El icono "Virgen del Tercer Milenio" es otro ejemplo logrado de la propuesta de Nueva Estética del Camino Neocatecumenal. Esta renovación del arte religioso depende a su vez de la reforma litúrgica y teológica del Concilio Vaticano II.
La reforma teológica vino de la mano de autores como Marie-Dominique Chenu, Henri de Lubac, Jean Daniélou, Ives Congar, Romano Guardini, Joseph Ratzinger, entre otros. Pero, sobre todos, destaca la monumental aportación de Hans Urs Von Balthasar con su trilogía (Gloria, Teodramática, Teológica), que representa una Summa Theológica del siglo XX. Por otro lado, la reforma litúrgica recupera el esplendor pascual gracias a liturgistas de la talla de Odo Casel, Dom Botte, Pierre Jounel, Pierre-Marie Gy, etc. Todas estas corrientes quedan incorporadas a la iniciación cristiana y la formación permanente del Camino Neocatecumenal a través de las formas plásticas de la liturgia, la palabra y la vida en comunidad.
El Icono que nos ocupa está basado en el modelo de la Virgen de Vladimir que se encuentra en la Galería Tretjakov de Moscú, considerado como el icono más grande de la Santa Madre de Dios, que el papa Juan XXIII proclamó patrona de la unidad de todas las iglesias.
Kiko Argüello (León, 1939), su autor e iniciador del Camino Neocatecumenal, comentó este icono en los siguientes términos: "En nuestro icono la verdadera protagonista de la obra es la mirada de la Virgen: no somos nosotros los que miramos a la virgen sino que es la Virgen quien nos mira a nosotros, nuestros sufrimientos, los pecados, las angustias... y provee, como ha visto y provisto en Canaan de Galilea cuando en las bodas faltaba el vino. El color rojo fuego y el amarillo recuerdan la zarza ardiente desde la cual Dios habló a Moisés. Es el fuego del celo divino por la salvación de los hombres. La Virgen observa nuestra vida y ve que falta el vino de la resurrección: la victoria sobre la muerte. Nuestras bodas humanas, nuestras alegrías no son plenas, falta el vino. Cristo, su hijo amado, consigue la salvación eterna para nosotros. Resucita de la muerte y se consume el vino. Ahora todo tiene sentido, Cristo ha resucitado, la muerte ha sido vencida y la Virgen intercediendo por nosotros nos invita a llevar a todos los hombres el vino de la Nueva Evangelización."
El icono mide 100 x 74 cm. Está pintado al óleo sobre tabla de roble cocida al bolo y laminada con pan de oro. Fue pintado un año antes del Gran Jubileo del año 2000, preparación universal propuesta por Juan Pablo II para toda la Iglesia como preámbulo de la Nueva Evangelización del Tercer Milenio. La Santa Virgen con el Niño están rodeados por las siguientes inscripciones: "Ave stella novae evangelizationis tertio millenio Maria humilis mater gloriosa".
Nosotros nos centraremos precisamente en esta inscripción situada en el lateral derecho de la obra. De entrada, cabe decir que es una larga leyenda (leienda: "que se puede leer") con reminiscencia de los títulos lapidarios del arte paleocristiano. En numerosas ocasiones, Kiko Arguello ha empleado este recurso de la simbología cristiana que, por otro lado, fue la primera manifestación artística de la Iglesia primitiva, muy anterior a la iconografía, de la que posteriormente se hizo inseparable. De hecho, los iconos suelen contener los nombres apocopados según las reglas de esta tradición primitiva de las inscripciones.
Como decimos, las reliquias más antiguas del arte paleocristiano son estas inscripciones conservadas, por ejemplo, en las lápidas y paredes de las catacumbas. Ejemplos de estos ideogramas son el crismón, el lábaro, la cruz, el acrónimo "ichthys", los anagramas, las inscripciones icónicas, los emblemas de la hiedra, del orante, del Buen Pastor, del ancla, de la cierva, del Fénix, de la paloma, del faro, etc.
En este caso la inscripción tiene la forma de un bloque rectangular muy estrecho y vertical que evoca las formas de una columna veteada, las formas leñosas de un tronco de palmera, una escalera de siete pasos o un camino jalonado por tres cruces en forma de tau. Nos disponemos a analizar desde un punto de vista semiótico estas cuatro figuras para exponer la catequesis plástica de este icono.
