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Portada:: Reflexión en libertad:: Desiderio Parrilla Martinez:: Los signos de los tiempos

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Los signos de los tiempos

Mon, 20 Feb 2012 07:06:00

Nunca vivieron en la tierra tantos hombres como en el presente lo hacen. Nunca la humanidad tuvo un conocimiento tan profundo del mundo, y nunca hasta hoy pudieron algunas personas tener la capacidad de influir tanto en su entorno como para poder llegar, en el límite, a provocar, si quisieran, la destrucción completa de la vida sobre el planeta.

Por eso nunca antes había sido tan imperiosa la necesidad de contar con un discernimiento cristiano que permita mejor conocer el pasado, situarnos en el presente y hacer la voluntad de Dios en el futuro.

En los inicios del tercer milenio todo está conceptualizado, no hay ya tierras vírgenes de las que no se ocupen las ciencias y las técnicas (incluyendo entre éstas a la política o la geografía). Las ciencias y las técnicas (mecánicas, políticas, ingenierías) tratan de organizar toda la realidad, y pretenden agotar el conocimiento del presente.

Sin embargo, los conceptos de que se sirven para determinar el conjunto de la realidad del mundo, no agotan su conocimiento. Sólo la Iglesia está en condiciones de realizar un discernimiento adecuado de la situación presente a nivel planetario.

Como católicos tenemos, por tanto, la obligación de ser discípulos de santo Tomás de Aquino y hacer Geopolítica; debemos adquirir la mejor formación que el uso natural de la razón nos permita alcanzar para conocer adecuadamente esta sociedad global de Tercer Milenio. Pero también tenemos que ser discípulos de san Agustín de Hipona y hacer Teología de la Historia; debemos pedir el Espíritu Santo para que nos permita contemplar en su dimensión escatológica el momento histórico presente y hacer así presente a Cristo en esta generación, siendo sal, luz y fermento del mundo.

"No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" (Is 43, 18). El profeta en su misión de alentar al pueblo israelita intenta percibir la novedad que se avecina; procura discernir los signos de los tiempos que ayuden a encontrar consuelo a sus conciudadanos. Hoy la Iglesia es llamada a descubrir las nuevas semillas que van brotando día a día en el entramado de la historia. Está convocada para desvelar la presencia de Cristo en medio de las vicisitudes humanas.

Hoy la situación social aparece como cambiante. No se trata simplemente de una época de cambio sino de un cambio de época. Un determinado modelo histórico de vivir y presentar el cristianismo se está agotando. La Iglesia no puede permanecer indiferente ante este fenómeno de dimensiones mundiales.

La nueva sociedad se está vertebrando en torno a las ciudades. La dinámica urbana es imparable desde la perspectiva de la globalización y aparece como un "nuevo aerópago", en palabras de Juan Pablo II. A juicio de David Barrett, a medida que crecen las ciudades, el porcentaje de los cristianos urbanos disminuye. En 1980, el número descendió al 46,3%; según este autor, los no cristianos en las ciudades aumentan uno cada segundo. En 1990, las denominadas mega-ciudades (más de un millón de habitantes) no cristianas eran 5 mientras que hoy ya son más de 121 y se presume que para el 2059 serán 510. En nuestros días se estima que más del 33,6% de la población estará en las ciudades del tercer mundo y, de ese total, la mayoría se asentará en áreas muy pobres o suburbios. Desde este contexto, no se puede hablar sólo de misión urbana sino de misión urbana entre los pobres y preferencialmente hacia los jóvenes. Por decirlo todo a la vez, evangelizar la sociedad del nuevo milenio significa evangelizar las grandes ciudades con una opción preferencial por los pobres y por los jóvenes. En África, el 60% de la población son jóvenes inferiores a los 24 años. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas (División de Población, Departamento de Asuntos Económicos y Sociales) en la pirámide de población mundial estimada para 2050 predomina la población joven sobre la adulta de manera que de los 9.000 millones de seres humanos previstos para entonces 4.200 millones serán menores de 30 años.

