Cuando el joven Jorge Salamanca Filgueira interpretó por primera vez la pieza musical «El Oboe de Gabriel» -la recordada melodía de la película La Misión- lo hizo ante una multitudinaria audiencia en la ciudad de Valdivia (Chile). Los emotivos sones de la melodía, tocaron de tal forma su intimidad espiritual que le pareció estar solo, allí, ante Dios, tocando su violín. La delincuencia comenzaba así a ser parte del pasado…
Infancia dolorosa y con antecedentes delictuales
Los abusos y el maltrato de su padrastro, hicieron que Jorge se rebelara violento y a los 8 años de edad su nombre aparecía ya como delincuente infantil en los registros policiales por robo y hurto. “Yo vivía con mi madre, mi padre falleció cuando yo era niño, producto de un ataque al corazón. En eso, llegó mi padrastro, con quien tuvimos una mala relación. Peleábamos, discutíamos, habían siempre peleas, y así comenzó todo… consumía neoprén (pegamento volátil) en bolsa”.
No se sentía amado ni protegido y la sociedad pagaba el precio. Faltaba el alimento en casa y todo era discusión al punto que –señala el joven- su padrastro le tiraba los platos a la cara. “Fue una etapa fuerte, llena de dolor y sufrimiento, donde yo me aferré al lado de las amistades por fuera, donde anduve por malos pasos, robando, delinquiendo”.
Y así, sin amor y conviviendo con la vagancia, en una de sus tantas detenciones, Salamanca recibió el veredicto del juzgado de la ciudad, quien dictaminó su ingreso a un centro de rehabilitación. “Estaba en una etapa donde me preguntaban por qué hacía esas cosas. En ese entonces no quería nada, no soportaba a nadie, y ahí me dijeron que me integrara a un centro de aprendizaje, donde yo podría aprender, y cambiaría mi mente, donde me darían consejos que fueran efectivos para mí”.
Los buenos samaritanos y un violín
Así, con la intención de superarse, Jorge ingresó al Centro Integral Familia-Niño (Cifan) del obispado de Valdivia. “Cuando me enviaron, me recibieron con los brazos bien abiertos. Siempre preocupados de nosotros, nos daban mucho apoyo psicológico, amoroso, integral; leíamos, estudiábamos mucho, nos incentivaban a hacer cosas entretenidas, salíamos y así nosotros nos olvidábamos de los problemas que teníamos en la casa y ya no andábamos delinquiendo, porque teníamos la mente ocupada en otras cosas”.
Estando en el centro, Jorge aprovechaba sus jornadas para hacer tareas, practicar deportes de salón y recrearse. Pero la experiencia vital estaba por llegar. Fue el año 2002 cuando lo invitaron a enfrentar un desafío donde encontraría algo más que música. “Al principio no le encontré mucho sentido a formar parte de una orquesta, no sabía para qué me iba a servir la música, además no tenía idea lo que era un violín”.
El rezo del Padre Nuestro
Pero venció sus temores e ingresó a estudiar violín. Los ensayos, las partituras y las cuerdas, sin quererlo, originaron el nacimiento del nuevo Jorge. “El cambio más importante comenzó con un tutor que yo tenía, cuando un día me dijo «tú siempre tienes que mirar para arriba». Tenía razón, yo podía aspirar a algo mejor. Como no tenía padre, me servían sus consejos. Muchas veces él me dijo que fuera más comunicativo con Dios”.
Su identificación con aquél tutor, buen samaritano, doblegaba sus resistencias y con fe sencilla comenzó a balbucear a diario el Padre Nuestro. “Siempre le pedía a mi padrecito que nos cuidara”. Al poco tiempo, cuando cumplió los 19 años, Jorge recibió sus primeros sacramentos… “No tenía mi primera comunión, ni mi confirmación, ni bautizo. Todo eso lo hice casi junto, fue precioso”.
Música para el Papa
Los avances que conquistaba lentamente con su empeño y fe, fueron coronados con una inédita propuesta. “Comenzamos a tocar en distintas iglesias de la región de Valdivia, compartiendo nuestra música, lo que sabíamos. En ese recorrido se nos dio la posibilidad de que una fundación italiana, que apadrina a niños en riesgo social, nos viera cuando estábamos recién empezando… ¡y nos llevaron a tocar a Italia!”.
La fecha anhelada había llegado y el año 2009 Jorge era uno de los dieciséis niños-músicos que tuvieron la posibilidad de visitar Milán y entregar un saludo musical al Papa Benedicto XVI en la Plaza San Pedro en Roma. “Tocamos cuando el Papa pasó en su carro, nos bendijo y nos hacía señas, como si supiera que íbamos a estar ahí. Mostramos nuestro arte, nuestra música para él”, recuerda con emoción.
Hoy a sus 23 años, soñando en trabajar en algún yacimiento minero para ser un buen padre de familia, Jorge reconoce que Dios, a través de la música, cambió su vida. “La entrega a la música me fue cambiando el sentido de las cosas. Aprendí lo que era el respeto, la confianza, los valores, Dios… que antes no conocía”.
Danilo Picart / Portaluz