo árabe, como si fuera su casa. -Sí, he vivido la vida árabe: matrimonios, funerales… Y los cantos… Era increíble. Nuestra casa se asomaba al patio de la prisión. Mamá había nacido en Argelia y hablaba árabe, por lo que hablaba con las prisioneras. Pero nunca de religión. Yo no estaba bautizado y mis padres estaban muy alejados de todo esto. Papá era protestante, pero no practicaba. Mamá, católica, había sido educada por religiosas; pero no debía portarse muy bien porque le dijeron que acabaría en el infierno. El único contacto con la religión tal vez fue el periodo en el que vivimos con el sobrino de la mujer que amó Charles de Foucauld. Había también un libro que mi madre me había regalado, La vida de Jesús. Me acuerdo que le dije al propietario de nuestra casa, que quería quitar los objetos de devoción: "¡No tiene usted derecho!".
-¿Por qué? -"Porque son cosas sagradas", exclamé sin saber bien lo que quería decir. Luego heredé algunos de esos objetos y me hice mi rincón de oración.
-¿En qué periodo se fue de Marruecos? -Volvimos a Europa en 1947. París era una ciudad triste, fría, dura. Existía aún el racionamiento, pero el hombre con el que entonces vivía mi madre era amable. Me llevaba a los museos y así empezó mi educación artística. Un tío me hacía leer libros importantes y me enseñó a pintar. En realidad el colegio no me gustó nunca, cuando era adolescente no sabía casi nada.
-Es el principio de una nueva vida. Me parece que del Michael Lonsdale que conocemos, actor y creyente, aún no había nada. El teatro y la fe, ¿llegan juntos? -No están vinculados, pero no son ajenos el uno al otro. En Rabat había trabajado en la radio. Se leían relatos con micrófono. Y después el cine. Estaba subyugado, no dormía. Solo después de llegar a París fue posible, pero con dificultades porque era tímido. Un día leí en un periódico: "¿Quiere saber si puede ser actor?". Fui: era una audición. Tres días después el profesor me dijo que era demasiado cerrado, que no lo conseguiría nunca. ¡Fue una desilusión! Una amiga de mamá me ayudó. Me hizo conocer una escuela de arte para jóvenes cristianos. Era el año 1952.
»Un padre dominico nos explicó la relación entre arte y fe. Esto me dio tanta energía que incluso encontré el valor para hablarle. "¿Qué buscas?" me preguntó. Balbuceé la respuesta: "Algo verdadero, grande, bello, puro…". Discutimos. Me dijo: "Creo que estás buscando a Dios".
»En ese momento empecé mi recorrido de catecumenado, apoyado por una madrina que me cayó del cielo, una parroquiana ciega a la que hacía de guía por París y que me contaba la vida de Jesús mientras caminábamos. Ya bautizado tomé contacto con la capellanía de los artistas que me indicó que acudiera a una cierta Tania, una profesora de teatro que se ocupó de mí. Fue el inicio de mi carrera.
-En el cine usted ha interpretado a religiosos como el abad de «El nombre de la rosa» o más recientemente a un sacerdote italiano en «La aldea de cartón»… -Efectivamente, ¡es increíble! He interpretado toda la gama: cura de pueblo, obispo, cardenal, papa, incluso al ángel Gabriel con Josiane Balasko, pero solo la voz. También he interpretado el papel de San Serafín de Sarov, una experiencia alucinante: cuando interpretaba, tenía la impresión de que no era yo quien hablaba… Seguramente, cuando interpreto papeles como estos tengo la impresión de transmitir, de evangelizar. Pensemos en Pierre Fresnay interpretando a San Vicente de Paul. Está impresionante, ha conmovido a millones de personas. Tengo una gran suerte de poder hacer lo que hago.
-¿Se le ha pasado alguna vez por la cabeza la idea de consagrarse a Dios? -Sí, algunas veces. He sentido algunas llamadas, ¡pero no las suficientes! Al principio había una razón concreta para decir que no: tenía que ayudar a mi familia, mi madre estaba enferma. No podía abandonarlo todo. En todo caso, esas llamadas no eran frecuentes. Y además, hay que ser jóvenes.
-¿Cuál es el lugar que ocupa la fe en su vida, hoy? -La fe es, esencialmente, lo que más me preocupa. Mi madre murió en 1985, tras once años de enfermedad; en ese año murieron otros familiares. Desde el fondo del abismo encontré la fuerza de invocar a Dios, estaba dispuesto a irme. En ese momento llaman a la puerta… Me gusta mucho la frase de Einstein: "El azar es cuando Dios se manifiesta de incógnito".
»Fue mi padrino. Me dijo que esa misma tarde me llevaría a la iglesia de San Francisco Javier, en París, a una reunión de creyentes que rezan y cantan. Era una reunión del Emmanuel. [La Comunidad de Emmanuel, www.comunidaddeemmanuel.es, espiritualidad de la Renovación Carismática Católica] El canto me tocó el corazón. Creía que estaba escuchando el canto de los ángeles… Entonces me uní al grupo de oración. La espiritualidad de esa comunidad llamada nueva deja mucho espacio al Espíritu Santo. Yo nací el día de Pentecostés. Cuando se habla de Espíritu Santo, me "despierto".
-¿De dónde le llega lo que ha descubierto sobre la oración? -Entendí que podía rezar en cualquier parte, que no hay necesidad de ir a una iglesia. Me gusta rezar en el tren. Estoy sentado y murmuro, los pasajeros piensan que estoy ensayando un papel. Le pido a Dios que me acepte como soy, que me transforme y me ayude a mejorar. Dios es completa libertad y amor. La Renovación me ha dado además un vivir juntos.
»En 1988 creamos un grupo de oración de artistas, Magnificat, que ha durado veinte años. Quería ser un lugar para artistas en gran sufrimiento. Los artistas son personas que se encuentran incómodas y que se sienten inadecuadas respecto a la vida. Necesitan ser amados. Una sala que aplaude les da confianza, seguridad. En el fondo, necesitan la luz. En todos los sentidos.
»Tras la muerte de mi madre le dije al Señor: "Haz de mi lo que quieras". La respuesta llegó enseguida: Dominique Rey [actual obispo de Toulon, formado en la Comunidad de Emmanuel, nota de ReL] me pidió que montara la obra Relatos de un peregrino ruso. Queriendo testimoniar la espiritualidad, he montado también varios espectáculos: San Francisco de Asís, Santa Teresa de Lisieux, la fundación de Emaús del Abbé Pierre…
-Cuándo siente el deseo de retirarse, ¿tiene un lugar o un rito especial? -No. En mi corazón. Dios es de una accesibilidad inmediata. Debemos hacernos pequeñísimos, le pedimos. Hay que encomendarse al Espíritu Santo. Si tuviera que dar un consejo diría: recurrid al Espíritu Santo, rezad a Dios, pedid mucho. Y rodearos de personas que testimonien esta capacidad, personas que estén en Dios. He ido al Centro de Jean Vanier en Lille y he transcurrido una jornada con los jóvenes minusválidos. Ha sido una jornada de una alegría increíble.
(Entrevista de Arnaud Alibert, Panorama Francia, publicada también en Avvenire, Italia; Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
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