Sin duda, la sociedad global y secularizada del Tercer Milenio supone un desafío evangelizador sin precedentes. Supone un reto a caminar hacia una pastoral nueva para las iglesias de vieja cristiandad.

Hay que pasar de una pastoral sacramentalizadora a otra de corte más evangelizador. La pastoral tradicional de sacramentos muestra estos rasgos: la iniciación cristiana no es fruto de una acción evangelizadora previa, sino que se centra en la recepción de sacramentos. Tiende a olvidarse el dinamismo eclesial de siempre sin tener en cuenta el proceso evangelizador de tipo misionero y catecumenal. Esta pastoral de mantenimiento considera realizada ya la adhesión de las personas al cristianismo; la adscripción a la Iglesia es confiada a los medios de socialización como son la cultura, la sociedad y la familia. Por ello, la acción pastoral tan sólo debe dedicarse a mantener ese cristianismo sociológico.

Sin embargo esta pastoral de cristiandad es inviable hoy por el simple hecho de que la cristiandad sociológica ha desaparecido. Reconociendo el indiscutible valor histórico que este modo de vida cristiano ha tenido en el pasado, es hoy en día un estilo pastoral que tiene un inconveniente muy grave: confía la adhesión al cristianismo a unas redes de socialización que, dado el secularismo avanzado, no son ya eficaces. Para compensarlo tampoco parece posible evangelizar 7.000 millones de almas complementando esta pastoral tradicional con una pastoral de ambiente o catequética, que supliera las deficiencias inherentes a la cultura posmoderna y neopagana actual.

La solución, empero, no consiste en inundar el mundo de libros y revistas de pastoral que nadie lee ni en la creación de institutos misioneros donde nadie ingresa. Sabemos que la solución es una pastoral de comunidades en misión. Pero lo sabemos no por un proyecto de ingeniería eclesial, salido del despacho de algún pastoralista y emprendido desde cierto voluntarismo pelagiano. Esta es la solución y no otra. Lo sabemos, a ciencia cierta, tanto como puede saberse algo con certeza. Pero lo sabemos por otra razón: porque esta pastoral existe ya como un pueblo en marcha extendiéndose por todas las naciones del globo terráqueo. Este pueblo hecho de pequeñas comunidades es un hecho objetivo y, sin embargo, obra de Dios que por pura misericordia se ha compadecido de los hombres de esta generación y ha suscitado gratuitamente un camino de conversión y evangelización adecuado para la sociedad global del Tercer Milenio. Para saber cuál es la solución para la Nueva Evangelización basta con mirar al mundo y aceptar los hechos que ya son incontestables.

Frente al hecho de la descristianización del mundo este pueblo, sin embargo, crece de manera populosa y está ya presente en los cinco continentes del mundo. Frente al colapso de la cristiandad surge potente este pueblo numeroso en cuyo seno las comunidades realizan el anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo a todas las naciones de la tierra. Frente al fenómeno de la secularización este pueblo emprende la evangelización Ad Gentes, implantando el evangelio en aquellas zonas donde no hay presencia cristiana, viviendo entre los pobres y anunciando a los jóvenes, a los alejados y pecadores, el perdón de sus pecados. Frente a la apostasía masiva en occidente este pueblo vive de un camino de renovación postbautismal, así como de un itinerario bautismal para salvación de los no bautizados. Frente a la desafección anticlerical generalizada este pueblo vive en obediencia a Cristo sirviendo fielmente a sus pastores los obispos y la Cabeza Suprema de la Iglesia, el Romano Pontífice. Frente a la "muerte de la familia" este pueblo espera ver cumplida de manos de María la Promesa de que en el mundo surgirán comunidades como la Sagrada Familia de Nazaret donde se vivirá en humildad, sencillez y alabanza y donde el otro es Cristo.

Estos y no otros son los signos de los tiempos.






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