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Vamos al tema de hoy... ¿quién
de vosotros no ha pasado por dificultades? Todos hemos pasado por dificultades.
Algunos quizás las estén pasando ahora.
Pues, hoy las lecturas nos
llevan a contemplar dificultades, situaciones difíciles. Aunque son
dificultades de origen espiritual. Son dificultades para cumplir con la misión
de Dios. También de estas dificultades hemos vivido unas cuantas.
En la primera lectura, al
profeta Jeremías por cumplir con su deber de profetizar lo que el Señor le
hacía saber, lo tiran a una cisterna llena de barro, para que allí muera.
Las palabras del salmo podrían
ser dichas perfectamente por Jeremías, el salmista clama la ayuda de Dios.
San Pablo nos habla del
suplicio de la cruz: “Jesús, que,
renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y
ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”.
En el evangelio, Jesús mismo
dice: “Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se
cumpla!”.
Vemos que las dificultades, las
situaciones difíciles son el hilo conductor de las lecturas de hoy.
En la vida hay dificultades,
situaciones difíciles, forman parte de la vida, todo el mundo tiene
dificultades, aunque no lo parezca. San Pablo nos propone dos caminos de salida:
1. San Pablo nos ha dicho: “...fijos los ojos
… en Jesús...”. Qué gran frase... Miremos a Jesús. En las dificultades, miremos a
Jesús. En las dudas miremos a Jesús. Cuando no sepamos qué hacer, miremos a
Jesús. De verdad, ¡¡¡cómo cambia un problema cuando lo miramos a Él!!! Nada a
ver antes y después.
2. Continúa diciendo San Pablo: ““Tengamos presente aquel que aguantó un ataque
tan duro contra su persona por parte de los pecadores. Nos
está diciendo “tengamos presente la pasión del Señor”.
Contemplémoslo
crucificado. No hay nada que hable tanto como el Cristo crucificado. A la luz
de él, contemplemos nuestras dificultades. Dice un Himno de vísperas:
En esta tarde, Cristo del
Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies
cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi
soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de
nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
No hay
nada que hable tanto como el Cristo crucificado. A la luz de él, contemplemos
nuestras dificultades.
Segunda
idea: Es necesario explicar un poco esto del fuego, que si no, parece que Jesús
sea un pirómano. El fuego es símbolo de Dios. Moisés vio una llama en el zarzal
como primera manifestación de Dios. La columna de fuego y nube que acompaña al
pueblo de Israel en el desierto era también una manifestación de Dios, y en el
Nuevo Testamento, la venida del Espíritu Santo se hace en formas de lenguas de
fuego. El fuego es símbolo de Dios.
Cuando Jesús nos dice “He venido a prender fuego en el
mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!” Manifiesta una experiencia muy
íntima de su intensísimo deseo de que la vida de Dios llegue a todos y cuanto
antes. Jesús quiere que todos participen de la vida que él ha venido a traer. Y
él sufre cuando ve que esta vida es rechazada o aceptada parcialmente.
Este deseo
de Jesús nos ha de llevar a querer ser fuego, a querer también nosotros
encenderlo todo, que todo quede lleno de su presencia santificante y
transformante. Un ejemplo: Dentro de un mes empiezan las inscripciones a la
catequesis. Empezad a trabajar para que los niños y niñas que os rodean de
tercero y cuarto de primaria se apunten a la catequesis de iniciación a la vida
cristiana. Seamos fuego porque hay muchos que viven fríos. Amén...