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Natalia, ex directiva de la SGAE: «Medjugorje es la tarjeta de visita para conocer a Cristo» |
Natalia, ex directiva de la SGAE: «Medjugorje es la tarjeta de visita para conocer a Cristo»Tue, 25 Feb 2014 16:01:00
La abogada Natalia Gómez de Enterría llegó a ser la mano derecha de Teddy Bautista en la Sociedad General de Autores (SGAE), en concreto su Directora de Recursos Humanos. Tras una experiencia que llega a atemorizar, incluidas amenazas de muerte, su vida cambió por completo al leer un libro sobre Medjugorje.
Sus éxitos profesionales y un sueldazo pudiesen hacernos pensar que su vida era de revista. Fue nombrada Directora de Recursos Humanos en la Sociedad General de Autores y Editores de España, la conocida SGAE. Pero el caramelo que pareció este trabajo resultó estar envenenado.
Hoy, habiendo despertado de aquella pesadilla, Natalia trabaja en un despacho de abogados y dedica sus pocos ratos libres a llevar peregrinos a Medjugorje, el lugar de la Tierra donde su vida dio un vuelco para bien y, según dice, para siempre. Esta es su historia.
-¿Natalia, como era tu vida antes de conocer Medjugorje? -Digamos que anodina. Mi vida seguía un guión aparentemente perfecto. Venía de una buena familia, me saqué la carrera de Derecho, me casé… hasta que siendo todavía bastante joven y con dos hijos viví el fracaso de mi matrimonio. Hasta entonces tenía una vida de cuento, pero no era feliz. Yo pasaba por esta vida por pasar, pero estaba muy vacía.
-¿Cómo era tu vivencia de la fe? -Muy tradicional, muy cultural, por costumbre. Yo vengo de una familia católica, como tantas otras de España, pero mi fe no tenía nada de autenticidad. Era una pose, una etiqueta. Yo iba a Misa los domingos porque había que ir y me la pasaba entera distraída, deseando que acabara, sin valorar lo que realmente allí, en el altar, estaba sucediendo.
-¿Consideras un fracaso vital la ruptura de tu matrimonio? -En cierta manera sí. No por la ruptura del Matrimonio, porque en realidad fue nulo y ahí no hubo Matrimonio, pero sí por la elección que tomamos en su día, y aunque no hubiese Matrimonio, esa es una herida que te marca. Pero también he de decir que la mayor de las alegrías de mi vida han sido y son mis dos hijos.
- ¿Qué sucede en una persona como tú, tradicionalmente católica, cuando se vive una situación tan compleja? -Que se te mueve todo. Que te das cuenta de que llegas a un punto al que no querías haber llegado y que es un escenario absolutamente desconocido. Tu vida se rompe y te cuestionas si todo lo que te han enseñado en tu vida ha servido para algo.
- ¿Cómo saliste adelante? -Pues para empezar con el apoyo de mi familia. Ellos siempre me han arropado. Luego, cambiando de trabajo. Me surgió una oportunidad increíble. La de Directora de Recursos Humanos de la Soceidad General de Autores (SGAE), un puesto con un sueldo que ni te cuento.
- Lo que se dice un caramelo. -Sí, pero estaba envenenado.
-¿En qué sentido? -A los quince días empecé a ver cosas desagradables que, como no tienes marcha atrás, pues haces como que no pasan y tiras para adelante. Viví una tensión insoportable, porque no me doblegué a ciertas presiones y tras cuatro años allí, de mucha tensión, de mucho agotamiento y de incluso miedo, me despidieron. Ahora todo este asunto está en los juzgados.
-¿Qué se te pasa por la cabeza cuando recibes en el buzón de tu casa amenazas de muerte y cuando te queman el coche? -Que algo estoy haciendo mal. Que he enfocado mal mi vida. Que ni yo ni mis hijos teníamos necesidad de todo esto. Me pregunto qué es lo que he hecho tan mal para que todo vaya tan mal. Me doy cuenta de que no tengo pareja, de que llevaba cuatro años trabajando como una mula, aguantando una presión brutal y que aparte de haber ganado mucho dinero, a cambio tenía amenazas de muerte en el buzón de mi casa.