Pese a sus diferencias, las cuatro figuras comparten el mismo centro de significación. En las cuatro figuras la inscripción se encuentra dominada por el clásico juego de palabras entre AVE y EVE. Este calambur mariológico es bien conocido por la tradición epigráfica. San Bernardo se acerca varias veces a esta cuestión. Sin pretender ser exhaustivo, lo encontramos -por ejemplo- en Homilías sobre el "Missus est", II, 3, p. 527; III, 7, p. 541; también en Sermones de Santos, "En el domingo infraoctavo", p. 623; y también en el De aqueductu, donde se lee: "no ignoráis a quién fueron dirigidas estas palabras: Dios re salve, llena de gracia, (…) Quizá para que Eva pudiera justificarse por medio de su Hija, y cesara ya la queja del hombre contra la mujer", pp. 1467-1468. Esta tradición epigráfica se recupera en el barroco para la poesía, por su fuerte conceptualismo. Baltasar Gracián, por ejemplo, le dedica breves comentarios en el discurso XVIde "Agudeza y arte e ingenio".
Nuestro icono, sin embargo, lleva más lejos esta tradición milenaria del arte cristiano y explota al máximo las posibilidades de este recurso epigráfico. La mencionada leyenda reza:
AVE
STELLANOVAEEVAN
GELIZATIONIS
TERTIO
MILLENNIO
MARIAHUMILIS
MATER
GLORIOSA
La inscripción consta de siete líneas, número simbólico de la plenitud. Una octava línea paralela contiene el término STELLA, en referencia al "octavo día escatológico" de la Resurrección cuya dirección es señalada por la Virgen como estrella polar para orientar a los marineros embarcados en la nave de la Iglesia, refugio de pecadores. Cualquier hombre, con toda su miseria y confusión, puede cobijarse bajo el amparo de la Virgen del Perpetuo Socorro, como el niño Jesús se recoge bajo la protección de su seno maternal.
Cuando analizamos los términos de la inscripción desde la clave tradicional: AVE/EVA, la interpretación tipológica resulta riquísima y de una exquisita belleza. Procedemos a triturar el pictograma. Obtenemos así los siguientes significantes:
AVE
EVA
EVE (=AEVO)
OVAE
ANGELI
NOVAE
EVANGELIZATIONIS
Estos términos se obtienen por paraeidolia, un criterio de lectura habitual en epigrafía. Los tres primeros signos forman un triángulo: AVE, NOVAE EVAN, es decir, "Ave, nueva Eva". EVA está amalgamada en EVANGELIZATIONIS. El triángulo remite a la Trinidad que saluda a la Santísima Virgen María. La presencia epigráfica de la Trinidad se refuerza con su presencia icónica a través de Jesús, el Espíritu santo (la paloma) y el Padre que, como Luz inmarcesible, transfigura el icono y la propia inscripción.
La estructura especular de AVE/EVA es manifiesta en toda la columna que se levanta en torno a un eje de simetría. Las letras del centro, eminentemente verticales, son como una hilera de vértebras que sostienen esta columna, resumen de la dogmática católica. Esta espina dorsal de la Iglesia es la Cruz Gloriosa, el Vía Crucis que desemboca en el Calvario. Por su Pasión y su Cruz, Cristo ha salvado al mundo. Este sacrificio de Cristo está sugerido por la presencia de tres letras con forma de "tau" sobre el eje de simetría. Efectivamente, la tradición identifica la "tau" con la Cruz. Recordemos también que la "tau" (Ez 9,3-6) es la cruz de san Antonio o crux commissa. En este caso aparecen tres cruces alternas como en los humilladeros del vía crucis, memoriales muy populares del sacrificio de Cristo en el Gólgota.
Esta simetría permite además leer en espejo la segunda línea de la inscripción, omitiendo la N inicial y la N final que resultan ingrávidas. Queda así OVAE, por un lado, y EVA por otro. El segundo término es autoevidente; el primero sugiere OVO. Además la simetría en epigrafía admite la reflexividad, de modo que los términos resultan reversibles pero también intercambiables. Al dar la vuelta a OVAE obtenemos [A]EVO.
