En 1918 Pável Florenski escribió en la revista Makovec un artículo titulado: "El ritual de la Iglesia como síntesis de las artes". Era una interpretación de la liturgia como Gesamtkunswerk u "obra de arte total".
A través del misterio pascual de Cristo la liturgia genera una "plástica social" que sana las comunidades humanas y a cada persona en concreto. Jesucristo actúa de modo eficiente a través de los signos litúrgicos, la asamblea o la acción simbólica, y se hace presente de manera eminente en la Eucaristía. Mediante los signos sensibles se ejecuta la acción invisible de la gracia cuyos efectos de santificación resultan evidentes y necesarios para el gobierno de la Iglesia y la evangelización del mundo.
En este aspecto, Pável Florenski se adelantó al Concilio Vaticano II y la propuesta de Nueva Evangelización de los últimos papas, a cuyo servicio se pone precisamente el proyecto de Nueva Estética del Camino Neocatecumenal, según esta misma actitud de servicio y fidelidad a la Iglesia.
La Liturgia, efectivamente, posee este atributo de "obra total" puesto que integra todos los aspectos de la vida humana en un todo unitario. Origina además al "hombre nuevo" del que nos habla san Pablo, que es gestado por el Espíritu Santo desde el Cielo. La acción de esta gracia, sin embargo, no anula la naturaleza sino que la presupone y la eleva.
Como pone de manifiesto Hans Urs Von Balthasar en su obra Gloria, la Presencia de Dios se ha manifestado en la historia a través de las formas sensibles puesto que la naturaleza del ser humano es de esta índole. La Encarnación de Jesucristo lleva a su cumplimiento esta modalidad con que Dios ha tenido a bien manifestarse al hombre a través de la Belleza.
La Liturgia prolonga esta acción salvadora de Jesucristo a través de su Iglesia, pero sigue presuponiendo esta naturaleza estética del ser humano. Como tal, la Liturgia asume todos los aspectos de la sensibilidad y expresa la gracia mediante signos eficaces que abarcan tanto los sentidos externos (vista, oído, olfato, gusto, tacto), como internos (imaginación, memoria, cogitativa, propiocepción, equilibrio vestibular, nociocepción).
Desde esta dimensión sensible la gracia asume al hombre por entero, alcanza su identidad de "espíritu encarnado" y lo eleva resueltamente por medio de la gracia santificante sin omitir ningún aspecto de su humanidad. Como sostiene santo tomás: «sentire non est proprium corporis, neque animae, sed coniuncti» (Sum. Th. 1 q. 77 a. 5).
A continuación nos centraremos en uno de los aspectos más descuidados del culto católico que, sin embargo, el Camino Neocatecumenal recupera con el debido espíritu dentro de su propuesta de Nueva Estética para la Evangelización de Tercer Milenio.
Nos referimos al signo de la danza religiosa y su inserción dentro de la vida comunitaria.
Cada templo de Nueva Estética, cada catecumenio y sala celebrativa de ese complejo parroquial, supone una catequesis plástica para facilitar el encuentro con Cristo a través de la Liturgia.
El tañido de las campanas, los signos verbales proclamados solemnemente, la música, el canto, pero también el silencio, ayudan a redimir el oído. Los iconos, el cromatismo de las flores, los ornamentos litúrgicos, la iluminación adecuada de las diversas acciones simbólicas, santifican desde la vista. El olfato es elevado por el rito del incienso, las velas fragantes, el perfume de una asamblea en etiqueta, cuando inundan la estancia con el "buen olor de Cristo". El decoro de la sala y el orden de los signos asumen las facultades del equilibrio, generando en la asamblea una unidad de culto a través de la disposición cenestésica de un banquete. El menaje del altar, la riqueza del cubre-atril, las mullidas alfombras subrayando los signos con elegancia, la relación de texturas y materias de los ornamentos litúrgicos entre sí, ofrecen al fiel el misterio de Cristo interiorizado a través del tacto. El cuidado del aroma y el gusto de las especies de pan ácimo y de vino sumergen al fiel en la misericordia de Jesucristo en su Sacrificio para hacerle experimentar, finalmente, la alegría de su Resurrección pascual.
Los Templos de Nueva Estética, la armonía y verdad de sus signos, manifiestan a Cristo presente y actuando en ese lugar a través del "Cristo Total". Su "cuerpo místico" queda expresado en la maternidad de la Iglesia mediante una disposición antropomorfa del espacio celebrativo: la Sede (cabeza), el Altar (tronco), el Tabernáculo (corazón), la piscina bautismal (útero), y los asientos para la asamblea (brazos y piernas), son animados por la Presencia de Cristo a través de un mismo canon de diseño arquitectónico.
