De
tema religioso, acabo de publicar mi primera novela titulada “El librito
devorador”. Los interesados pueden adquirirla en formato
digital (Kindle: 2,99 euros) o en formato
vegetal (libro de tapa blanda: 14 euros).
Adjunto
el enlace para los mecenas que deseen comprarla: https://www.amazon.es/El-librito-devorador-Desiderio-Parrilla-ebook/dp/B07X23QRTP/
Siguiendo
la política de micromecenazgo para proyectos creativos, si la novela se vende
bien prometo nuevas novelas de temática religiosa, a fin de cumplir con la
misión artística que posee este género. Aprovecho la ocasión para anunciarla al
público interesado y para compartir un breve comentario sobre la “novela
religiosa”, un género clásico actualmente en desuso, pese a su importancia
histórica en el desarrollo de la literatura universal y de la inculturización
de la fe cristiana.
Considero
que servirse de estas plataformas (Kdp, Kobo, Bubok, Lektu, Patreon, &c.)
es un buen modo de financiar la recuperación de este género literario, que ha
tenido tanta capacidad de transformación social y cultural. Es una pena
considerar el grado de abandono que sufre el género incluso en el seno de la
Iglesia católica, marginado de la producción artística y de la propaganda de la
fe. Creo necesario recuperar este género, injustamente olvidado, que tantas
veces ha servido a la apologética, la mistagogia o la pedagogía.
Es
cierto que la “novela religiosa” tiene un enorme potencial educativo y de
formación permanente, tanto entre los jóvenes como entre los adultos, como puso
de relieve “El progreso del peregrino” de John Bunyan. Novelas como “La Cabaña”
de William Paul Young permite divulgar y popularizar la fe cristiana en el
ámbito público y civil como ningún otro arte. Cómo ignorar que la obra de G. K.
Chesterton ha prestado servicios inestimables en la defensa de la fe, incluso
como un preámbulo literario de la fe, permitiendo el salto cultural que la
teología o la filosofía ya no podían ofrecer en las sociedades secularizadas.
Como mérito moral, la “novela religiosa” también logra superar el reduccionismo
tecno-económico que preside la industria del libro, redimensionando el género
novelesco y trascendiendo las falacias y trampas ideológicas y dictaduras
mercantiles que impone la “novela burguesa”, el género dominante actual. Sin
embargo, el género de la “novela religiosa” posee una dignidad y una esencia
que supera estos méritos pedagógicos, formativos o morales.
Lo
primero que hay que decir es que es imposible una novela religiosa neutral, por
las relaciones internas que mantienen la novela religiosa con la verdad. En el
“escenario religioso”, una consideración meramente estética o artística,
resulta imposible. Tampoco cabe reducir la novela religiosa a una lectura
moral.
No
se puede someter lo religioso a lo moral ni a lo estético, porque lo religioso
supone una categoría independiente al margen de ulteriores valoraciones. Por
eso cabe la posibilidad de encontrar magníficas novelas religiosas que sean
francamente inmorales, sin que dejen de ser totalmente acordes con la ortodoxia
católica, como por ejemplo: “Retorno a Bridshead” de Evelyn Waugh o “El fin de
la aventura” de Graham Greene. Por otro lado, una novela religiosa no tiene que
ser “bonita” ni una “preciosidad exquisita”. En contra de la tesis de
Chatebriand, Joris-Karl Huysmans demostró que puede darse el caso de una novela
religiosa genial marcada por la estética del horror, la fealdad y el
decadentismo, como lo prueban sus novelas posteriores a su conversión al
catolicismo en 1892.
Este
principio es aplicable incluso en aquellas novelas que secularizan el tema
religioso, o lo reducen a mera alegoría. Por supuesto este criterio continúa
siendo válido para las novelas que son religiosas por ser novelas
anti-religiosas.
Efectivamente,
el guión de Teorema de Pier Paolo Passolini es una narración religiosa en igual
medida que su guión del Evangelio según san mateo, aunque aquel sea sólo una
alegoría y este sólo una exposición literal de la pagina sacra. Tan religiosas son las novelas “Diario de un cura
rural” de George Bernanos como el “Cura de Monleón” de Pío Baroja o “San Manuel
Bueno, mártir”, de Miguel de Unamuno. O por poner un ejemplo mejor conjugado,
tan religiosa es “Los sótanos del Vaticano” de André Gide como la réplica de su
secretaria Béatrix Beck: “León Morin, sacerdote”.
