CAMINEO.INFO.- En la segunda
década del siglo XX se desarrolló el "Freudomarxismo". En la
actualidad la ideología de género supone, más bien, un
"Freudocapitalismo". Esta ideología es una síntesis entre el
capitalismo (que reduce el dinero a bien supremo) y el hedonismo (que reduce la
sexualidad al bien sumo). El estado ha abandonado el ideal político
grecorromano que fundaba la sociedad civil en los bienes honestos. Ha
sustituido éstos por los bienes útiles (el dinero) y los bienes placenteros (el
sexo). Y no admite más bienes públicos que estos: placer sexual y acumulación
económica.
La recuperación
de Aristóteles en el siglo XIII por parte de santo Tomás de Aquino supuso uno
de los grandes hitos de la humanidad. Del mismo modo nos corresponde a nosotros
los católicos la recuperación del legado grecolatino frente a los actuales
enemigos de la civilización, como entonces hizo el Doctor de la Humanidad.
La ideología de
género abarca cientos de autores, aspectos y teorías, pero podemos definir su
esencia con la siguiente contraposición:
Para Aristóteles
el sexo biológico es propio del individuo. Para la ideología de género el sexo
biológico se subsume en el género.
Sigmund Freud es
la causa de esta transformación. Freud identifica el sexo biológico con el
"ello", la líbido, o impulso psicosexual. Es decir, Freud separa los
genitales de la sexualidad. El sexo no se identifica con el sexo biológico. De
esta forma Freud saca la sexualidad de la zoología. Convierte la sexualidad es
una cuestión específicamente antropológica. Con Freud la sexualidad del hombre
pasa a ser un tema psicológico, no biológico, de modo que la sexualidad no se
especifica por el dimorfismo sexual sino por la líbido psicológica. Esto es más
grave de lo que parece a simple vista. Porque supone aislar el sexo, y la
sexología, del resto de ciencias biológicas: genética, biología molecular,
endocrinología, coevolución intersexual, etc. Lo cual supone un paso atrás en la
racionalidad, al negar verdades alcanzadas mediante estas ciencias que se
instituyen después de Freud.
Para Freud la
líbido se catatetiza en diversas etapas: etapa anal (donde la líbido sexual se
identifica con el placer anal), etapa oral (donde la líbido sexual se
identifica con el placer bucal) y la etapa genital (donde sólo entonces la
líbido sexual se identifica con los genitales). Pero la sexualidad existe con
independencia de los genitales puesto que se reduce a ser una realidad
psicoafectiva indeterminada. Esto supone que la sexualidad se da también al
margen del ADN, los cariotipos XX o XY, o las hormonas, puesto que la dimensión
zoológica queda preterida. El propio nombre que Freud asigna a la líbido, el
"Ello", apunta a esta indeterminación genérica, o género neutro, que
queda sin especificar por ninguna determinación, ajeno a todo lo que no sea el
autógeno impulso psicosexual. El "Ello" no queda definido ni por la
zoología ni por la endocrinología ni por la genética sino por la antropología
que funda su psicoanálisis. Por esta razón, la sexualidad infantil en el
psicoanálisis puede describirse como un "perverso polimorfo" en la
medida en que la líbido, al ser pura potencia sin ninguna determinación, puede
adquirir cualquier formalidad, al margen del cuerpo zoológico, los genitales o
las zonas erógenas.
Esta tesis de
Freud permite identificar la sexualidad con el género, lo cual es inadmisible
para Aristóteles, el cual identifica el sexo con el cuerpo de cada animal. Para
el Estagirita el sexo se identifica con el cuerpo zoológico individual. Por
tanto, la sexualidad es una cuestión principalmente biológica (simultáneamente
zoológica, genética, endocrinológica), y sólo secundariamente será una cuestión
psicológica (referida a algunas tendencias y emociones). Más concretamente el
sexo para Aristóteles es un accidente necesario del cuerpo individual, y en
esta medida es una cuestión antropológica o ética. Cada cuerpo animal poseerá
accidentalmente un sexo, y esto será necesariamente así, pero el sexo no entra
en la definición de ese individuo. El sexo no es parte de la esencia del
individuo.