-Por decirlo de alguna manera, veías tu vida como un fracaso. -Sí. Empecé tras las amenazas una época muy mala. Era una pesadilla estando despierta. No comía, no dormía... No vivía, me moría. Toqué fondo.
-¿Estabas molesta con Dios, o con la Iglesia, o algo así? -No, con Dios no. Con la Iglesia tampoco. Aunque sí que es verdad que una vez, cuando me dieron la nulidad de mi matrimonio, entré en una iglesia y me puse a llorar como una Magdalena. No había Misa en ese momento y la gente me miraba como si estuviese loca o algo así. Nadie se me acercó ni para darme un pañuelo con el que secarme los mocos o preguntarme si me había pasado algo. Yo pensé: "Vaya cristianos de mierda". Sentí rechazo por aquella gente y me largué de allí. Aquella había sido la última vez que yo había entrado a una iglesia a rezar, y ya hacía años.
-¿No habías rezado nada en ese tiempo que estuviste trabajando en la SGAE? -Recuerdo que un día sí que escribí una pequeña oración. Cogí un cuaderno, lo abrí por la primera página en blanco que encontré, y escribí: "Dios mío, cámbiame la vida". Veinte días después me despidieron.
-¿Cómo te sentó el despido? -Fenomenal. Fue una liberación. Me fui de allí con mi indemnización y todo en regla, con la conciencia tranquila y sabiendo que yo no hice ni más menos que lo que tenía que hacer.
-¿Crees que aquel despido fue la respuesta a tu oración? -Yo sí que lo pienso. Aunque me sorprende, porque yo no escribí aquella oración con intención de rezar, ni de nada. Fue un desahogo, una frase hecha. Lo que pasa que Dios aprovecha lo poco que le demos para hacerse presente. Así fue.
-¿Cómo lo aprovechó Dios? -Sembró en mí la inquietud de pasar unos días de descanso en un Monasterio. Yo en la vida había pensado nada igual, y no era tanto por rezar como por descansar, por sacar todo el ruido de mi cabeza unos días. Un buen día, en una librería cualquiera encontré un libro de monjas titulado ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?. Lo leí, me gustó sin más y vi que en la solapa del libro había otro título del mismo autor, y como este me había gustado, también lo compré.
- ¿Cuál era ese libro? -Medjugorje, de la editorial Libros Libres.
- ¿Sabías de qué iba? -No tenía ni idea de qué podía significar esa palabra. No sabía en donde me estaba metiendo y sin saberlo estaba cambiando mi vida.
- ¿Qué pasó al leer ese libro? -Me cambió la vida. Lo devoré. No me duró ni dos sentadas. Me absorbió. Se me metió en la piel, nunca me había pasado. Ese libro emana verdad, sinceridad objetiva, lo que me hizo pensar que quizá también Dios podía tener algo para mí en ese lugar. Obviando las cualidades del autor, en ese libro hay una inspiración de Dios, porque según lo vas leyendo hay algo que trasciende a la letra, que te llama, que te empuja y que te incendia por dentro. A mí, por lo menos, a la vez que lo leía sentía que lo que contaba era cierto y que la Virgen existía, que estaba allí, en Medjugorje, y me llamaba.
-¿Fue Medjugorje -y no me refiero al libro, sino al contenido- definitivo para tu encuentro con Dios? -Fue muy importante, pero realmente definitivo fue una experiencia de Dios que tuve poco después de leerlo, en Almería. Una experiencia que sé que es de verdad, que pasó, pero que entiendo que haya gente que no se la crea. Dios se hizo presente en mi vida de un modo personal, entre los dos.