La
ambigüedad que preside la novella de “La leyenda del Santo bebedor” de Joseph
Roth podría parecer un modo adecuado de recuperar la novela religiosa en las
sociedades secularizadas, porque parece estar por encima de esta dicotomía
entre religión y verdad. Así fue visto por numerosos críticos literarios
formalistas. Esta novelita recuerda a la imagen de la Gestalt caracterizada por
la ambigüedad visual, que genera la ilusión óptica de ver una figura de mujer
que a veces se percibe como anciana y a veces se percibe como joven, pero no
ambas cosas a la vez. Esta alternancia entre lo uno y lo otro parecía
cuestionar la posibilidad misma de la verdad en la novela religiosa, que
quedaba reducida a un juego literario de interpretaciones múltiples. Sin
embargo, es evidente que esto era sólo un pensamiento de coartada, un fraude
piadoso o una cínica utilización del género religioso en el terreno de la
“novela burguesa”, ya que evidentemente Joseph Roth asume en esa novela que lo
religioso queda confinado en el ámbito de lo alucinatorio y lo psicológicamente
patológico: la religión es una percepción errónea o una enfermedad mental.
Dentro del género de “novela burguesa” esta ambigüedad estilística sirvió a
Joseph Roth para producir una mercancía literaria con valor añadido que le
permitía vender más libros y ganar más dinero en un mercado editorial cada vez
más saturado y necesitado de curiosidades. Pero no se puede admitir que “La leyenda del
Santo bebedor” sea una “novela religiosa”, siendo como es una “novela burguesa”
construida bajo la apariencia falaz de lo pseudoreligioso.
Sin
embargo, hay que subrayar esta conexión interna entre los “valores literarios”
y los “valores de verdad”, aunque sea muy difícil, en muchos casos, seguir las
líneas sutiles de esa conexión. Incluso una novela alegórica como “Las crónicas
de Narnia” supone un posicionamiento partidista respecto de la religión
cristiana. Y por mucho que le pese a J. R. R. Tolkien, “El Señor de los anillos”
presupone un posicionamiento semejante respecto de la estructura racional que
manifiesta la teología dogmática católica. Y lo propio cabe decir de novelas
deudoras de la religión, tales como “Harry Potter” en cuanto J. K. Rowling
acusa la influencia religiosa anglicana de la Alta Iglesia o la serie “Crepúsculo”
manifiesta no pocos rasgos de la fe mormona de Stephenie Meyer.
El
partidismo no está reñido necesariamente con la verdad; por el contrario, es
condición de la misma. Sólo que las verdades se constituyen en muy diversos
planos, cuyas relaciones no son siempre conmensurables. La novela de J. P.
Gallagher donde se inspira la película “Escarlata y negro”, es una película
partidista (provaticana) que quiere salir al paso de las acusaciones dirigidas
contra Pío XII, en cuanto simpatizante de los nazis; y probablemente contiene
mucha verdad en lo que se refiere a la representación de las gestiones
bienhechoras de un monseñor Hugh O'Flaherty, durante la ocupación de Roma por
las SS.
¿Puede
hablarse de una “buena novela” de género religioso (descontamos “estilo”, “técnica”,
“instinto lingüístico”, “oficio”, “genialidad del autor” o “cachete”, &c.)
con indiferencia de la cuestión de la verdad? La razón fundamental de nuestra
respuesta decididamente negativa es ésta: El arte religioso en general está
indisolublemente ligado a la verdad de la “teoría interpretativa”, al margen de
la cual el sentido se desvanece; el sentido cambia al cambiar la
interpretación, y con él, cambia también el valor estético.
Nuestra
tesis relativa a la implicación entre el valor literario y la verdad (en la
novela religiosa), no pide la recíproca: Puede haber películas verdaderas, pero
de escaso valor literario. En todo caso, la verdad se nos da en “franjas” de
anchuras muy diversas, y, por ello, no hay reglas únicas para establecer su
conexión con el valor y el sentido.