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El Tiempo Pascual culminará
de aquí a dos domingos con la Solemnidad de Pentecostés. Y la liturgia de estas
semanas nos quiere ir preparando para vivir fructuosamente esta celebración, en
la cual nosotros, como los discípulos hace dos mil años, recibiremos la fuerza
del Espíritu Santo.
En estas dos semanas hemos de
pedir insistentemente al Señor que nos comunique el don del Espíritu Santo, que
es el regalo más grande que Dios nos puede hacer. El don que transforma
nuestras vidas.
Por eso, el Espíritu Santo
aparece en las lecturas de hoy. En la primera lectura hemos visto como un
conflicto dentro de la iglesia naciente es solucionado con lo que se llama el
Concilio de Jerusalén, donde acaban redactando una declaración donde dicen: “Hemos
decidido, el Espíritu Santo y nosotros...”
¡Qué expresión tan
espiritual!, ¡tan cristiana!, “El Espíritu Santo y nosotros...”. Vemos
cómo ya desde sus inicios los cristianos
tenían una clara consciencia de la presencia y acción del Espíritu Santo en
ellos.
Es un ejemplo para nosotros.
La vida del cristiano es una vida vivida desde la docilidad al Espíritu Santo.
Seremos mucho más felices si nos dejamos
influir por el Espíritu Santo que si nos dejamos llevar por nuestras tendencias inmediatas.
Pongo un ejemplo: Voy a ver
la tele, pero, entonces, una vocecita me dice “podrías aprovechar para rezar”.
La alternativa es clara: podemos hacer una cosa que sabemos que sale de uno
mismo o un acto que me inspira el Espíritu Santo, que me diviniza. Lo primero
sabemos que nos deja igual, lo segundo sabemos que nos hace bien y que nos da
paz. Pero, muchas veces acabamos viendo la tele, porque las tendencias
naturales en nosotros son más fuertes que las tendencias sobrenaturales.
Si al final del día hacemos
un buen examen de consciencia descubriremos una lucha entre tendencias
naturales y tendencias sobrenaturales.
Jesús nos ha dicho hoy: “...el
Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe
todo...”. El Padre desea ardientemente comunicarnos el Espíritu Santo. Y
que el Espíritu Santo nos enseñará lo qué hemos de hacer para llegar a ser el
santo que Dios ha proyectado para cada uno de nosotros. ¡¡Mucha esperanza!!
Uno de los frutos de la
presencia del Espíritu Santo en nosotros es la paz. Por eso, después de
prometer el Espíritu Santo, Jesús habla de la paz. ¡Todo enlaza perfectamente
en el evangelio! “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da
el mundo”.
El año 2016 se consumieron
treinta y un millones de cajas de ansiolíticos. Si a los ansiolíticos le
sumamos los tranquilizantes, ocho millones de cajas, la suma está en el número
uno de los medicamentos más vendidos. Nuestra sociedad no tiene paz. En nuestra
sociedad no hay Dios, ergo en ella no hay paz.
“La paz os dejo, mi paz os
doy; no os la doy yo como la da el mundo”. Hemos de pedir a Jesús esta paz que sólo él puede dar.
Además de pedir el don de la
paz, podemos seguir las indicaciones de inteligencia emocional que Jesús da a
continuación: “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”.
• Nos
dejamos llevar por la tendencia natural a dar vueltas a las cosas negativas.
Jesús: “que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde” “no os preocupéis por...”. Ocupado sí,
preocupado, no.
• Nos
llenamos de pensamientos negativos (que nos centran en nosotros mismos)...
cuando lo que tendríamos que hacer es pedir el don de la paz.
• Pasar
temporadas un poco duras no tiene nada de extraño, la vida en la tierra es
muchas veces dura. Entonces, recordar lo que dice Jesús: “Que no tiemble
vuestro corazón ni se acobarde”.
Pienso que si sumásemos la
cantidad de malos ratos que pasa la gente inútilmente... me parece que
sumaríamos años y años... Les falta Dios, les falta Jesús, les falta la paz.
Pidamos a Jesús el don de la
paz y el don del Espíritu Santo.