Hoy haré una homilía diferente. Haré un relato. Un relato de cómo Zaqueo
vivió este encuentro. He mirado de entrar en el corazón de Zaqueo. Y me
gustaría que cuando vayáis escuchando, vayamos pensando, la historia de Zaqueo
es también nuestra historia.
“Hay algo que no funciona en mi vida, pero no sé que es. Algo que me
bloquea por dentro. Palpo en mí una herida, una insatisfacción, me falta alguna
cosa. ¿Pero qué? ¡Si, soy jefe de cobradores de impuestos! Si, tengo todo lo que
quiero. No me falta nada: tengo dinero, tengo poder, soy respetado; mejor
dicho, temido.
Mis ayudantes, los cobradores de impuestos, me dicen que no piense, que
disfrute, que me distraiga, pero no me parece una postura coherente. No puedo
dejar de mirar mi herida, mi corazón vacío, de sentir lo que siento. Lo tengo
todo y me parece que me falta todo.
He ido a hablar a escondidas, con mi amigo de la infancia, ahora fariseo,
le he escuchado, y he quedado triste, no veo nada de luz en lo que dice, nada ha
tocado mínimamente mi corazón. Ni una palabra dirigida a mi herida. Sólo me ha hablado de normas, de
obligaciones, de preceptos, y ni ha llegado a mencionar la palabra “Dios”.
Me ha dicho que no lo vaya a ver más. Que él no puede tener contacto con un
impuro como yo. He llorado mucho.
Me han llegado rumores de que Jesús podría pasar esta mañana por Jericó.
Todos, menos los fariseos y maestros de la ley, hablan muy bien de él. ¡Lo que
daría por una conversación con él! Sé que no es posible, siempre está rodeado
de multitudes y yo soy un impuro, pero iré a verle. A ver si lo puedo escuchar
de lejos.
Madre mía, ¡qué gentío! No veré nada. Imagino que irá hacia la plaza del
pueblo. Me avanzaré y subiré a un árbol. ¡Qué vergüenza! ¡Todos me verán! ¡se reirán
de mí! Yo, el jefe de los cobradores de impuestos subido encima de un árbol.
¿Qué hago? Me arriesgo a dar la nota, a hacer el ridículo. Me parece que parte
de la herida que llevo viene de tener demasiado presente lo que pensarán de mí.
No soy libre. ¡Me arriesgo, me es igual lo que piensen de mí! Ahora que no me caiga...
Ya se acerca. Ya está aquí. Se ha parado delante de mí, qué suerte. Me está mirando, y sonríe. “Zaqueo,
date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.
“Zaqueo”, pero si sabe mi nombre, ¡qué es esto! ¡Cómo puede ser! ¡Sabe mi
nombre! Y dice que necesita quedarse en mi casa.
Uuuuaaaauuu, no lo habría dicho nunca. No me lo podía imaginar. Jesús en mi
casa, qué alegría, qué gozo. Podré hablarle de mi herida, de mi insatisfacción.
Ha valido la pena subir encima del árbol, claro que sí. Tanta vergüenza que yo
sentía …
Cómo me mira Jesús, qué mirada. Que diferente del mirar de mi amigo
fariseo. Yo diría que me ama. Pero si no me conoce. ¿Es posible que exista una
mirada capaz de cambiar la vida de una persona, de darle la vuelta? Si esta
mirada existe ha de ser como la de Jesús.
Me dice que está contentísimo de estar en mi casa. Dice que tenía muchas
ganas de venir. Pero lo dice de verdad. No suena a frase hecha, como tantas que
decimos. Le nace del corazón. Me ha dicho que lo mejor que le ha pasado hoy es
verme encima del árbol, que hace tiempo que me buscaba. Estoy muy sorprendido.
¡Es alucinante!
Hemos empezado a comer y le he expresado mi herida, mi bloqueo interior, y él me ha contestado
haciéndome una pregunta: “¿Qué buscas? ¿Qué anhela tu corazón?”. ¿Qué busco?
¿Qué anhela mi corazón? No sé… me quedo ensimismado pensándolo… cómo puede ser
que no me lo haya preguntado yo antes...
Me quedo boquiabierto escuchándolo. Ahora entiendo que le siga tanta gente.
No habla como los otros maestros. Él habla diferente, con autoridad, y dice
cosas nuevas, que nunca yo había escuchado. Sus palabras me iluminan, me
generan sintonía entre mi corazón y mi cabeza. ¡Qué enseñanzas, qué parábolas!
Mi corazón se enciende, se abrasa, me emociono. Ahora ya sé, ¿qué busco? Le
busco a él. Le necesito a él. Necesito escuchar estas palabras que dan luz a mi vida.
Ahora habla de un fariseo y de un cobrador de impuestos que fueron al
templo a rezar... Pero, qué está diciendo… ¿Cómo sabía él cómo rezo yo en el
templo?¿cómo sabía él lo que yo le digo a Dios? No lo puedo entender. Ha dicho las
palabras que siempre repito con lágrimas en los ojos: “¡Oh Dios!, ten
compasión de este pecador”. Y dice que marchó justificado, perdonado...
Lloro de alegría...
Todo esto es demasiado: quiero cambiar de vida, quiero empezar de nuevo,
quiero hacer el bien, quiero amar siempre. Qué raro, ya me siento nuevo,
salvado, reconciliado con Dios. Se lo voy a decir:
“Mira, Señor la mitad de mis bienes se la doy a los
pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más”.
“Hoy ha sido la salvación de esta casa… Porque el Hijo
del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Que así sea…
Herida.
Búsqueda, busco el árbol, aunque dé miedo...
Sorpresa máxima: me conoce y me ama.
Alegría, no puede ser de otra manera.
Encuentro: seducido por la persona de Jesús, por su palabra.
Cambio de vida.