Este Domingo segundo después de Navidad
se le podría decir el domingo de la doble identidad.
Por un lado las lecturas quieren
continuar profundizando en la identidad
de Jesús, y por otro lado, su identidad nos habla de nuestra identidad.
La primera lectura nos habla de la
sabiduría, que es una figura que remite perfectamente, en todo lo que se dice
de ella, a la persona de Jesucristo. Y en el evangelio tenemos el prólogo de
San Juan, el texto que mejor nos dibuja la identidad de Jesús en todo el Nuevo
Testamento.
Con esto parece que la liturgia después
de tantas celebraciones en pocos días quisiera centrarnos en aquello que es
esencial: la identidad de Jesús. Parece que la liturgia quisiera detenernos y
nos grite: ¡Os habéis dado cuenta de lo que habéis celebrado!
¡¡Hemos celebrado que Dios entra en la
historia de la Humanidad, para poder entrar en nuestra historia personal!!
¡¡Qué fuerte!! ¿No? Y Dios quiere convertirse en una nueva presencia para
nuestras vidas. Y esta presencia en
nuestras vidas todo lo cambia. Porque Dios nos ofrece una relación de
amistad y de amor... y el amor lo hace todo nuevo. ¡¡Qué fuerte!!
San Juan nos dice en el prólogo que Jesús
es: La Palabra, la Luz verdadera, la Vida, Hijo único del Padre, el revelador
del Padre. Cada una de estas palabras
nos puede servir para rezar... ¡¡Recémoslas!!
Él es Luz y
Vida. Que no sea sólo palabras, sinó palabras que las hemos hecho vida. ¡Que
podamos decir que para nosotros Cristo es luz y Cristo es vida!
San Pablo desea para los cristianos de
Éfeso que “el Dios de nuestro Señor Jesucristo,… os dé espíritu de sabiduría
y revelación para conocerlo.” Yo
también lo deseo para vosotros esto... ¡Un
conocer no intelectual, sinó experiencial!
Por tanto, por un lado las lecturas
quieren continuar profundizando en la
identidad de Jesús. Y por otro lado, la identidad de Jesús nos ilumina nuestra
identidad. Por esto hablaba del domingo de la doble identidad. Y es San Pablo
en la segunda lectura quien nos ilumina
nuestra identidad a partir de la de Jesús.
El hombre desde siempre se ha preguntado:
¿quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Dónde voy? ¿Qué sentido tiene mi vida? Son
preguntas que surgen de la necesidad de sentido que hay en el corazón del
hombre. El hombre necesita encontrar el sentido de la vida. Este deseo de
sentido, esta sed de sentido la ha puesto Dios en nosotros.
¡Y hoy San Pablo da respuesta a todas
estas preguntas!: “Nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase
de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por
el amor”. Resumen perfecto del
cristianismo.
• “Nos
ha bendecido en la persona de Cristo”. Dios bendice, Dios Padre nos bendice
en Cristo. No sólo nos da un poco de paz, o de buenos sentimientos, nos bendice
con su Hijo. Cristo es la mayor bendición, el mayor regalo, el mayor don, que
Dios Padre nos pueda hacer.
No hay nada más grande que Cristo. Cuando
rezáis por vuestros hijos y nietos y sobrinos, pedid: “¡Que conozcan quien eres
tu!” Porque Cristo es la gran bendición de Dios para la Humanidad, y para cada
uno de nosotros.
Si el Padre nos ha dado al Hijo, qué no nos dará...
• “Él
nos eligió en la persona de Cristo”. Dios Padre nos ha pensado en cada uno
de nosotros para estar unidos a
Jesucristo. Ésta es nuestra identidad. Nuestra existencia tiene sentido en
tanto en cuanto estemos unidos a Jesucristo. “Él nos eligió en la persona de
Cristo”. ¡Llamados a ser hijos en el Hijo!
• “...,
antes de crear el mundo”. Estamos en el pensamiento de Dios antes de crear
el mundo. ¡Qué misterio! Dios desde siempre ha pensado en nosotros y desde
siempre nos ha amado. Estamos porque nos ama.
Decía el Papa San Juan Pablo II: “Por Él
y ante Él, el hombre es único e irrepetible; alguien eternamente ideado,
eternamente elegido, eternamente amado; alguien llamado por su propio nombre”.
• “Él
nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos
santos”. La finalidad de nuestra
vida: ser santos. Sólo hay un fracaso: no ser santos. Sólo hay una tristeza: no
ser santos. Si nos ha escogido para ser santos, quiere decir que nos dará las
gracias para serlo. Nos hace falta pedirlas y esperarlas con anhelo.
En el inicio
del año estaría bien hacer algún propósito que apunte hacia nuestra santidad...
hagamos un momento de silencio y pidamos luz al Señor...