CAMINEO.INFO.- España es importante para el Banco Central Europeo. Sería un desastre fatal para la zona euro el hundimiento económico del país. Causaría una reacción en cadena que hundiría a su vez la CEE y destruiría tal vez de modo irreversible el proyecto europeo. Para evitar este efecto domino el eje anglo-franco-alemán mantiene a España en una posición privilegiada respecto de los otros PIG´s (Portugal, Italia, Grecia). Los países del paralelo cincuenta nos preservan de entre los países del paralelo cuarenta en rescates y en inyecciones económicas. Geopolíticamente hablando, España es importante para el éxito del proyecto europeo.
Sin embargo, rara vez se hace hincapié en la importancia que España tiene para el conjunto de la Iglesia católica.Para la catolicidad la desaparición de España sería una catástrofe sin precedentes, y su debilitamiento una desgracia terrible. Es forzoso reconocer lo que la Iglesia debe a España por extender la fe católica por el mundo entero, y compararlo con lo que italianos, franceses, alemanes o polacos, han hecho por cumplir el mandato de derecho divino de expandir la fe «a todas las gentes». De hecho, la cristiandad se transformó en verdaderamente universal por su acción imperial que extendió la fe a todo el orbe conocido, a nivel planetario, en un Imperio global "donde no se ponía el sol". El resto de naciones políticas de la cristiandad debían medirse con el imperio español para definirse como católicas, aunque fuera para estar enteramente volcado contra dicho modelo. No es ninguna casualidad que los grandes fundadores eclesiásticos de la modernidad fueran españoles. Tampoco lo es que en la época contemporánea muchas de las nuevas realidades eclesiales procedan de nuestro país.Son herencia de este pasado y garantía de continuidad en el futuro si España persiste y no sucumbe. Si el patriotismo es un deber moral para cualquier español, éste deber resulta todavía más grave por razones históricas para el español católico.
Por tanto, todas las iniciativas que fortalezcan el Estado son obligatorias y lo que debilite al Estado un error gravísimo. El nacionalismo periférico (vasco, catalán, gallego) de origen tardofranquista, y su continuismo regionalista presente en la Constitución de 1978, han causado un desmantelamiento progresivo de España. La España de las autonomías ha descompuesto la unidad y fortaleza de España como nación política. Durante la democracia esta fractura no ha hecho más que empeorar con el consentimiento y la pasividad de las dos fuerzas políticas mayoritarias: la socialdemocracia del PSOE y el liberalismo del PP.
Los españoles católicos deben exigir al PP lo mismo que exigieron al PSOE. Y esto es lo primero que un español católico debe exigir al nuevo gobierno: la unidad nacional, como principio de cualquier otra reforma. Debe exigirlo por razones económicas, pero primeramente por razones morales y teológicas. Si España cae sería un golpe funesto para la Nueva Evangelización en esta sociedad global de tercer milenio.
Estas reclamaciones deben ser enérgicas puesto que los católicos han constituído una porción muy amplia de los votantes del PP en el 20-N. Los católicos, por tanto, están en condiciones de exigir. Y de exigir mucho y con justicia porque el PP está en deuda con este electorado efectivo, que lo ha votado para realizar reformas necesarias a favor del bien común. Y la primera reforma necesaria es garantizar la unidad y la fortaleza del Estado español.
Estas exigencias propias de la doctrina social de la Iglesia chocarán con la "papilla ideológica" fuertemente neoliberal y economicista que impera en influyentes sectores del centro-derecha, de la democracia cristiana y también del PP, pero la verdad debe prevalecer sobre la ideología, aunque ésta sea la triunfante ideología capitalista, a la que también estaba consagrado el PSOE. El patriotismo no puede ser un "españolismo patriotero" que se reduce a discursos populistas mientras minimiza la situación de descomposición nacional y de soberanía que España sufre. Mucho menos podemos tolerar esta descomposición bajo pretextos "no intervencionistas", de estado mínimo, casi anarco-capitalistas, que sólo favorecen a nuestros enemigos políticos, internos y externos, y que sólo redundan en nuestro perjuicio y en el de la Iglesia.
Contra este patrioterismo de discursos demagógicos, tibio e inoperante, hay que reivindicarla virtud enérgica de la justicia que ama con amor de observancia la tierra que nos legaron nuestros padres (la "patria"). Defender esta patria no es asunto de derechas ni de izquierdas, de creyentes ni de ateos, sino obligación de cualquiera que ame a España. Pero es una obligación todavía mayor para un hijo de la Iglesia.
Esta virtud patriótica demanda medidas antipopulares inmediatas. Enumero algunas de ellas para hacer una idea de lo lejos que se encuentra la virtud auténtica del patriotismo respecto de su falsificación "patriotera" y folclórica. Algunas de estas medidas serían:
Lucha feroz contra la partitocracia nacional y los privilegios autonómicos. Reforma electoral que favorezca a las fuerzas políticas de ámbito nacional frente a los partidos nacionalistas. Reasignación de los salarios de la casta política en nuestro país. Eliminación de las comunidades autónomas, derogación de los Estatutos de Autonomía. Sanidad y educación centralizadas en un poder político único. Fortalecimiento de la educación nacional en centros estatales de alto nivel donde se concentraran los principales recursos económicos del país. Supresión de los cargos funcionariales parasitarios de las administraciones autonómicas. Reunificación de todos los poderes del Estado (legislativo, ejecutivo, judicial, gestor, planificador, redistribuidor, diplomático, federativo y militar). Aumento del gasto en defensa. Un gobierno centralizado y fuerte, también militarmente, que asegure la recurrencia en el tiempo de los logros políticos logrados. Recuperación de la Milicia Nacional y del Servicio Militar obligatorio, pero para ambos sexos y ajustado de tal forma que no perturbe la vida laboral de los jóvenes.
La virtud del patriotismo chocó inevitablemente con la ideología progresista del PSOE, pero también choca con la dispersa ideología liberal que parece dominar en el PP. Entonces los católicos deberán reclamar lo que es justo con la firmeza del que cumple un deber imperioso y grave. Lo que está en juego no es nuestro poder adquisitivo sino la evangelización del Tercer Milenio.