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El evangelio de hoy es continuación del
evangelio de la semana pasada, donde el Señor nos exhortaba a no sentirnos
propietarios de lo que tenemos sino administradores, y a administrar los bienes
teniendo en cuenta los pobres.
Hoy la primera lectura y el evangelio nos
denuncian un pecado, un pecado que todos cometemos: el pecado de omisión. Esto
es, podemos hacer el bien y, por comodidad, egoísmo, falta de sensibilidad, no
lo hacemos.
El profeta Amós lo expresa con una gran fuerza,
con sus palabras nos dibuja un cuadro: “Ay
de aquellos que se sienten seguros… confiados…”
y habla de sus “lechos de marfil”…, y “sus
divanes...” de los “corderos del
rebaño y terneros del establo”… de los “instrumentos musicales”; y “beben
el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites”.
Y curiosamente, este mismo dibujo es el que encontramos en el evangelio: “Había
un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día”.
Y también es coincidente en las dos lecturas la actitud de los ricos.
Denuncia el profeta Amós: “pero no se conmueven para nada por la ruina de la
casa de José”. Y en el evangelio observamos por parte del rico la misma
actitud de indiferencia. Al rico de la parábola no le hace ninguna pena el
desastre de la vida de Lázaro.
Cristo
nos quiere mover, domingo tras domingo, a una santificación cada vez más llena
e intensa. De nosotros depende ir acogiendo, rezando, trabajando todo lo que
nos va diciendo o continuar
igual que siempre, indiferentes a lo que sentimos cada domingo...
El cardenal John O'Connor hace un tiempo dijo: ‘La Iglesia no es un bufete
libre, en el que se puede coger y elegir lo que te gusta”. ¡¡Es necesario vivir
todo el evangelio!!
Es cierto, que el tema de los bienes materiales no es
fácil y que hacer pasos en este sentido es muchas veces una experiencia
nueva. Pero, ¡¡hemos de acoger la
palabra, pedir la gracia de vivirla!!
Hace tiempo fui a la feria de anticuarios de Cardedeu, compré una
mesita de madera por cincuenta euros..., me encontré un feligrés de una
parroquia donde yo había estado, estaba ofreciendo a los anticuarios, enseñando
unas fotos, unos muebles muy bonitos de su casa. Yo imaginé que estaban pasando por dificultades
y me dice todo contento: “No, no, los quiero vender para ayudar unos vecinos
que con tres criaturas lo están pasando muy mal”. Me emocioné... Contento,
porque quien da se queda contento.
Otro ejemplo: Una parte
muy importante de los ingresos de Cáritas Diocesana (Barcelona) es de las
herencias. Personas que al morir, los herederos no son los hijos o los sobrinos
sino Cáritas. En el año 2009, de los dieciséis millones de euros de ingresos
por fondos privados seis millones y medio (42%) son de herencias.
Mirad
las vidas de los santos… no encontrareis ninguna que se haya dedicado a
acumular riquezas, sino más bien la preocupación es la contraria: ¿cómo puedo
vivir más después, más pobremente,…? ¿De qué me puedo desprender mañana, el mes
que viene...?
Un amigo mío que vive en Brasil, en una carta me decía: “Pocos se ponen en
los zapatos de los demás, porque es el primer paso para que peligren los
propios intereses”
Volvamos
a las lecturas: en la primera y el evangelio hay un denominador común: el que
tiene bienes se despreocupa del pobre, no se acerca al pobre, no se compadece
del pobre. Observad que no se acusa a los que tienen bienes de ser explotadores
o injustos o de hacer el mal, sino de despreocuparse, de no compadecerse de la
suerte del pobre…
Es
el pecado de omisión: pudiendo hacer el bien, no lo hacemos.
La imagen del pobre
llagado a la puerta del rico, no es una imagen desconocida y extraña para
nosotros. Hoy los pobres del tercer mundo están en nuestras puertas. Abrimos
nuestros televisores y allí aparecen. Salimos a nuestras calles y allí están
también. ¿Cómo reaccionaremos?… ¿con indiferencia?, ¿sin compasión? pues eso es
lo que hizo Epulón, y ya veis donde fue a parar.
Pienso
que si tuviéramos más caridad y un uso de los bienes más evangélico nuestras
parroquias tendrían una casa de acogida para madres con dificultades, o que
quieren abortar, o para transeúntes, o un centro de atención a toxicómanos o para
inmigrantes. Generaríamos iniciativas que nacerían de la caridad y del
desprendimiento de nuestros bienes.
Para acabar quisiera dejar hablar a los dos últimos
papas: decía Juan Pablo II en la “Solicitu rei socialis :“Los ciudadanos de los países ricos,
individualmente considerados, especialmente si son cristianos, tienen la
obligación moral de tomar en
consideración, en las decisiones personales esta interdependencia que hay entre
su forma de comportarse y la miseria y el subdesarrollo de tantos miles de
hombres.” (Pto. 9). Se puede decir más fuerte pero no más claro.
Y Benedicto XVI nos dice en su libro sobre Jesús de Nazaret,
comentando esta parábola: «Naturalmente, esta parábola es al mismo tiempo una
exhortación al amor que ahora debemos dar a nuestros hermanos pobres y a la
responsabilidad que debemos tener respecto de ellos, tanto a gran escala, en la
sociedad mundial, como en el ámbito más reducido de nuestra vida diaria».