Imaginemos lo que sería una vida sin resurrección. Imaginad que todos las grandes metas de
vuestra vida, todo el amor dado a los padres, hermanos, amigos, a los hijos, a
los nietos, todo lo que hemos hecho, todos los proyectos desarrollados, todas
las ilusiones, todas las esperanzas, todas las dificultades superadas. Imaginad
que todo lo que somos y lo que hemos hecho... acaba en nada. No hay nada al
final del camino. El vacío lo acaba devorando todo. A parte de ser triste, desmotivador
y desesperanzador, suena raro. La vida, la vida de los hombres, no apunta hacia
el vacío, sinó hacia el sentido. La vida que hemos vivido reclama, un sentido,
una proyección, una transcendencia.
Miremos lo que sentimos, miremos nuestros corazones...
¿todo puede acabar en la nada? Todo lo que hemos vivido, todo lo que hemos
amado,... todo acabe en una caja, acabe en la nada... ¿Eh, que no encaja…?
Nosotros los cristianos creemos en la resurrección; de un
lado, por esto que he dicho: la vida reclama un sentido... Y por otro lado,
creemos en la resurrección por Jesucristo. Y es un elemento central de nuestra
fe.
Y esto el año litúrgico lo tiene muy presente. Y quiere
recalcar con fuerza esta idea: hay vida eterna. Y uno de los momentos donde la
liturgia hace esto es cuando acaba el año litúrgico, tres domingos y se acaba
el año litúrgico.
Siempre cuando acaba el año litúrgico, la Iglesia,
inspirada por el Espíritu Santo, nos pide que contemplemos el término al cual
se dirigen nuestros pasos: la resurrección, la vida eterna, el triunfo de
Jesucristo. Es lo que hicimos en la Solemnidad de Todos los Santos, en la
conmemoración de los fieles difuntos y en estos tres domingos que nos quedan
antes del nuevo año litúrgico.
Contemplar y meditar la resurrección nos
ayuda a situarnos correctamente en el mundo. Sólo estaremos correctamente en el
mundo si tenemos presente el término al que nos encaminamos. Y no se trata de
saber que si somos buenos vamos al cielo, y que si somos malos al infierno, se
trata de que nuestra esperanza futura
ilumine toda nuestra vida, le dé un nuevo cariz. Se trata de vivir con una esperanza real de cielo, de vida eterna… ¡Una
esperanza que ilumina la vida!
Por esto, la Iglesia a lo largo del año litúrgico,
Adviento vuelve a pasar, Pascua vuelve a pasar, nos propone esta contemplación.
Nos viene a decir: “¡¡¡eeeyyy, date
cuenta hacia donde caminas!!! ¡¡Date cuenta cuál es el final del camino!!”
Allá donde se encaminan nuestros pasos es preciso que iluminen nuestro
presente. ¡Una esperanza que ilumina la vida!
¿Cómo esta esperanza ilumina la vida?
Vivimos la muerte de un ser amado de una manera muy
diferente a como la vive alguien sin fe...
El no miedo frente la muerte
Nuestra actitud ante la decadencia del cuerpo…
La paz, al final, el premio eterno…
Una vida dotada de sentido, de final, de meta...
Recuerdo que mi abuela me decía meses antes de morir: “La
naturaleza es muy sabia, porque mi cuerpo me avisa claramente que aquí no
estaré para siempre y que debo irme preparando para marcharme…”
Hoy hemos leído en la primera lectura el segundo libro de
los Macabeos escrito dos siglos antes de Cristo. En esta lectura hemos podido
contemplar cómo la esperanza de la resurrección hacía que siete hermanos y su
madre afrontasen su muerte violenta con tranquilidad y serenidad, confiando en
Dios, confiando en la vida después de la muerte. ¡¡Una esperanza que ilumina la vida!!
¡Qué belleza hay en la respuesta del salmo!: “Al
despertar me saciaré de tu semblante Señor.” Este despertarnos se refiere a
nuestra resurrección, en la cual nos saciaremos de la presencia de Dios. Hemos
de vivir con esperanza de cielo, con deseos de saciarnos algún día en su
presencia. Nada hay comparable a este saciarnos de Dios …
Jesús: “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos,
porque para él todos están vivos”. Nos tendríamos que repetir esta expresión: “Dios no es un
Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos”, y que
fuera entrando en nosotros. Encuentro que demasiadas veces hablamos de los
difuntos como si estuvieran muertos y ya está. Muertos, enterrados, y ya se ha
acabado todo. Cristianamente hablando no hay muertos, somos inmortales. ¡¡No
morimos!! Muere nuestro cuerpo, no
nosotros. ¡¡Pasamos a otra vida!!
Hagamos unos momentos de silencio y
contemplemos la esperanza que ilumina nuestra vida.