El sexo, aunque
sea una propiedad necesaria de cada especie, es sólo un accidente en cada
individuo. Por eso, un individuo puede ser macho o hembra, pero que sea lo uno
o lo otro es contingente. Aunque le corresponda necesariamente ser lo uno o lo
otro en cuanto miembro de esa especie. Por eso, puede haber también excepciones
en las especies. Puede haber especies animales sin genitales (que se reproducen
por generación espontánea) o especies animales hermafroditas. Incluso entre los
animales superiores, caracterizados necesariamente por el dimorfismo sexual,
pueden darse a veces casos de intersexualidad o agenesia sexual. Todas estas
posibilidades obedecen al hecho de que el sexo es una propiedad biológica
accidental de cada individuo, pero necesaria de las especies de animales
completos (que poseen todos los sentidos y no se reproducen por generación
equívoca).
Para la
ideología de género la sexualidad corresponde al género, que abarca todas las
especies animales, porque la líbido es omniabarcante y máximanente universal,
englobando a todas las especies. La líbido es una pulsión de vivificación que
lo mismo se da en la ameba, que en la medusa, la mosca, el tiburón, la hiena, la
mantis o el hombre. La líbido es la pulsión brutal de apareamiento y
fertilización. La brutalidad de este atavismo se representa a la perfección en
la escena de la película Prometeus donde el kraken gigante que libera Elizabeth
Shaw fecunda al ingeniero. La teoría freudiana de la líbido no es sino una
forma de hilozoísmo sexual. La líbido abarca a todos los seres vivientes en un
sólo género generalísimo, que encapsula todas las especies animales, y no deja
ningún género fuera de sí.
La ideología de
género, por tanto, presupone la teoría del "árbol de Porfirio" que a
su vez presupone la teoría de los géneros y las especies de Aristóteles (los
predicables de la identidad). Un género es una colección de cosas que tienen
relación entre sí y hacen referencia a una cierta unidad. Unos géneros se
subordinan a otros, como especies subordinadas, y las especies superiores son
géneros supremos respecto de las especies inferiores. Esta cadena de géneros y
especies se cierra con dos extremos, más allá de los cuales no se puede
encontrar nada específico. Por un extremo, un género generalísimo que abarca
todos las especies inferiores, y no puede ser incluido en un género
superior. Por el otro extremo, una
especie especialísima, que no es género de ninguna especie posterior, y bajo la
cual no cabe distinguir más que individuos. Acerca del individuo no hay ciencia
y más allá del género generalísimo nada puede ser definido.
Podemos explicar
coloquialmente el árbol de Porfirio con el uso cotidiano de esta teoría. Si
vamos a comprar a un carnicero y le preguntamos: ¿qué género vende usted? Nos
dirá: tengo una ternera muy buena hoy. O un pollo muy fresco. O unos solomillos
bien tiernos. Si vamos a un pescadero y le pregundamos por el género que vende
nos hablará de sardinas, lenguados, atunes, incluso calamares. En caso de
pararnos en el puesto del verdulero, éste nos ofrecerá su género: mandarinas,
naranjas, melones o peras. Pero si le pedimos al carnicero que nos venda una sandía,
al verdulero que nos ponga media lubina o al pescadero que nos dé un cuarto de
pollo, éstos nos dirán extrañados que no hemos entendido el género que ellos venden.
Pues bien, para
Aristóteles la sexualidad estaría precisamente en los individuos, como
propiedad necesaria suya. Mientras que para la ideología de género la
sexualidad estaría en el género generalísimo, o supremo, que abarca todos los
géneros. No cabe una oposión lógica mayor. Ambas posturas son incompatibles, enemigos
irreconciliables. La diferencia es que Aristóteles sigue siendo compatible con
la ciencia categorial, mientras que Freud y la ideología queer se construyen al
margen o incluso en contra de las evidencias de la ciencia experimental. La
razón es que la filosofía de Aristóteles es un objetivismo que parte de las
ideas generadas por la ciencia mientras que la filosofía de Freud es un
subjetivismo degenerado cuyas ideas se construyen al margen de las categorías
científicas. Mientras Aristóteles reconoce que sólo hace filosofía sistemática,
Freud pretende ser una ciencia. Pero el resultado del sistema filosófico
freudinano es una pseudociencia, incompatible con las ciencias categoriales.
Este
pansexualismo freudiano es la base de la ideología de género, que ya no
pretende ser ciencia, pero que origina una ideología absolutamente incompatible
con la racionalidad científica y filosófica. La ideología de género ha degenerado
en una mitología en su aspecto teórico y un folclore en su aplicación práctica.
