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Portada:: Reflexión en libertad:: Desiderio Parrilla Martinez:: Icono de la Sagrada Familia

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Icono de la Sagrada Familia

Sun, 08 Jan 2012 17:26:00

Tengo el privilegio de trabajar junto al templo del Monasterio de los Jerónimos, sede desde 1996 de la Universidad Católica san Antonio de Murcia (UCAM), una joya de la arquitectura barroca. En esta joya se conserva la copia de otra joya de la iconografía cristiana reciente. Me refiero al icono de la Sagrada Familia de Nazaret pintado por Kiko Argüello (León, 1939), iniciador del Camino Neocatecumenal.

Está expuesto en una pared al modo latino, y no en la "esquina bella" según la tradición ortodoxa. Pero es difícil no entrar en oración estando en su presencia. Este icono, por sí mismo, bastaría para mostrar la importancia del proyecto de Nueva Estética del Camino Neocatecumenal.

Dicho proyecto recupera la tradición iconográfica para el arte sacro. Los iconos se pintan en comunidad por hermanos según la regla de los antiguos zografos (del griego, pintor), donde la pintura se convierte en liturgia santa mediante la vida sacramental, la oración contemplativa y litúrgica, así como la disciplina ascética.

Esta tradición originó lo mejor de la iconografía cristiana en los talleres, cuadrillas y escuelas de maestros como Teófano el griego, Andrei Rublev o Projor de Gorodets. Toda esta sabiduría se recogió posteriormente en la Hermeneia o "manual para pintores del monte Athos" (1730-1734), y se refleja en esa obra cumbre de la mística cristiana que es la Filocalia. Junto al centro "Ezio Aletti" del Pontificio Instituto Oriental, y la obra del padre Marko Iván Rupnik SJ, el proyecto de Nueva Estética del Camino Neocatecumenal constituye el único caso de renovación artística que yo conozca emprendido según las disposiciones estrictas del Concilio Vaticano II.

La imagen de la gran celebración "Por la Familia Cristiana" es este icono de la Sagrada Familia que muestra a Jesús llevado sobre sus hombros por San José y a la Virgen, regresando desde el Templo de Jerusalén a su hogar en Nazaret. El icono fue encargado a Kiko Argüello por el Consejo Pontificio para la Familia con motivo del II Encuentro Mundial de las Familias celebrado en Rio de Janeiro en 1997. Rico en contenido evangélico y teológico el icono es un memorial que propone una meditación sobre la Sagrada Familia, la misión salvadora de Cristo, y la familia cristiana. Fue donado por el autor al papa Juan Pablo II y desde entonces ha presidido varios Encuentros Mundiales de la Familia (EMF), como supongo que lo hará este año en el VII Encuentro Mundial de las Familias en Milán desde el 30 de mayo hasta el 3 de junio.

El icono, pintado al óleo sobre tabla de encina, mide 1 metro por 1,20. El fondo, como es tradición en la pintura sagrada de raíz oriental, ha sido estofado con oro fino y alguna línea de assit, en alusión a la luz celestial que transfigura el mundo. Predomina el color ocre de tono rojizo, que en la iconografía simboliza la divinidad.

El lenguaje artístico de este icono, en el que se mezclan elementos estilísticos occidentales con formas bizantinas, expresa también el anhelo de unidad entre la iglesia Católica y las iglesias ortodoxas tan deseado por el papa Benedicto XVI y por su predecesor. De hecho, el semblante de san José muestra una ambivalencia significativa a este respecto. Bien podría representar la imagen aquiropoeta de la Síndone de Turín. Pero también podría representar el rostro de Chárbel Makhlouf (1828-1898), santo maronita canonizado el 5 de diciembre de 1965 por Pablo VI en la clausura del Concilio Vaticano II, y patrono de la unidad de los cristianos.

 

         


 

De este modo, podríamos aplicar al icono las palabras pronunciadas por el beato Juan Pablo II durante la homilía de inauguración de la capilla "Redemptoris Mater" en el Palacio Apostólico Vaticano: "Aquí Oriente y Occidente, lejos de contraponerse entre sí, se intercambian los dones con el intento de expresar mejor las insondables riquezas de Cristo. Doy las gracias a cuantos han trabajado con entrega y amor en la realización de esta obra que se propone como expresión de esta teología a dos pulmones de la que puede sacar nueva vitalidad la Iglesia de tercer milenio". Como Carmen Hernández suele repetir a menudo, el Concilio Vaticano II es esta Pascua de la Iglesia: el paso del Jordán hacia el pueblo hebreo y hacia los hermanos de las Iglesias de oriente, según nos recuerda también la carta apostólica Orientale Lumen del 5 de mayo de 1995.

