Hoy con la
Solemnidad de Cristo Rey culmina el año litúrgico. Parece como si la Iglesia,
la liturgia, nos estuviera preguntando respecto a Jesús: “y después de verle
nacer, de escuchar su predicación, de ver sus milagros, después de contemplar
lo que hacía, lo que decía, después de vivir su pasión y resurrección, después
de recibir su espíritu en Pentecostés, después de todo esto... ¿lo aceptáis
como rey?..., ¿es realmente Jesucristo rey en vuestros corazones? ¿Cristo reina
en nuestras vidas?
Es la pregunta que
parece que nos lance esta celebración litúrgica. Después de todo un año
litúrgico… ¿Cristo reina en ti? Háblalo con él… y pídeselo… ”quiero que reines,
quizá lo haces un poco, ¡¡quiero que reines más!! Que estés más presente en mi
vida, te abro mi corazón”, y todo cambia.
Vayamos a la escena
que hoy nos relata el evangelio... hay mucha crueldad en la crucifixión, en los
comentarios que le hacen, pero, lo más sorprendente no fue este odio
desmesurado. Lo más increíble, lo más incomprensible, fue la reacción de Jesús,
su mirada.
La reacción, perdonar, la mirada, una mirada de amor.
Aquí tenemos una grandísima lección.
Pasemos a nuestra vida...: vida familiar, laboral.
Frente a la ofensa, a la crítica, ante lo que nos hiere,
¿cómo reaccionamos?
A la defensiva, Jesús no,
Nos encerramos en nuestro dolor, sólo vemos nuestro
dolor, Jesús no.
Empezamos a dar vueltas y vueltas a lo que ha pasado,
haciendo crecer nuestro dolor, nuestra indignación, y el deseo de venganza,
Jesús no.
Reaccionamos con el rencor, cuando no con el odio, Jesús
no.
El pensamiento retorna recurrentemente a la ofensa, a la
herida, y crece la indignación. Jesús no.
¿Sabéis cuál es el problema? Dos problemas:
1. Hemos contemplado poco a Jesús crucificado. Hemos
rezado poco delante suyo. Hemos hablado poco con él colgado en la cruz… Allá
encontramos el icono de lo que es amar verdaderamente. Dando la vida por los
demás.
2. El otro problema es que no sabemos donde poner el
foco. ¡No enfocamos bien!: miramos aquello que no hemos de mirar, y no miramos
lo que hemos de mirar. Miramos nuestro dolor y no le miramos a él, a Jesús.
¿Dónde estás enfocando? ¿Miras tu dolor o miras a Jesús?
Si miras tu dolor, crece. Si miras a Jesús todo coge otro cariz. Es una decisión tuya, mía. No
podemos controlar las ofensas, críticas, e injusticias que nos harán, sí que
podemos controlar nuestra reacción delante de esto. Dicen que para ser feliz
has de tener mala memoria. En cambio, hay quien va apuntándose todas las pequeñas
ofensas que recibe y las va sumando...
Es verdad que hay unos primeros momentos, horas,
hasta quizás, días, de indignación, de
ira, de sorpresa negativa, pero después es necesario mirar a Jesús, reaccionar
desde él y sus enseñanzas.
La reacción de perdón de Jesús en la cruz no es
improvisada, su mirada de amor no es improvisada. La ha ido trabajando a lo
largo de su vida. Jesús sabe dónde ha de mirar, sabe enfocar.
Os haré una confidencia: a mí me va muy bien, poner estas
ofensas, críticas, injusticias en el altar de la eucaristía. En el ofertorio,
también pongo, lo que me ha hecho mal, para que sea transformado por el
Espíritu del Señor, que transformará el pan y el vino. Cuando rezo el
padrenuestro, pienso en cada una de las siete peticiones dirigidas al problema,
especialmente “hágase tu voluntad… venga a nosotros tu reino… perdona nuestras
ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Y en la fracción
del pan, donde Jesús se rompe por nosotros, se da a nosotros, le pido que mi
reacción sea a imagen y semejanza de la suya: que sea una reacción que busca el
bien de la persona que me ha ofendido.
¡¡Y en pocos días todo cambia!! Dejas el dolor atrás
y pasas a desear el bien de la persona
que te ha herido...
La salvación es haber contemplado a Jesús, el Mesías
crucificado y poder decir: He visto el amor crucificado.
El amor amando enmedio la ausencia total de amor.
El amor amando a aquel que mata el amor.
He visto el amor desarmado, el amor desnudo, el amor que
saca fuera el miedo, el rencor, el dolor.
En definitiva, he visto el amor rey del universo. El amor
Rey del Universo, ¡qué bonito! ¡La salvación es haberlo contemplado! ¡Por eso,
la cruz es la puerta de la vida!
Acabo con la oración laudes del lunes III del Tiempo Ordinario.
“Señor, Rey del cielo y de la tierra, dignaos hoy a dirigir y a santificar,
a regir y a gobernar nuestro cuerpo y espíritu, nuestros sentimientos y
pensamientos, las palabras y las obras, según vuestra santa ley, para que ahora
y siempre podamos obtener de vos la salvación y la libertad. Que así sea…”