La danza, como signo extra-litúrgico, se integra en esta catequesis estética totalizadora. La danza es una síntesis de todos estos aspectos reunidos en un solo acto celebrativo. Podríamos decir que si cada signo actualiza desde la gracia una sola facultad sensible, la danza auna en un solo acto unitario toda esta pluralidad de actos sensibles que le preceden.
La acción simbólica de la danza favorece la santificación del "sentido común" que a su vez posibilita la santificación del resto de facultades sensibles e intelectuales, incluyendo el mundo de los afectos, la "cogitativa" para moderar el apetito de bienes económicos, la "memoria" para proteger al catecúmeno de las idolatrías del mundo, la "imaginación" para liberar su sensibilidad del afán de seguridades terrenas...
De esta manera, la Liturgia educa interiormente al catecúmeno en la voluntad de Dios y posibilita la aceptación de su Cruz gloriosa desde los niveles neuro-vegetativos más elementales hasta su asunción espiritual completa. Adecuándose a los ritmos naturales del hombre el modo celebrativo neocatecumenal hace de la vida de cada hermano una "liturgia santa" en una progresiva educación en la fe basada en la liturgia, la palabra y la comunidad. De un modo gradual, y sin violencia, la Iglesia santifica su capacidad de colaborar con la acción creadora de Dios mediante el cambio de vida que genera "obras de vida eterna" o"bellas artes", es decir, mediante la santificación de su "conversión al fantasma", dicho en términos de la venerable tradición escolástica, tradición que también enseña a apreciar la sabiduría inspirada del neocatecumenado.
La danza sería la culminación de esta significación celebrativa, su corona, donde el pueblo expresa con plena adoración y acción de gracias esta infinita condescendencia de Jesucristo en la Eucaristía.
Sólo este modo tan estético y específico de celebrar el rito romano, de un alcance antropológico tan radical, puede sostener al Camino Neocatecumenal como catecumenado de la Iglesia universal destinado a los más alejados y pecadores para engendrar en ellos el "hombre nuevo" del cristiano adulto en la fe.
Sólo este modo celebrativo, con estas expresiones particulares, culturalmente tipificadas, puede cumplir esta misión de Nueva Evangelización en la sociedad global de Tercer Milenio, una sociedad por otro lado, posmoderna, descristianizada y secularizada. De hecho, lo hace; y lo hace con abundantes frutos, y para mayor gloria de Dios. La prueba de la naturaleza inspirada y providente del modo celebrativo del Camino Neocatecumenal reside en estos frutos de conversión que Dios está concediendo a favor del bien común y del patrimonio espiritual de la Iglesia como modelo de esta Nueva Evangelización.
El pueblo judío danzaba en las fiestas religiosas principales. De hecho, el término "Pascua" proviene de palabras de origen hebreo y arameo, respectivamente, pesah y pasha, que significan: "paso","fiesta" y también "danza".
La celebración de la Pascua está en el centro y en el corazón de la experiencia bíblica, ya que está relacionada con el acontecimiento fundador del pueblo de Dios: el éxodo y la alianza. Por medio de la celebración de la Pascua se actualiza el acontecimiento salvífico en su forma litúrgica. Algunos jasidim danzan en corro alrederor del patriarca al concluir el Séder Pesaj, puesto que a través del cabeza de familia Dios cumple y renueva las promesas de su Pascua sobre esa y sobre todas las casas de El Shaddai. Durante Simjat Torá los rabinos danzan abrazados a la Torá como un novio que se desposa con su novia en memoria del rey David que danzó en torno al Arca (2 Sm 6, 1-23). Al modelo o esquema de la pascua bíblica se refieren también los Evangelios para interpretar la acción salvífica de Jesús. En el culto cristiano como "memorial" se prolonga el acontecimiento salvífico de toda la historia bíblica, que culmina en Jesús, muerto y resucitado (1 Re 18, 21-26).
Los catecúmenos de la Iglesia danzamos en torno a Jesucristo porque el Templo se ha reconstruido en su cuerpo resucitado y en su cuerpo místico que es la Iglesia, formado por todos los ciegos, mudos y cojos, los alejados del Señor, ¡los pecadores! De la Resurrección de Jesucristo brota el "octavo día escatológico" y el aceite inacabable del Espíritu Santo que unge la cabeza de sus elegidos e ilumina los pasos de su pueblo, como la Janucá definitiva e irrevocable.
