Dios en la primera lectura nos decía: “Hijo mío en tus asuntos procede con
humildad .. Hazte pequeño en las grandezas humanas … Dios revela sus secretos a
los humildes”. ¡Qué palabras tan poéticas y cargadas de contenido!. Palabras
para rezarlas… para repetírnoslas unas cuantas veces...
Y en el evangelio Jesús nos propone dos parábolas. No nos
podemos quedar en la materialidad de lo que propone: qué hacer cuando te
invitan a una boda, dónde te has de poner, no va por aquí el tema... o a quién
invitar cuando has de hacer una gran comida, tampoco va por aquí el tema... sino
que hemos de buscar lo que Jesús nos está planteando en el fondo con cada una
de las parábolas. No nos quedemos con la materialidad del ejemplo, sino con la
enseñanza que hay en el fondo y que expone el mismo Jesús.
De la primera parábola, a partir del ejemplo de la comida
de boda, Jesús extrae la enseñanza que quiere comunicar: no te enaltezcas sino
humíllate.
Jesús sabe que nos gusta ponernos en el primer lugar. Él
conoce nuestra tendencia a situarnos por encima de los demás. Y Jesús nos dice:
“¡No...! Tú considera a los otros, superiores a ti mismo, tú coge el último
lugar, tú hazte pequeño. No te cuelgues medallas, quitátelas todas”.
Jesús nos dice: “no te enaltezcas”. Esta tendencia
interna que todos tenemos, Jesús nos dice que la hemos de controlar, que no nos
hace bien. Y que hemos de mirar en convertirla en tendencia contraria, “buscar el último lugar”. El último lugar
no en un sentido material, sino el último lugar en un sentido de percepciones
interiores.
¡No soy el más listo! ¡No eres el más listo!
¡No soy el más bueno! ...
¡No soy el más entregado! ...
¡No soy el más caritativo! ...
¡No soy el más piadoso…!
Esto es “humillarse”. “Porque todo el que se enaltece
será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Cuando hacemos este ejercicio pasan tres cosas muy
importantes: crecemos en realismo, machacamos el ego, y andamos en la verdad.
Llevemos esto a la oración: “No soy el más bueno, no soy el más caritativo, no soy el más listo,
...ayúdame a avanzar Señor...” ¡¡Veremos cuánto bien nos hace!!
Es una oración que nos hará ser más humildes. La humildad
es la capacidad de aceptar, serenamente,
nuestra pobreza, poniendo toda la confianza en Dios. El humilde acepta
alegremente el hecho de no ser nada, porque Dios lo es todo para él. No
considera su pobreza como un drama, sino como una suerte, porque da a Dios la
posibilidad de manifestar su acción, su amor.
Por esto dice Santa Teresa de Lisieux: “El Todopoderoso
ha hecho grandes cosas en María, y la mayor de ellas es haberle mostrado su
pequeñez, su impotencia”. Esto es muy
fino ...
En la segunda parábola tampoco no nos podemos quedar en
la materialidad de la parábola, a quién se ha de invitar cuando hagas un gran
comida. Lo que Jesús está planteando en el fondo, son dos cosas:
1. Buscar la gratuidad. Haz las cosas sin esperar ninguna
recompensa, ningún agradecimiento, ningún obsequio, ninguna felicitación. Un
signo de madurez es crecer en gratuidad. No es nada fácil.
Recuerdo que cuando era seminarista un sacerdote me dijo:
“Hay una desproporción tan grande entre
lo que damos y lo que recibimos de la gente”... Esto es la gratuidad.
También la viven los padres de familia, hay una desproporción tan grande entre
lo que dan a sus hijos y lo que reciben de éstos, sobretodo en la adolescencia.