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Éste es mi Padre ... “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio (lo
estaba esperando, por eso lo ve de lejos) y se conmovió; y echando a correr se le echó
al cuello y se puso a besarlo”. No deja ni que acabe la disculpa que había
preparado. Hace que le restituyan la condición de hijo (traje, anillo,
sandalias) y organiza una fiesta. Pensemos lo que hay detrás de estos gestos.
¡¡Qué Padre tenemos!! ¡¡Es flipante!!
Éste es nuestro Dios, éste es nuestro Padre. La jaculatoria más potente:
“Padre”. Vale la pena repetirla a lo largo del día ... “Padre ...Padre ...”
Si una persona que no supiera nada del cristianismo, y hoy en día hay
muchas, y quisiera saber cómo es el Dios de los cristianos le tendríamos que
leer esta parábola y acabar diciendo: “este Padre misericordioso es nuestro
Dios”.
Por eso cuando tenemos problemas hemos de recordar (= volver a pasar por el
corazón) cómo es nuestro Dios. Y entender que en aquel problema hay una llamada
de Dios, una luz, unas bendiciones, para que acabes siendo abrazado por el
Padre misericordioso.
¿Qué quiere el Padre? ¡¡El Padre quiere un hijo!! “Sacad en seguida el
mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies”.
“En seguida ...” tiene prisa, no puede estar un segundo más sin el hijo. “Traje,
anillo, sandalias”, es la manera de restituirle la condición de hijo.
El Padre quiere un hijo. ¡¡Te quiero a ti como hijo!! ¡¡Eres hijo!! ¡¡Es
preciso que escuches que Dios te lo dice a ti muchas veces!!
¿Somos hijos o somos jornaleros? ¿Somos hijos abrazados o somos el hijo
mayor? ¡¡Nos es necesario mirar nuestro interior!!
El hijo mayor tiene
un grave problema, formalmente ha vivido en la casa del padre. Ha cumplido con
sus deberes, con sus obligaciones. Está en la casa del padre pero no se ha
encontrado con el padre, no se ha sentido hijo, no se ha descubierto como hijo
amado. ¡¡Qué gran drama!!
Podemos estar dentro
la iglesia, podemos venir cada domingo a misa y ser este hijo mayor de la
parábola. Frase fuerte: La práctica religiosa se puede convertir en la tumba de
la relación con el Dios vivo. Si reducimos a Dios a cumplir unas leyes, unos
rituales, unas costumbres. Estamos en la casa del Padre, pero no nos hemos
encontrado con el Padre. ¡Un drama! La práctica religiosa ha de ser el lugar
del encuentro vivificante y festivo con este Padre.
El Padre le dice: “Hijo, tu siempre estás conmigo, y todo lo mío es
tuyo”. ¡¡A ti te lo dice!! ¿Qué quiere el Padre? Que estés con él, que te
encuentres con él. Que participes de lo que él tiene y de lo que él es. Te
llama a la intimidad. Te llama a la unión, a la unicidad. A ser uno con él.
¡¡Qué Padre tenemos!! ¡¡Es flipante!!
¿Qué
quiere el Padre? Primero: Un hijo, pero, segundo, un hijo que disfruta en la
casa del Padre, que se siente hijo amado.
Si tu Dios, es el Padre de la parábola no tendría que ser tu vida muy diferente.
No tendrías que hablar del chollo de ser hijo de este Padre. No tendrías
que estar siempre alegre, fruto de saberte amado por el Padre.
No tendrías que confiar siempre, tienes el Padre contigo.
No tendrías que apartar los miedos, las quejas, las dudas.
Es impresionante el
abrazo del Padre. Un abrazo que acoge, que perdona, que restaura, que rehace lo
que el pecado había destruido. Un abrazo que acaba en fiesta. Y el hijo que nunca se había sentido hijo, en aquel abrazo
se sintió hijo amado del padre. Cuando descubre la grandeza del amor del Padre,
y lo descubre en el perdón, se descubre a si mismo como hijo. ¡¡Qué bonito!!
Lección para nosotros: cuando experimentamos el amor del
Padre, en el perdón, entonces me descubro hijo.
El sacramento de la
reconciliación podríamos decir que es el espacio donde se actualiza este
abrazo. Cada vez que nos confesamos recibimos el abrazo incondicional del Padre.
Un abrazo que acoge, que perdona, que restaura, que rehace lo que el pecado
había destruido. Un abrazo que acaba en fiesta. A veces, vamos a confesarnos
muy pendientes de nuestros pecados y poco pendientes de este abrazo.
Hemos de contemplar
mucho este abrazo, nunca lo haremos lo suficiente: es el resumen perfecto de la
espiritualidad cristiana: es el abrazo donde nos encontramos con Dios: es el
abrazo donde nos descubrimos como hijos amados.