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Portada:: Reflexión en libertad:: Desiderio Parrilla Martinez:: No hay judío ni griego (1)

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No hay judío ni griego (1)

Sun, 23 Sep 2012 00:02:00
 

El cristianismo ya no es religión oficial de ningún Estado (salvo Malta o el Vaticano), ni tampoco del pueblo. El tradicionalismo lo considera una especie de religión mejor para gente presumiblemente mejor; incurre así en un moralismo mediante el cual cree que favorece a la Iglesia dándole cierta vigencia y protagonismo cultural en la sociedad actual.

Paralelamente, la subversión progre seculariza esa misma tradición para sustituirla y asumir su papel civilizador histórico, presentando su izquierdismo como la fuente legítima de ese mismo moralismo a través de sus ONGs, la educación pública "en valores", sus planes de estudio, sus obras benéficas o culturales, la labor asistencial de orientadores, terapeutas, psiquiatras, trabajadores sociales que realizan como funcionarios a cargo del erario público una cura de almas humanística.

Los progres critican la noción de "cristiandad" para apropiarse de ella una vez secularizada.

Los conservadores pretenden mantener los "valores" cristianos tradicionales, como si fueran algo dado o adquirido, como propiedad "natural" del mundo y no el resultado de la gracia.

Ésta es la novedad: todo es acristiano, perfectamente descristianizado. Casi nadie rechaza este proceso secularizador que lleva siete siglos en marcha sin visos de acabar.

El choque entre derecha e izquierda ha sido el motor de esta descristianización. Lamentablemente muchos católicos no quieren entender este hecho en profundidad y no lo analizan. Creen saberlo todo de él por el mero hecho de que constatan sus efectos perniciosos. Buscan en su adversario político el chivo expiatorio a quien inculpar de los males de ese antagonismo.

Ahora bien, frente a esta renuncia, las escapatorias del pensamiento católico para no tomar nota de la realidad han sido múltiples: desde las corrientes ideológicas y regímenes dictatoriales de derechas en el período de entreguerras, al americanismo de los años 50-60, al marxismo de los 70, al occidentalismo de los 80 que precedió y siguió a la caída de los regímenes del Este en 1989.

Todas estas alternativas proceden de esta ceguera que originan la derecha y la izquierda tras la caída del Antiguo Régimen y que sigue desgarrando interiormente la Iglesia con sus evangelios apócrifos: yo soy de derechas, yo de izquierdas… Pero, ¿cuántos son de Cristo? A lo sumo de "Cristo, pero además de derechas", de "Cristo, pero además de izquierdas", pero nadie "de Cristo y para Cristo", el evangelio sine glosa del Poverello.

Tras la caída del muro de Berlín (1989) y el colapso de la URSS (1991) la diferencia entre derecha e izquierda, sin embargo, ha desaparecido. Es un hecho que la Sociedad del Bienestar iguala a la democracia cristiana y la socialdemocracia de las democracias parlamentarias, de modo que derecha e izquierda no se distinguen en nada. Planteémonos qué diferencias cabe encontrar entre los partidos de derecha e izquierda que rivalizan por los gobiernos. Ambos acuden a la Iglesia y a la tradición cristiana para obtener una identidad inexistente. Para distinguirse necesitan posicionarse respecto de un tercero, a favor o en contra, y este tercero es la Iglesia de Cristo, que ambos desvirtúan con su mirada ideológica. Asistimos a un torneo de tenis entre la derecha y la izquierda; pero la Iglesia de Cristo no es el trofeo sino la pelota.

Aunque ambos están equivocados, a la derecha reaccionaria y a la izquierda revolucionaria hay que reconocerles una intención correcta. Todas estas opciones eran intentos de retrasar o impedir el fin de la "cristiandad". O estrategias para dar vida a una fe moribunda. Pero se nos revelan como ilusiones. La intención de ambos fue correcta, pero sus actos son intrínsecamente malos. Cada una de estas opciones en el plano prudencial podía ser legítima para salvaguardar un espacio de libertad para la Iglesia, en razón de evitar cautamente un "peligro mayor", etc. Pero se han demostrado ilusorias en el momento en que se ha vivido la opción ideológicamente: como respuesta a la presunta crisis del cristianismo.

Tanto la derecha como la izquierda reivindican un cristianismo reactivo, sacrificial, pelagiano, bien sea para sustituirlo y "perfeccionarlo" (izquierda), bien sea para protegerlo de su "degradación" (derecha). La izquierda "sociata" se presenta con su humanismo universal como la ideología que puede asumir el antiguo papel civilizador de la Iglesia, manteniendo todas sus ventajas pero sin ninguno de sus "inconvenientes" temporales. Asimismo, la derecha se considera el único heredero legítimo de un cristianismo secularizado, masorético, sociológico y cultural, "tradiciones humanas sometidas a los elementos del mundo" (Col 2, 8) que diría san Pablo, cuyo "liderazgo cultural" trata de conservar mediante la demografía, los medios de comunicación de masas y el dominio de las esferas de poder, tanto económicas (banca, empresas, capital inversor) como jurídicas, culturales y políticas.

La derecha y la izquierda son ideologías enfrentadas desde la Revolución Francesa (1789) que trajo consigo el fin del Antiguo Régimen. Estas contra-ideologías mantienen engañado desde entonces al mundo civilizado sumiéndolo en su conflicto interminable que define la historia universal de los últimos dos siglos y medio. No es difícil darse cuenta de que este engaño se ha infiltrado incluso en el pueblo de Dios desde su origen y ha anulado incluso el discernimiento de sus ministros, dominando a obispos, alto clero, conferencias episcopales, universidades... El producto ideológico resultante es un pseudo-cristianismo, o cristianismo sociológico, derechista o izquierdista, que nada tiene que ver con el cristianismo original cuya única depositaria es la Iglesia católica.

Es lo que pasó con el sueño de la "restauración católica" de los años treinta en los regímenes de derechas en Europa y su revival antimarxista en las dictaduras derechistas de sudamérica hasta bien entrada la década de los 80. Un sueño que quizá podía retrasar el proceso de disgregación de las formas cristianas pero que, sin embargo, no podía generar ninguna fe genuina. Y también con el ideal "carolingio" de la Europa "cristiana" de Adenauer-de Gasperi-Schumann, premisa del american way of life que se desarrollaría durante los años sesenta, es decir, de ese modelo de vida que traerá consigo una secularización y descristianización sin precedentes.

Lo mismo sucedió con el "tercermundismo" evangélico, convertido en "teología de la revolución" o "teología de la liberación", que englobó el cristianismo totalmente en el marxismo, generando uno de los delirios culturales más disparatados de la historia. Y, por último, con el occidentalismo católico de los años ochenta que, concebido como solución de la crisis "moral" de Occidente y fundamento de los derechos humanos, ha desempeñado realmente un papel político en la caída de los regímenes del Este. No podemos decir que haya hecho lo mismo —a pesar de las ilusiones del post-89— en cuanto al renacimiento de la fe tanto en el Este como en el Oeste. Por ejemplo, la influencia de la ideología liberal burguesa durante 30 años en Polonia ha sido tan o más devastadora que la ideología soviética durante el mismo tiempo.







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