El papa Pío XI condenó, de modo solemne, el racismo nazi en la encíclica Mit brennender Sorge ("Con ardiente inquietud") que se leyó en las iglesias de Alemania el domingo de Pasión del año 1937, iniciativa que provocó ataques y sanciones contra miembros del clero. El 6 de septiembre de 1938, dirigiéndose a un grupo de peregrinos belgas, Pío XI afirmó: «El antisemitismo es inaceptable. Espiritualmente todos somos semitas».
Sin embargo, repugna comprobar cómo la judeofobia sigue vigente incluso entre miembros de la Iglesia. No es sólo antisemitismo (que ya serían un pecado grave) o antisonismo (que sería un error garrafal en geopolítica), sino que llega a ser un odio contra la misión del pueblo hebreo en la economía de salvación.
La fuente primigenia de estos rebrotes es el denominado supersesionismo o Teología de la Suplantación, que sostiene que el cristianismo vino a reemplazar a un judaísmo que quedara obsoleto; que el testamento es «Nuevo» porque es una revelación de amor que ha venido a sustituir el «Antiguo», el de la ley mosaica belicista y vengativa, incompatible con el Evangelio.
Estos neo-marcionistas critican a las realidades eclesiales que aman con amor de observancia al pueblo elegido y sus tradiciones. Estas realidades eclesiales y sus iniciativas cumplen, así, obligaciones de justicia debidas por la virtud de la piedad. Por esta devoción sufren la calumnia, la detracción, los anónimos injuriosos y el libelo constante, por parte de estos neo-antisemitas, cuyas doctrinas se han infiltrado también en el seno de la Iglesia.
Este odio se encubre, en no pocas ocasiones, con una falsa apariencia de "tradicionalismo" o de "integrismo". Nada más falso. En cuanto se rasca un poco esta superficie engañosa aflora el antisemitismo más ramplón que toma algun elemento tradicional (con minúsculas) de la cristiandad como pretexto para sus invectivas calumniosas contra las nuevas realidades eclesiales que muestran con sus signos cómo la Tradición (con mayúscula) de la Iglesia asume y da cumplimiento a las tradiciones del pueblo hebreo.
Sin duda, la mayor parte de la cristiandad no acepta esta visión extravagante y hostil sobre el estatus de los judíos en la historia de salvación. Pocos son los que se han contagiado de esta enfermedad moral abominable que ha originado el negacionismo, el revisionismo y ahora la persecución contra cristianos que viven en la Iglesia sin cortar con las raíces judías de su fe.
La mayoría del pueblo cristiano, la sede papal y las nuevas realidades eclesiales muestran, sin embargo, una fidelidad total a las reformas del Concilio Vaticano II y sus enseñanzas al respecto (Nostra Aetate, Documento de la Comisión especial para las relaciones religiosas con el Judaísmo del 1 de diciembre de 1974, Documento de la Pontificia Comisión Bíblica sobre "El pueblo judío y sus sagradas escrituras", etc.).
Muchas de estas nuevas realidades eclesiales manifiestan, además, esta renovación de un modo estético a través de la mistagogia en sus medios de iniciación cristiana o de formación permanente, y educan en la fe a sus miembros mediante la catequesis plástica de los signos litúrgicos y la música sacra. Esto supone un dique de contención muy potente que asegura que la enfermedad del antisemitismo quedará contenida en los estrechos márgenes de esta minoría rabiosa.
Esta riqueza de una Iglesia renovada por el Concilio Vaticano II, y cuyos frutos son evidentes en realidades como el Camino Neocatecumenal,
también son criticados por estos grupos minoritarios y marginales que no dan fruto ninguno. Son como los fariseos que ni entran en el Reino de los Cielos ni dejan entrar a otros (Mt 23, 13-15).
Pero sus críticas crean confusión y a veces desorientan a gente honrada y de buena voluntad. Sin embargo, es necesario advertir que estas críticas no tienen más motivación que su odio previo a todo razonamiento. En cuanto se habla con esta gente más de quince minutos enseguida aflora alguna monstruosidad moral. Echan pestes de un supuesto "capitalismo del judaísmo internacional", con sus conspiranoias y sus contuvernios judeo-masónicos. Ridiculizan a tal papa por apedillarse Katz. O acusan a tal o a cual fundador de ser "marrano" o "criptojudío" por apedillarse Wirtz o Escrivá. Simpatizan incluso con la idea de que la Shoa era un castigo divino, o niegan que la Shoa existiera. Los hay que reprochan a los judíos su asimilación mundana, los hay que los odian en cambio por el sionismo.
Sus mentiras son de todos los tamaños y colores y desvitúan lo que tocan. Pretenden influir incluso en decisiones papales mediante el lobby y la presión a través de libros y webs injuriosas.
Estemos en guardia contra estos impostores, sus delirios, sus medias verdades y sus mentiras completas, producto de mentes que han perdido el sentido de la realidad. No permitamos que engañen a la gente con sus patrañas, ni que desacrediten o lesionen la fama de realidades eclesiales tan queridas por Dios.
Como dice el Salmo 1: "Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos/ ni anda mezclado con pecadores/ ni en el banco de los burlones se sienta".