Comencemos por analizar OVO, que en latín significa "huevo", aunque como sustantivo abstracto admite la acepción de "principio", "origen" o "fundamento" siendo el equivalente latino del término filosófico griego "arjé". OVO es un término redondo, máximamente simétrico. Como nombre concreto permanece más puro en palabras como "óvulo" u "ovocito", que de manera abstracta también remite al origen y la fuente de vida. OVO se relaciona así con la capacidad de concebir, de engendrar y, por extensión, a la fecundidad y a la mujer que porta en su interior la fábrica de la vida. Por metonimia, podría relacionarse con la matriz y su terminación ovárica. Por sinécdoque, nos remite a la maternidad y la fertilidad. Un refrán latino nos descubre su significado abstracto a partir del concreto: "Ab ovo usque ad malum". Obedeciendo a la literalidad de los nombres el refrán diría: "desde el huevo hasta la manzana". Tomando los nombres en abstracto obtenemos su sentido propio: "desde el principio hasta el final".
En este punto podemos relacionar OVO con el término paralelo que habíamos encontrado en la simetría: AEVO. AEVO, o EVO, es un término latino que significa "perpetuidad", "duración sin término". La evieternidad es lo que empieza pero no tiene fin en el tiempo. Dios en teología posee el atributo entitativo de la eternidad. El alma humana, sin embargo, no es eterna sino evieterna, por su subsistencia e inmortalidad. También son evieternos los ángeles, la gracia santificante y el cielo, según opinión mayoritaria de los teólogos.
De esta manera, la Virgen María se convierte en fuente de Vida Eterna, principio de una vida que no termina nunca; origen de todas las gracias, principio de la santidad y origen del cielo, porque ha sido madre de la Eternidad.
El encabezamiento insiste todavía más en este significado vinculado a la relación entre principio y fin. AVE contiene en el juego A, V y E, tres letras griegas encubiertas por la grafía latina: alfa, ípsilon minúscula y omega. La letra griega omega puede ser rotada hasta disponerse en vertical con sus brazos orientados a la derecha. Entonces queda mimetizada como la letra latina E. Alfa gira hasta quedar invertida boca abajo y parece una A. Ípsilon en minúscula es idéntica a nuestra Y. El resultado final es evidente: "Alfa y Omega".
Como es bien sabido, "Alfa y Omega" es la manera en que se denomina a Jesucristo en el Apocalipsis (Ap1, 7-8). Nótese que en este pasaje se llama Alfa y Omega al que viene en las nubes. Nótese también que en este Icono, el monograma "Alfa y Omega" aparecen sobre el blanco nuboso de la paloma (Cfr. Ap 21, 6; 22, 13; Jn 4, 14; 7, 37). Este significado radica en el hecho de que Alfa y Omega son la primera y última letras del alfabeto griego clásico (jónico), respectivamente. En Ap 1, 11, Cristo dice: "Yo soy el Alfa y el Omega, el primero y el último". En algún crismón actualizado, Kiko Argüello ha fundido la alfa, la ípsilon y la omega en un solo signo.
Después de este análisis tan pormenorizado corresponde llevar a cabo una síntesis que permita comprender el significado unitario de todos estos términos juntos. De esta manera, obtenemos una catequesis de una grandísima belleza significativa usando sólo 10 palabras.
El resultado es el siguiente: "Ave, nueva Eva, estrella, ángel, principio de la santidad y de la Nueva Evangelización. Eres el origen de Jesucristo que es el Alfa y la Omega, Principio y Fin de todo lo creado". Esta catequesis plástica contiene los principales títulos de María: mediadora de todas las gracias, corredentora, Madre de Dios (Theotokos) y Madre del Redentor (Redemptoris Mater). Tampoco es casual el número de palabras que componen esta catequesis, porque la Virgen María es el cumplimiento de las Diez Palabras del Sinaí. Dios nos dio en Moisés Diez Palabras proféticas. Dios nos da en María estas Diez Palabras cumplidas; María es, por tanto, modelo de toda santidad, la Nueva Ley del amor llevada a su culminación en un ser humano por obra y gracia del Espíritu Santo. Todas estas significaciones están contenidas en el "Himno a la Virgen del Tercer Milenio" titulado: "María, madre del camino ardiente" que Kiko Argüello compuso para este Icono: ángel de la guarda del tercer milenio, lugar de todas las gracias, imagen de la virtud, etc.