-¿Te llamó para cenar o algo así? -Hablo en serio. Un día que íbamos a la playa subí al coche con mi hermana, mi cuñado y su peque. Mi hermana y su marido estaban alegres y se mostraban muy cariñosos entre ellos, y ahí, al ver cómo se querían, en un momento en que yo estaba muy bien, se me hizo una pena muy grande en el corazón, como una ausencia. La ausencia de alguien que me quisiera y de alguien a quien querer. Me amargó una sensación de soledad, de abandono. En ese momento, yo oí en mi corazón una voz que dijo: "Yo te quiero a ti".
-Ya. Una voz... -Sí. Sé que parece una locura, pero fue cierto.
-¿Por qué sabes que fue cierto y no producto de tu imaginación? -Por dos motivos. El primero, por que lo sentí exactamente igual que siento lo que me dices tú ahora. Yo no tengo ni idea de cómo sucede. Nunca antes me había pasado. Es una frase que viene de fuera y que tú captas, como cuando alguien te dice algo. Pero yo en ese momento no estaba pensando en nada religioso, ni rezando, ni pidiendo a Dios que me dijese que me quisiese. No lo sé explicar mejor.
-¿El segundo motivo por el que lo das por cierto? -Que me brotó una sonrisa espontáneamente, de oreja a oreja. En ese instante, sé perfectamente que he vivido algo cierto, que ha sido alguien quien me ha dicho eso. Es una certeza extraña a ti. Yo me quedé perpleja, pero al mismo tiempo con la paz que te da la certeza de haber vivido algo y que por tanto, sabes de alguna manera inexplicable, que es cierto. No me lo invento. Yo oí una voz.
-¿Interpretas en ese momento que era la voz de Dios? -Sí. Con toda certeza. No tuve ninguna duda y además, se vive con mucha paz, por raro que te pueda parecer. No te dan ganas de dar voces, ni de montar un numerito. Sabes que ha sido solo para ti y que se debe quedar en ese momento entre Dios y tú. En medio de esa ausencia, Dios se hizo presencia.
-Así... sin más... -Mira, ¡yo iba a la playa! Llevaba mi bañador, mi toalla y mi crema para el sol. Iba en el coche, no iba pensando en nada especial. De repente pasa eso y ¡guau! Y nada más. Si lo quieres contar pues bien, y si no quieres, por mí también bien.
-¿Y fuiste a Medjugorje? -Sí. No tardé mucho en ir. Allí se confirmó todo.
-¿Qué viviste allí? -El lunes empezaba un retiro que daba para los españoles un franciscano de la parroquia. Fui y aunque aquello no era muy emotivo, de repente yo empecé a llorar como una fuente. Me di cuenta enseguida de que no había ninguna causa en las palabras de aquel sacerdote para llorar, pero yo empecé y como si nose fuese a acabar. No paré en hora y media.
-¿Llorabas de pena? ¿Estabas triste o algo así? -No fue un llanto de pena, ni de arrepentimientos, ni de dolor, ni de nada. Lloraba sencillamente porque las lágrimas me salían, pero sin ninguna causa conocida ni porque nada de lo que hubiese dicho aquel fraile me hubiese conmovido. No lo entendí, pero bueno. Al salir de aquella sala la gente me miraba como diciendo: "¿Qué le pasará a esta?"
»Salí a toda máquina hacia el Monte de las Apariciones y empecé a rezar. Seguía llorando mientras iba subiendo, tanto que no veía ni las piedras, y en en ese momento de subida, a solas, yo le dije a la Virgen: "¿Por qué me regalas a mí esto?". Porque lo que me pasaba es que sin saber por qué y sin venir a cuento, yo estaba absolutamente feliz. No había hecho nada para sentirme así y sin embargo, estaba abrumada. Era imposible sentirse mas querida que en ese momento en ninguna parte del mundo, y yo me sentía así. Me sentía llena de amor y repetía: "¿Por qué me das esto? Yo, que he sido tan mierda y que he pasado una vida tan tonta, ¿qué he hecho para que me regaléis esto?".
