Jesús les ordena marchar, e indirectamente, confiar en
que serán curados. Y los diez leprosos cuando se ponen en camino están haciendo
un acto de fe, de confianza en las palabras de Jesús. Y como que hay esta fe,
confianza, son curados.
Y este evangelio habría podido acabar aquí. Y sería una
más de las diversas sanaciones de Jesús. Donde él para actuar pide la fe.
Pero, el evangelio continúa, y es aquí donde Jesús nos
lanzará un mensaje interpelante. Sólo vuelve uno de los diez, y Jesús en tono
de queja dice: “¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde
están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este
extranjero?”.
¿Por qué no han vuelto los nueve? Todos han quedado
sanados, sólo vuelve uno. Los nueve no vuelven porque la sanación les era
debida, la vida tenía una deuda con ellos. Muchos, nueve de cada diez, piensan
que por el hecho de nacer nos deben una vida digna, sana, tener éxito, feliz,
sin contrariedades. De aquí, muchas veces, nacen la queja enfermiza, la
reclamación enfermiza, el victimismo enfermizo, la lamentación enfermiza.
Otros en cambio, uno de cada diez, atención a la
proporción, se dan cuenta que no es la vida la que tiene una deuda con ellos,
sino más bien, son ellos los que tienen una deuda con la vida, una deuda con
Dios. Y descubrir esto les lleva al agradecimiento. ¡¡A ser personas
agradecidas por todo!!
El evangelio de hoy nos invita a un éxodo continuo de la
queja al agradecimiento. Nos invita a pasar de ser acreedores delante de Dios,
a ser deudores.
Todo esto puede parecer un poco abstracto, pero hay una
pregunta que lo hace aterrizar de golpe: ¿Somos más de quejarnos o de
agradecer? Es una pregunta que nos sitúa. Si eres más de la queja quiere decir
que todavía no has descubierto la vida como un don continuo de Dios. Si eres
más de agradecer continúa por este camino, crece aún más en agradecimiento.
En otra parroquia fui a visitar a una persona enferma,
mayor, que había estado en el hospital bastante grave, y el sacerdote, que ella
pidió, vino a confesarla. Y él al empezar la confesión le pregunta: “Se siente
pecadora?”. Y ella respondió: “No, lo que me siento es agradecida.”. Qué
bonito… al final de la vida sentirnos agradecidos por tanto y tanto que hemos
recibido...
Agradecidos a Dios Padre por enviarnos su hijo.
Agradecidos a Jesús por toda su vida, por morir por
nosotros.
Agradecidos a Jesús por salvarnos, porque nos ha hecho
criaturas nuevas.
Agradecidos al Espíritu Santo porque nos mueve, nos
impulsa hacia Dios, hacia los hermanos...
Dejemos la vida espiritual y vamos a cosas más
terrenales... ¿Agradecemos la salud, o sólo nos quejamos cuando la perdemos?
¿Agradecemos el día lluvioso y el día soleado? ¿Agradecemos vivir en un pueblo
como Parets? ¿Agradecemos tener una misa con treinta niños o nos quejamos
porque el lector no lo ha hecho demasiado bien?
¿Somos más de quejarnos o de agradecer? Es la pregunta
que nos sitúa… llevarlo a la plegaria.
Hemos de ser agradecidos porque todo es un don. ¡Todo!
Hasta las cruces se pueden convertir en don de Dios. Y la pena es que sólo uno
de cada diez, se da cuenta de este milagro. El agradecimiento tendría que ser
la actitud que brota en el corazón de un seguidor de Jesús.
El leproso vuelve atrás. Este “se
volvió”, en el verbo en griego hace referencia a un cambio de camino, un
cambio de orientación. Por tanto, habla de un cambio de vida. ¡Qué bonito!
Quien vive la vida como un don, quien vive instalado en el agradecimiento,
cambia de vida. Su vida es diferente.
La consciencia de haber estado bendecido, le ha llevado a
cambiar de vida. El gran pecado del pueblo de Israel en los años que están en
el desierto es olvidar los dones recibidos, no agradecer tantos dones recibidos
por parte de Dios. Que no nos pase a nosotros.
Es espectacular pararse a pensar en todos los dones que
hemos recibido de Dios, en todas las gracias que nos ha concedido, en todos los
regalos que nos ha hecho... Os propongo en la oración hacer este ejercicio. Y
esta consciencia de haber estado bendecidos nos llevará al cambio de vida.