La danza es el apogeo de esta alegría pascual, su clímax extra-litúrgico. En todas las tradiciones humanas la danza religiosa es la reconciliación cinestésica de cada parte con el resto del universo formando un todo armónico, dinámico, fluyente. Es reconciliación entre opuestos. Empezando por el cuerpo del individuo donde se reconcilian los dos lados del eje axial. Mediante las palmas, izquierda contra derecha, derecha contra izquierda, ambos costados entran en comunión, pues la belleza del canto desata en nosotros las ganas de entrar en danza. Y eso exige que la parte media superior (tronco, brazos y cabeza) se coordine con la media inferior (cadera, pies y piernas), en un movimiento que transciende al propio individuo y abarca a otros cuerpos con los que igualmente se entra en alabanza: círculos que bailan en corros, a pie y contrapié, describiendo trayectorias circulares que van abarcando a muchos otros según ingresan en el círculo, atraídos por la fuerza impetuosa de la alegría. El círculo gira y gira, se repite interminablemente, y sólo cambia para aumentar de diámetro. Pero esta repetición no es monotonía, sino vivacidad, gusto y regocijo de abandonarse a la belleza que mueve de dentro afuera y tiende a abarcarlo todo, unificándolo.
El final de "Los hermanos Karamazov" concluye con la esperanza de una comunidad que danza, y danza porque lo espera todo de Jesucristo. Danzan en su corro los pecadores, los delincuentes, los ateos insatisfechos, los escandalizados del mal en el mundo, los que no entienden su historia, los antiguos comunistas... La danza es el único círculo que está cerrado para seguir abierto: cerrado, para no perder el ritmo de los demás; abierto, porque se celebra algo que se desea para todos los que aún no guardan el ritmo con nosotros. Es el ritmo de los planetas, que giran en órbitas. Es el ritmo de los ciclos atómicos descritos por los átomos alrededor de sus núcleos. El universo no se sostiene en una Ley, sino en un canto. Y el canto está para bailarse. Los físicos han intuido algo de esta experiencia cuando hablan de la simetría del universo. El universo -afirman- posee un orden matemático, y este orden se muestra en una simetría. El universo está organizado de forma simétrica en todos sus órdenes. El físico ha intuido que la belleza es el fundamento del cosmos. El cristiano lo celebra. Por la Pascua de Cristo se encuentra reconciliado con Dios, con su prójimo, consigo mismo y la creación entera. La simetría no es rígida sino festiva: no cabe en una ecuación, pero puede festejarse con la alabanza del cuerpo, la danza, o la alabanza vocal del canto.
El papa Juan Pablo II lo expresó así en su primer viaje apostólico a España en el año 82, cuando presenció un baile en honor de la Virgen del Pilar. Al finalizar el baile pronunció las siguientes palabras: "Unas palabras de reflexión. En todos los países se reza y se canta, parece que en España no sólo se reza y se canta, sino que también se baila por la gloria de la Virgen. Entonces se plantea aquí un problema para los teólogos. San Agustín ha declarado que aquel que canta reza dos veces. Yo me pregunto cuántas veces reza aquel que baila. Este es un problema para los teólogos".
El Camino Neocatecumenal es un "itinerario de iniciación cristiana y formación permanente en la fe", según establecen sus estatutos aprobados por la Santa Sede. Como tal, no es una orden, ni un movimiento, ni una asociación de fieles, ni una prelatura personal; ni lo será nunca. Sin embargo, el Camino no se agota en esta faceta jurídica, lo mismo que una madre no es solamente "la mujer que engendró, al menos, un hijo".
De hecho, no puede haber Camino Neocatecumenal sin Comunidad Neocatecumenal. Los signos de "comunión perfecta" y "amor en la dimensión de la Cruz", surgidos en el seno de estas comunidades, han engendrado un pueblo numeroso con identidad propia, que ya ha obtenido reconocimiento jurídico dentro de la Iglesia.
Pero lo que define al Camino Neocatecumenal no es primeramente este formalismo jurídico, sino su condición de pueblo, cuya existencia precede a todo reconocimiento legal, y lo exige. La prueba es que las normas canónicas no danzan. Pero un pueblo sin danza no es tal pueblo, y el Camino Neocatecumenal lleva cuarenta años danzando en torno al misterio pascual de Jesucristo, con una danza que tiene fuerza de ley.
Corresponde a otros la obligación de reconocer lo que la Iglesia reconoce y que dancen con este pueblo jubiloso en círculos. Y si no danzan les compete, al menos, callar según las más básicas normas de decencia cristiana.