¿Cómo nos situamos delante de Dios? ¿Soy bueno y hago bastante o soy
pecador, compadécete de mí?
Este “cómo nos situamos delante de Dios”, es importantísimo, es fundamental
(y fundamental quiere decir que está en el fundamento). De este cómo nos
situamos delante de Dios depende toda nuestra vida espiritual.
Delante de Dios hemos de situarnos como el publicano: pequeños y pecadores
= humildes. La pequeñez, nuestra debilidad, nos lleva a levantar nuestro clamor
a Dios, dirigir nuestro espíritu hacia
Dios.
Es sorprendente la conexión que tiene este evangelio con el de los tres
últimos domingos.
. Hace tres domingos los discípulos decían a
Jesús: “Auméntanos la fe”, se veian pequeños ante lo que Jesús les
decía.
. Hace dos domingos los leprosos se acercaban a
Jesús y le decían: “Jesús, maestro, ten compasión
de nosotros”. Reconocían su necesidad de ser sanados, salvados.
. Domingo pasado escuchaban la parábola de Jesús
que nos hacía una catequesis sobre la oración de petición. La oración de
petición es un reconocer nuestra
pequeñez, necesitamos el don, la gracia de Dios, por eso la pedimos.
Y hoy culmina esta enseñanza con la parábola del fariseo autosuficiente y
del publicano humilde.
Con estos evangelios se nos está dando una clave ineludible, imprescindible,
para vivir nuestra vida espiritual. Delante de Dios nos hemos de presentar
pequeños, débiles, pecadores, personas necesitadas del don, de la gracia. El
autosuficiente no necesita a Dios.
Ahora analizaremos estos dos modelos de estar delante de Dios que Jesús nos
plantea. Lo hacemos para mirar de iluminar nuestra vida.
Voy a describir las
actitudes del fariseo, escuchemos, a ver si ilumina nuestra vida: Yo pienso que
todos llevamos un pequeño fariseo dentro:
“ ...te doy gracias porque no soy como los demás
hombres...”: El fariseo se siente
bueno, justo. “Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí
mismos por considerarse justos...”. El fariseo se siente bueno, justo, y
nosotros, ¿cómo nos situamos delante de Dios?
“ ...no soy como los demás hombres: ladrones,
injustos, adúlteros; ni...”. El fariseo se compara. ¿Nos comparamos? “yo
siempre llego antes que fulanito” “yo hago…, fulanito no hace...” “yo no fallo
nunca, fulanito sí”, “yo... yo... yo...”. Y la comparación le lleva a situarse
por encima de los demás. Quizás, nos pasa un poco ¿no?
“Ayuno dos veces por
semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. Yo hago mucho y los demás muy poco. ¿Lo pensamos
a veces? El fariseo tiene puesta su confianza en lo que él hace, no en Dios. El
bien que hace lo lleva al orgullo, porque no reconoce que es un don de Dios,
una gracia de Dios, hacer aquel bien. Quizás, también yo me apropio del bien
que hago, y me cuelgo la medalla, en lugar de colgarla a Dios.
El papa Benedicto
hablando de este fariseo decía: “En el
fondo ni siquiera mira a Dios, sino sólo a sí mismo. No necesita a Dios, porque
lo hace todo bien por sí mismo. No hay ninguna relación real con Dios, que a
fin de cuentas resulta superfluo, basta con sus propias obras. El fariseo se
justifica por sí solo.”
El fariseo, dice el papa, “no mira a Dios… no necesita a Dios, ...no tiene
relación real con Dios…”. El fariseo es autosuficiente. Participa de los actos
de culto, cumple con todo, pero no mira a Dios, no necesita a Dios, no tiene
relación verdadera con Dios. ¿Nos pasa quizás a nosotros? ¿Tenemos una relación
real con Dios?
¿Cómo me sitúo ante Dios, un poco autosuficiente o realmente necesitado de
él?
Nuestras actitudes deberían ser las del publicano.
Nosotros hemos de situarnos delante de Dios como el publicano. Hoy Jesús nos lo
está poniendo de ejemplo:
• “El publicano, en cambio, quedándose
atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba
el pecho diciendo: <¡Oh Dios!, ten
compasión de este pecador>”. Cuando pide compasión se sitúa ante un Dios
misericordioso, tiene una relación real con Dios.
• El publicano necesita a Dios. Ha descubierto
su debilidad y cómo Dios va operando en él.
• El publicano no presenta sus éxitos, sus
logros, ¡presenta su pequeñez!
• El publicano, se humilla, se reconoce
pecador, y es perdonado, queda
justificado.
Seamos como este cobrador de impuestos que pide compasión, necesita a Dios,
presenta su pequeñez y se reconoce pecador. Pidamos ahora el don de vivir las
actitudes del cobrador de impuestos.