En el icono, Jesús ya adolescente lleva la cruz en forma de cetro real, doble símbolo de la Pasión que va a sufrir y de su condición de Rey. San José, con el rostro del Siervo de Yahvé (Is 53) inspirado en la Faz de la Sábana Santa, carga con la responsabilidad de padre y protector del "Hijo amado" (Mc 1, 11). La Virgen María (Theotokos, o Madre de Dios, como rezan las letras rojas encima de su cabeza), camina junto a ellos recibiendo de la mano de Cristo un rollo en la que aparecen en letras griegas las palabras del profeta Isaías: "El Espíritu de Señor está sobre mí, porque me ha ungido [para anunciar a los pobres la Buena Nueva]" (Is 61, 1), palabras que leerá Jesús en la Sinagoga de Nazaret al iniciar su ministerio público y que aplicará a si mismo, identificándose cómo Mesías y Salvador (Lc 4, 18. 21). Las dos estrellas en la cabeza y el hombro de la Virgen hacen referencia a las otras dos personas de la Santísima Trinidad, Dios Padre y el Espíritu Santo. Cuando Jesús había cumplido doce años, fue con San José, la Virgen y sus parientes a celebrar la Pascua en el Templo en Jerusalén. Allí le perdieron de vista y lo encontraron a los tres días sentado con los maestros de la Ley dialogando con ellos, "y todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas" (Lc 2, 47). Ante la preocupación de sus padres, Jesús desvela su filiación divina: "¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?" (Lc 2, 49), y aunque no comprenden en aquel momento ellos saben que les toca formarle en la fe de su pueblo y prepararle para su misión redentora. Ya desde la Presentación del Niño, el Evangelio dice que María y José "cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor [y] el Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él" (Lc 2, 40).

En algunos iconos de la tradición bizantina la Virgen aparece dándole al Niño un rollo con el texto de una profecía mesiánica, y aunque no es frecuente la representación de San José llevando a Jesús en sus hombros, se puede citar un precedente en el mosaico del siglo XII del Retorno de la Sagrada Familia de Egipto en el monasterio de Chora (Estambul). El tema fue retomado por autores modernos, como William Dobson  (1817-1878): en una de sus pinturas San José lleva a Jesús adolescente en el regreso a Nazaret después del encuentro con los doctores de la ley en el Templo de Jerusalén (Tate Gallery de Londres).

El gesto de la Virgen que da al niño la Palabra, lo podemos encontrar en muchos iconos de la Iglesia Ortodoxa. Son los iconos llamados "Eleusa Kykkotissa". El nombre viene del monasterio de Kikko en Chipre, donde se ve la Virgen que lleva la niño, en sus brazos y que le ha dado el libro de Isaías. El icono de la "Eleusa Kikkotissa" se encuentra en muchos países, como el de Monasterio de Santa Catalina del Sinaí, que es el monte de la tentación en Israel y en Chora. Así el gran pintor ruso Simon Ushakov (siglo XVI) pintó una bella Kikkotissa conservada en la galería Trejakov de Moscú; este icono seguramente haya inspirado el de la Virgen del Camino Neocatecumenal.

En la composición también hay que destacar la figura de san José representado según la iconografía del moscóforo que porta sobre sus hombros al Agnus Dei, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 25-37), y que se conserva en otras imágenes canónicas, tales como el Buen Pastor, san Cristóbal o, más recientemente, la Divina Pastora.

Otra variante permite interpretar la posición corporal que Jesús adopta en el icono como símbolo de Cristo como yugo matrimonial de la Sagrada Familia y, por ende, de toda familia cristiana. Cristo sería el vínculo de unión del sacramento matrimonial y de los cónyuges. "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Cargad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga, ligera" (Mt 11, 28-30). La presencia de Cristo permite al hombre salir de su egoísmo y pasar al otro amando en la dimensión de la Cruz, según el mismo Espíritu de Jesucristo, donde la mujer se somete a su esposo y el varón ama a su esposa como Cristo amó a su Iglesia (Ef 5, 25-29). De esta manera los esposos pueden entrar en la comunión perfecta del amor al enemigo. Pueden vivir en comunión, "con unión", unidos por la gracia de un vínculo eterno, que eleva a la santidad los vínculos naturales de la afectividad. Los esposos son así cónyuges en sentido pleno: con-yugo, uncidos y unidos por el mismo yugo.

Como es bien sabido, el yugo es un instrumento de madera mediante el cual se unen parejas de mulas o de bueyes, y en el que va inserto la pértiga del carro o el timón del arado, para hacer trabajar juntas a las bestias. El término proviene del latín iugum, el cual a su vez deriva de una raíz indoeuropea que aparece en el sánscrito como yug, "unión".

A dos bueyes que trabajan aunados, unidos por un mismo yugo, se denomina yunta. La expresión deriva de esta última palabra y también se aplica, por extensión, a otros animales que trabajan unidos, o a un par de personas que cooperan para hacer lo mismo. De ahí proceden palabras como: "ayuntamiento", "juntar", "descoyuntado" o, incluso, "unanimidad". También se aplica al paño que, en ciertas regiones de España, se echa sobre los hombros del novio y la cabeza de la novia durante ciertas partes de la misa llamada de velaciones en las bodas y que aun se puede usar a petición de los contrayentes.

Ciertamente, hay que hacer comunidades cristianas como esta Sagrada Familia de Nazaret, que vivan en humildad, sencillez y alabanza, donde el otro es Cristo y donde nuestro único oficio sea amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.






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