CAMINEO.INFO.- “El que me ama guardará
mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.
“Vendremos a él y
haremos morada en él”. Es la promesa de la
inhabitación. Dios en nosotros, Dios dentro de nosotros. “Dios más íntimo a mí
que yo mismo”, como dice San Agustín. ¡Qué grandeza! ¡Qué misterio!
En el cristianismo cuando hablamos del
misterio no hablamos de una cosa de la cual no podemos saber nada. Hablamos de
una cosa que no podemos llegar a entender en su totalidad, abarcarlo del todo.
Pero aquella parte que entendemos, ¡nos cambia la vida!
Entender y vivir, aunque sea un poco, que
las tres personas divinas habiten en ti, te cambia la vida. ¡Por supuesto que
sí!
Monasterio, monje,
recibimiento-inclinación, “adoro a la santísima Trinidad presente en usted”.
¡¡Qué profundo!!
Lo decíamos domingo pasado: estas
afirmaciones que vienen de Jesús y que apuntan a nuestra identidad las hemos de
contemplar, rezar, reflexionar. Y vivir según estas verdades.
Por otro lado, hemos de aprender a
descubrir, a detectar esta presencia de Dios en nosotros: cuando tenemos una
alegría especial, cuando los problemas parecen más pequeños, cuando amamos más
a los demás y nos miramos a nosotros con más benevolencia... ¡esto es Pascua!
Esto es Dios vivo y presente en nosotros.
A veces he oído decir, incluso por
personas cristianas y practicantes: “lo importante es ser buenas personas”.
Cuando oigo esto me vienen a la cabeza ideas como: “no han entendido nada”, “se
está perdiendo lo mejor, y no se dan cuenta”, “se están haciendo un
cristianismo voluntarista”.
Por qué digo esto: pienso que la esencia
del cristianismo es precisamente esta inhabitación de Dios en nosotros, que
generará un estilo de vivir muy diferente al del mundo. “Ser buenas personas”
es un cristianismo al modo humano, diluido, rebajado, no al modo divino.
En cambio cuando entiendes que eres
habitado por Dios, que eres hijo de Dios, que Dios te ama, que Jesús ha muerto
por ti, entonces, ¡¡el objetivo “ser buenas personas” queda como muy superado!!
Todo esto que he dicho son misterios, si los vives un poco tu vida cambia
radicalmente.
Relacionado con todo esto, hoy aparece la
presencia del Espíritu Santo con fuerza en las lecturas. En la primera lectura
aparece una expresión que podría ser un resumen del libro de los Hechos de los
Apóstoles: “El Espíritu Santo y nosotros, ...”. En los Hechos, la presencia del Espíritu Santo es
abrumadora, y esto nos habla de una vivencia espiritual que, parece, que
nosotros cristianos del siglo XXI hemos perdido. Pero tenemos una ocasión, muy
cercana para ponerle remedio: Dentro de dos domingos, Pentecostés. ¿Qué pasará
aquel domingo? No sólo recordamos un hecho del pasado, sino que litúrgicamente
lo hacemos presente, y al hacerlo presente, nosotros, si estamos en sintonía,
podremos recibir una fuerte efusión del Espíritu Santo. ¡Increíble lo que pasa
en las celebraciones litúrgicas!
Y en el evangelio, Jesús nos
ha dicho hoy: “El Espíritu Santo, que enviará el Padre…, será quien os lo
enseñe todo”. A las puertas de Pentecostés hemos de fiarnos del deseo del
Padre: comunicarnos el Espíritu Santo.
El Padre desea ardientemente comunicarnos el Espíritu Santo, ¡¡nos lo enseñará
todo!!. ¡Todo lo que necesitamos, todo lo que nos hace falta! Todo.
Acabo ya con una última idea.
El evangelio de hoy es un evangelio perfecto para rezar con frases cortas.
Frases cortas como: “Mi Padre lo amará”, “vendremos a él y haremos morada en
él”, “el Espíritu Santo, … será quien os lo enseñe todo”, “Mi paz os doy, no os
la doy yo como la da el mundo”, “Que no tiemble vuestro corazón ni se
acobarde”.
Es muy bonito y fructuoso
rezar con estas frases cortas, repetirlas una vez, y otra vez, ... hacerlas
diálogo con Jesús, y recibir todo lo que él nos promete en ellas.
Que esta eucaristía nos ayude
a descubrir mejor la inhabitación de las tres personas divinas en nosotros.