Finalmente, podemos considerar la inscripción como un caligrama, atendiendo a su figura y abstrayendo su naturaleza de texto, como se muestra en el ejemplo de la ilustración anterior donde los artículos del Credo dibujan una Cruz.
Como dijimos al principio del artículo se obtenían cuatro figuras principales, según tomemos la figura de la inscripción como un pictograma ascendente o descendente. Si se visiona de manera ascendente la figura adquiere, por ejemplo, la fisonomía de una escalera (Gn 28, 11- 19). La inscripción representaría entonces la escalera (sacta scala) para ascender hacia Cristo a través de la mediación de María Santísima. Es una escalera con siete grados (jornadas de la creación, sacramentos, dones y frutos del Espíritu Santo) pero cada peldaño se asegura por entero sobre la Virgen. En sentido descendente, la figura sugiere una lluvia fina que cae ininterrumpidamente desde las nubosas formas de la paloma sobre María y sobre la tierra (Jc 6, 36 -40): Rorate caeli desuper, et nubes pluant iustum... Ciertamente en María Santísima esta lluvia fina ha dado su fruto (Is 55, 10-11; Sal 64, 10-14;Mt 13, 1-23).
Tanto en sentido ascendente como descendente cabe interpretar la figura como Vía Crucis, según queda dicho más arriba. La cuarta figura significativa es la figura de la palmera que surge de una interpretación ascendente del caligrama. Dice la escritura: "El justo florecerá como una palmera" (Sal 92, 12). Esta cuarta interpretación tal vez sea la más interesante de todas ellas. Las hojas de la palmera, llamadas simplemente palmas, fueron en la antigüedad un símbolo de la victoria. Pueden verse en grabados de medallas como indicación de la conquista de alguna ciudad. Era costumbre además otorgar una palma a los atletas y corredores de carros triunfadores. En la iconografía cristiana la presencia de la palma en la mano del santo es indicación de haber sufrido martirio.
La palma es, por tanto, símbolo de muerte. Pero, simultáneamente, es símbolo de resurrección. De hecho, el nombre griego de la palmera datilera es Fénix (Phoenix), de donde procede Fenicia, que significa palmeral o palmar. El nombre de Fénix evoca la famosa ave mitológica que muere para renacer con toda su gloria. De esta ambivalencia se hace eco precisamente la tradición sapiencial judía en el Libro del Zohar. El símbolo de la palmera es de una riqueza semántica maravillosa, resumen de los principales misterios de Cristo. Es símbolo de la rectitud del Justo, cuya vida apunta al cielo y da fruto abundante y dulcísimo. Es símbolo de su resurrección y su perennidad. De hecho, en el arte paleocristiano resultan indiscernibles muchas veces la paloma y el fénix.
Si consideramos nuestra inscripción como el tronco nudoso y accidentado de la palmera, encontramos su copa coronada por el monograma AVE que ya hemos descifrado convenientemente, y que tiene la forma simbólica de una "clave" o piedra angular (Sal 117, Mt 21, 42). De este monograma brota la arboladura mimetizada en las alas de la paloma, o tal vez las del fénix, si mantenemos la ambivalencia de la tradición. Por otro lado, esta tradición litúrgica siempre reparó en la semejanza entre las hojas de palma y las alas de los pájaros. De hecho, los botánicos clasifican la palmera como pinnatisecta (del latín, pinnatus), porque pertenece al tipo de plantas cuyas ramas tienen forma de alas y con hojas parecidas a las barbas de las plumas.
Las alas de la paloma, o el ramaje de la palmera, caen a un lado y otro del tronco y cobijan en su seno a María y al Niño (Dt 32, 11; Ex 19, 4).
"Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila a fin de que volara de la presencia de la serpiente al desierto, a su lugar, donde fue sustentada por un tiempo, dos tiempos y medio tiempo." (Ap 12, 4)
¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos!