Desde la década de 1940, la eclesiología católica comienza a estar dominada cultural y políticamente por los planteamientos de Nueva Cristiandad de Jacques Maritain (1882-1973). Para este modelo teopolítico existen esferas independientes de la Iglesia en una neta distinción entre los asuntos temporales y la acción divina, entre Dios y mundo, entre lo natural y lo sobrenatural, lo profano y lo sacro, lo secular y lo eclesial.
La distinción –bastante marcada en varias de sus principales obras- entre lo "temporal" y lo "espiritual", entre el mundo de la historia y de la política y el de la fe y la esperanza en la vida eterna, ha terminado por inspirar, seguramente más allá de su propia voluntad, esas posiciones dualistas en las que la Tradición no se reconoce. "Humanismo integral" (1936) y "El hombre y el estado" (1951) son obras suyas que exponen esta tesis de la Nueva Cristiandad. En su obra "El campesino del Garona" (1966) se distancia de estas desviaciones moralistas y semipelagianas y reafirma su adhesión a los puntos centrales de la doctrina católica.
En este período, aproximadamente hasta la II Guerra Mundial, impera todavía en occidente un catolicismo sociológico de cristiandad tradicional que está, sin embargo, entrando en crisis. Este catolicismo sociológico da sus últimos coletazos restauracionistas en Europa. El nacionalcatolicismo se derrumba en España. Bajo la "ley del péndulo" este catolicismo derechista está oscilando hacia un catolicismo izquierdista, pero el modelo propuesto por Maritain es el responsable de este sistema de alternancia entre extremos opuestos, donde lo uno genera por sí mismo su perfecto contrario: Contraria sunt circa eadem.
Este proyecto de "Nueva Cristiandad" de Jacques Maritain engendró una pareja de hermanos gemelos y antagónicos. La "nueva cristiandad" es la madre de estos dos hermanos antagonistas: la "teología de la liberación" y la "teología del desarrollismo tecnocrático". Los primeros se basan en categorías vagamente marxistas; los segundos en una concepción individualista más propia del calvinismo que del catolicismo, el marginalismo y la escuela liberal austríaca.
Esta Nueva Cristiandad de derechas considera como legítima la autonomía de la empresa y el estado, así como el poder jurídico, el ámbito cultural o los mass media. Estas esferas seculares, sin embargo, pueden ser cristianizadas por la intervención de cristianos que individualmente o asociados accedan al control de los puestos de poder, la banca o el capital financiero, el ejército o la judicatura, e influyan sobre la sociedad desde arriba hacia abajo a través de la hegemonía.
De esta manera, a través de una minoría selecta que lidere al resto, el Reino de los Cielos podrá realizarse en la sociedad secular mediante el trabajo ordinario en el mercado capitalista y el cumplimiento de las obligaciones inherentes al deber de estado en la familia, en el ejercicio de la profesión, la participación en la sociedad civil o el compromiso en la sociedad política.
El resultado de esta "neocristiandad dextrógira" en España o en Italia ha sido catastrófico, como ponen de relieve los datos estadísticos y la Teología Política más reciente. Esta fórmula se trasladó de Europa a Hispanoamérica con análogos resultados, a treinta años vista. Los efectos descristianizadores de las "democracias cristianas" o las "teologías del desarrollo tecnocrático" sobre las sociedades de antigua cristiandad no pueden ser más evidentes.
La Nueva Cristiandad de izquierdas reconoce la misma autonomía a estas esferas de poder secular, pero deposita este poder cristianizador de la sociedad no sobre las élites privilegiadas sino en las bases sociales y sus comunidades elementales (familia extensa, barrio, pueblo, región), de modo que la Iglesia jerárquica puede y debe intervenir en esta masa sociológica secular a través de un modelo asociativo novedoso. Estas comunidades populares cristianas, o comunidades de base, liberadas por la acción pastoral de la Iglesia, pueden tomar las esferas de poder desde abajo hacia arriba mediante la movilización social y la lucha política.
Estas comunidades básicas accederán al dominio de los puestos de poder mediante la intervención política, la revolución social, o incluso el levantamiento armado. Instaurarán de esta manera el Reino de los Cielos a través del trabajo ordinario, la ejemplaridad y el heroísmo ascético, así como la coherencia moral. El compromiso con la justicia social, el activismo político y la economía planificada son las señas de identidad de esta tendencia teopolítica.
Iniciado también en Europa, esta "neocristiandad levógira" alcanzó su cenit (o nadir) en Hispanoamérica en la forma de "Teología de la liberación", con resultados tan desastrosos como los de sus homólogos derechistas.
Forzoso es, sin embargo, detectar en ambos el mismo punto de partida: el modelo teopolítico de Nueva Cristiandad propuesto por Jacques Maritain. Cada una de estas tendencias tiene sus cifras de asesinatos a las espaldas, sus matones, sus torturadores, sus aliados y partidos políticos, sus filias y sus fobias, sus departamentos de comunicación y opinión pública, sus teólogos y periódicos…
En la década de los 60, las democracias-cristianas se convierten en imágenes especulares de las socialdemocracias occidentales, y no hacen sino agravar todavía más este desmantelamiento de la cristiandad católica que funciona como una apisonadora que devasta toda forma de vida culturalmente católica.
Ambas tendencias desvirtúan la esencia del cristianismo y oscurecen la originalidad del acontecimiento cristiano. Dios tenía que suscitar personas, carismas, figuras proféticas, que volvieran a la radicalidad evangélica para purificar la Iglesia y generar un pueblo renovado que escapase a esta confusión ideológica.
A este respecto, resulta un hecho sorprendente que el discernimiento de Carmen Hernández y Kiko Argüello siempre haya conseguido escapar a estas dos tentaciones mundanas: tanto a la desviación temporal ejercida por la derecha sobre la vida de la iglesia como al ascendente ejercido sobre la Iglesia desde la izquierda histórica. Esto sólo puede obedecer a dos razones: o simple contingencia histórica o pura providencia divina.
El hecho es que a través del Camino Neocatecumenal se ha iniciado una renovación de la Iglesia adaptada a los tiempos de hoy, que supera las dos mayores desviaciones históricas que se pueden apreciar en el seno de la Iglesia desde la caída del Antiguo Régimen.
A través de una experiencia muy distinta, don Luigi Giussani llegó a esta misma certeza que originó el método educativo del movimiento Comunión y Liberación (CL). Escribe a este respecto: «Los llamados "cristianos por el socialismo", por ejemplo, cometen estructuralmente el mismo error del cristianismo tradicional contra el que chocan: la reducción del hecho cristiano a un par de mandamientos. La única diferencia es que la obsesión sexual del sexto y el noveno ellos la sustituyen con la del quinto y el séptimo mandamientos, a menudo aislándolos del resto de la Escritura y de la experiencia cristiana» (Luigi Giussani, El movimiento de Comunión y Liberación, Encuentro, Madrid, 2010, p. 17).