-¿A qué te refieres con "esto"? -A una felicidad interior muy grande. Yo sentía que cada día que pasaba allí me regalaban más cosas. No te sé explicar cuales, pero por ejemplo, lo a gusto que estaba rezando, cada día más. Lo claras que veía las cosas de mi vida. Esta experiencia de la presencia de Dios no paraba de crecer. Llegué entonces a la cima del monte que no sé ni cómo llegué. Yo no veía más allá de mis narices, de verdad, y lloraba sin parar.
»Me senté a cierta distancia de la imagen que hay allí arriba, en unas piedras. Me intenté relajar y me empecé a acordar de ciertos momentos de mi vida en los que yo había hecho una vida totalmente apartada de la Iglesia, y no me sentí bien. Me acordé también del día aquel que entré en una iglesia llorando y nadie me hizo ni caso y me enfadé. Entonces le empecé a hablar a Jesús. Le dije: "¡Qué cosas haces!". Le dije eso porque me di cuenta de que aunque nadie me hizo ni caso aquel día, Él sí que me lo hizo. Esto de ahora es tan fuerte que se me ponen los pelos de punta...
-No empieces a llorar ahora, sigue con tu relato... -Pues estaba diciéndole eso a Jesús, que yo me enfadé porque yo estaba allí, en una iglesia de Madrid, llorando desconsolada y nadie tuvo el detalle de acercarse a mí a darme un pañuelo, a ver si me había pasado algo, a ponerme una mano sobre el hombro y ya está, y justo en ese momento sentí en mi hombro una mano. Levanté la mirada empapada de lágrimas y vi como pude a un chico, por cierto guapísimo, con unos ojazos. Era italiano, y me dijo: "¡Forza! La Madonna ti ama". En ese momento, le dije a Dios: "Bien. Ya está. Para o me muero". Le pedí a Dios que parase. Mi cuerpo no podía asumir nada más. Si Dios me hubiese regalado algo más, mi cuerpo se hubiese roto por algún lado. Le dije: "Señor, ya no más. Basta. Ni me roces. De tanto amor me vas a matar".
-¿Ese fue el gran punto de inflexión en tu peregrinación? -Es posible, sí. Yo ya tenía plena conciencia del amor de Dios, y te aseguro una cosa. Es descomunal. Nuestro cuerpo no lo puede asumir. Los cinco días siguientes no paré de llorar. Con mucha calma, no era histerismo ni nada parecido. No lloraba de pena, ni de melancolía, tampoco era de emoción. Era llorar de yo qué sé qué.
-¿Qué pinta Cristo en todo esto? -Todo esto es Cristo. Todo esto me lo ha dado Cristo. Me lo dio Él en Medjugorje y me lo sigue dando aquí y dónde yo esté. La Virgen María, en Medjugorje, me llevó a Cristo. Lo que hay en Medjugorje es una parroquia en la que viven creyendo que allí, en el Sagrario, está Jesús, vivo. Toda la vida que se derrama de Medjugorje nace de Cristo.
-Aquí en España, ¿dónde encuentras a Cristo? -Sobre todo en la Eucaristía. Me he dado cuenta que su presencia ahí es tal, que si dos días seguidos no comulgo, me afecta. Estoy triste, me falta algo... Por eso procuro comulgar todos los días.
-Natalia, ¿qué le dirías a la gente que lea este testimonio? -Que vayan a Medjugorje cuanto antes, antes de que la Virgen deje de aparecerse allí. Tienen que ir. No se lo pueden perder, por favor. Medjugorje es la tarjeta de visita para conocer a Jesús.
Este testimonio se puede leer íntegro en el libro Estamos de vuelta, de la editorial Libros Libres.
www.jesusgarciaescritor.es
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