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¡¡Qué Dios
tenemos!! ¡¡Nos ha de emocionar darnos cuenta de cómo nos ama Dios Padre!!
De todas las parábolas que Jesús explicó a lo largo de su vida seguramente
la que mejor explica cómo es Dios, es la parábola que hoy hemos leído. Ninguna
parábola nos habla mejor de cómo es Dios.
Si una persona que no supiera nada del cristianismo, y hoy en día hay
muchas, quisiera saber cómo es el Dios de los cristianos le tendríamos que leer
esta parábola y acabar diciendo: “este Padre misericordioso es nuestro Dios”.
El abrazo que hoy contemplamos es para mí una de las
imágenes más bonitas del Nuevo Testamento: “su padre lo vio y se le
conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió
de besos”.
1. El padre salía cada día a esperarle, y miraba
al horizonte, por eso lo vio de lejos. Y al verlo se conmovió. A pesar el grave
desprecio de pedir la herencia en vida al padre, el padre ya lo había perdonado
en su corazón.
2. ¡¡Corre hacia él!!
3. Es el Padre quien se le echó al cuello.
4. Y lo besó.
5. No deja ni que acabe su disculpa.
6. Y hace que le restituyan la condición de hijo.
7. ¡¡Organiza una fiesta!! ¡¡Está exultante de
gozo!!
Y todo esto, siente
el arrepentimiento del hijo muy imperfecto:
vuelve porque tiene hambre, pero, es perfectamente amado y abrazado.
Es impresionante
este abrazo del Padre.
Un abrazo que acoge,
que perdona, que restaura, que rehace lo que el pecado había destruido.
Un abrazo que acaba
en fiesta.
Y el hijo que nunca se había sentido hijo, en aquel
abrazo se sintió hijo amado del padre. Cuando descubre la grandeza del amor del
Padre, se descubre a sí mismo como a hijo. ¡¡Qué bonito!!
Lección para nosotros: nos hace falta descubrir la
grandeza del amor del Padre, para descubrirnos como a hijos, para darnos cuenta
que somos hijos.
Es este abrazo el
que todos hemos de vivir y de experimentar. Si no vivimos nuestra fe, nuestra
vida cristiana, dentro de esta relación de amor no saldremos adelante.
O nos situamos
dentro de esta relación de amor o la práctica religiosa se puede convertir en
unas prácticas pesadas, en lugar del ámbito del encuentro vivificante y festivo
con Dios.
O nos situamos
dentro de esta relación de amor o no podremos buscar la voluntad de Dios,
incluso haciendo buenas obras y actos piadosos. Porque sólo podemos desear
vivir la voluntad de Dios si nos sentimos amados por él.
Sólo dentro de esta
relación de amor hijo-Padre encontramos nuestra verdadera identidad: somos
hijos en el Hijo, por la donación del Espíritu Santo.
Hemos contemplado
este abrazo del Padre al hijo pródigo, que es también el abrazo sobre cada uno
de nosotros. Continuamos contemplando este padre para darnos cuenta,
emocionarnos, ante su amor.
En esta parábola el
único que no reclama nada para sí mismo es el Padre. Esperaba al hijo y corre a
acogerlo. Sale de la fiesta para encontrarse con el hijo mayor, y animarle a
entrar en la fiesta. No exige nada para sí mismo, él no cuenta. Lo único que
desea es el bien de sus hijos.
No da importancia a
los bienes materiales...
No hace problema de
la ofensa a su dignidad, a su honor (cuando le piden la herencia estando él
vivo)
No manifiesta su
sufrimiento, su dolor, ...
No impone nada, sólo
propone...
No retrae lo que le
han hecho...
No exige una disculpa...
No le pone mala cara
durante unas semanas...
Sino todo lo
contrario, en su corazón hay fiesta… No ha dejado nunca de amar.
Él no importa,
importan los hijos...
Porque para él sólo
importa el bien de sus hijos.
A nuestro Padre lo
que más le preocupa es nuestro bien, lo que más desea, es nuestro bien.
Jesús intenta con
esta parábola mostrar cómo es el Padre… Porque los fariseos no entienden cómo
es que Jesús acoge y come con los pecadores. Y Jesús viene a decir… ”hago lo
que hace el padre: amar, amar a todos”.
Descubrimos un Padre
al cual le importamos, nuestro bien es lo que más desea, descubrámonos hijos
amados...