Para la ideología de género la sexualidad, al ser impulso sexual, es la misma
para las amebas, termitas, gusanos, pulpos, hombres o vacas, pues comprende
todas las especies animales, en un solo género totalizador. Para Aristóteles la
sexualidad se da sólo en cada individuo particular, como un propio, o accidente
necesario suyo (el quinto predicable de la identidad).
La antropología
de Aristóteles es mucho más respetuosa con el hecho sexual que la ideología de
género. Y también es más respetuosa con los individuos y las minorías sexuales.
Es más respetuoso decir con Aristóteles que un homosexual es un macho humano
con tendencias homosexuales, que decir con la ideología de género que un
homosexual es una pulsión sexual indeterminada (que se comparte con amebas,
mantis religiosas, sapos o hienas) y que posteriormente ese individuo identifica
con su cuerpo (parafilias, transexualidad) o con otra especie animal (zoofilia,
especismo), modelando una determinada organización libidinal.
Para Aristóteles
la homosexualidad (masculina o femenina), la bisexualidad o la asexualidad,
serían variantes minoritarias que responden a la naturaleza accidental del sexo
biológico. Serían variantes minoritarias como ser zurdo, por ejemplo, o
ambidiestro. Para Aristóteles no es ningún problema la existencia de los intersexuales,
los homosexuales o los asexuales (o cualquier otra variante psicobiológica).
La razón de
estas variantes se explica por el hecho de que el sexo biológico es un
accidente. Para la especie resulta necesario que haya individuos machos o
hembras, porque el dimorfismo sexual es necesario en las especies biológicas
superiores. Por eso, los individuos son siempre, o la mayoría de las veces,
machos o hembras. Pero en ocasiones, por accidente, se engendran individuos que
no cumplen este dimorfismo sexual, aunque sea propio de su especie. Pero estos
individuos no son casi nunca, ni la mayoría de las veces. Son variantes minoritarias,
y no hay ningún problema en que estadísticamente sea así. No hay que fingir que
son muchos, o postular que todos somos perversos polimorfos, para entender su
normalidad. Son excepciones que confirman la regla, no que la transgreden. Estas
variantes minoritarias responden al azar biológico, que Aristóteles no tenía
especificado, pero que las ciencias (que Freud también desconocía) explican en
la inmanencia de su campo (recombinaciones genéticas, mutaciones azarosas,
clonaciones, etc.).
Estas variantes
accidentales y minoritarias pueden afectar en mayor o menor grado a la
finalidad reproductiva del dimorfismo sexual. Estas variantes interfieren en la
capacidad reproductiva de los individuos, según afecte a sus genitales
(hermafroditismo, afalia, agenesia vaginal, etc.) o a sus tendencias
psicoafectivas (homosexualismo, asexualidad, bisexualidad, etc.). Según sea la
variación, ésta podrá perturbar en mayor o menor grado la finalidad
reproductiva de la especie. Así, la anorgasmia o la bisexualidad apenas resultan
disruptivos, mientras que la homosexualidad o la asexualidad pueden impedir
totalmente la finalidad reproductiva del individuo. Para Aristóteles estas
variantes no definen la sexualidad, la cual se define en una escala zoológica.
Así, una mujer lesbiana sería una hembra que experimenta atracción erógena por
otras mujeres. Un hombre homosexual sería un macho que experimenta esa misma
atracción sólo hacia varones. Un hombre asexual sería un macho inapetente, y lo
mismo una mujer. Y así especificaríamos el resto de casos posibles.
El hecho de que
la sexualidad sea un accidente propio del individuo permite a Aristóteles pasar
de la etología a la ética, como una responsabilidad moral del hombre concreto,
capaz de practicar la virtud y la moderación, en función de los bienes
honestos.
El hecho de que
la ideología de género circunscriba la sexualidad al género, propicia un
peligroso colectivismo, que promueve la irresponsabilidad moral de los
individuos, donde los bienes honestos se subordinan a los bienes placenteros y el
único compromiso moral es la pertenencia a colectividades (lgtbi+: la
"familia que se elige") donde el individuo queda anulado, bajo
dinamismos pasionales tan peligrosos como el orgullo, el furor, el gregarismo o
el odio.