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V DOMINGO DE CUARESMA

Sun, 07 Apr 2019 09:57:00
 

CAMINEO.INFO.-


Al nordeste de la costa australiana hay la Gran Barrera de Coral. Dos mil seiscientos kilómetros de escollos de coral.  Es tan grande que se ve desde el espacio. Infinidad de especies de animales solamente se encuentran en sus aguas.

 

En nuestra vida también hay una Gran Barrera, pero, no es una barrera de coral, es una barrera que nosotros mismos hemos construido y que nos impide vivir la primera lectura y el salmo.

 

En la primera lectura se nos hacía un canto a la esperanza: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?”.

 

En el contexto de la Cuaresma, este texto, esta lectura, hace falta interpretarla en clave de renovación, de cambio, de transformación.

 

Y el salmo apunta a la misma dirección. En la respuesta decíamos: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres“. Será magnífico lo que el Señor hará en favor nuestro durante el triduo pascual, durante la Pascua y Pentecostés. Dios pasará por nuestras vidas (Pascua = paso del Señor) renovándolas.

La gran barrera espiritual que tenemos es no creer en la gracia de Dios.

No creer que sea posible la transformación.

No creer que Dios pasará por nuestra vida.

En definitiva, la Gran Barrera espiritual es no creer que Dios actúa realmente en nuestras vidas.

 

La gran barrera espiritual, y ésta hace más de dos mil seiscientos kilómetros, es que nos fiamos de los cálculos humanos, de  nuestros cálculos. Pensamos que no podemos llegar más lejos de donde llegan nuestras capacidades, y esto excluye la acción de Dios. El límite lo pone uno mismo. No aspiramos a ser santos… No hay esperanza de cambio...

 

En definitiva, la Gran Barrera espiritual es no creer en el amor perfectivo de Dios, el amor de Dios quiere  nuestra perfección, santificación...  Revisémonos a la luz de “...”

Dos ideas, dos gracias, que surgen del evangelio de hoy...:

 

1.      Nosotros somos la mujer sorprendida cometiendo adulterio. ¿Quién no ha pecado? “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. Y todos irán marchando... Todos hemos pecado, todos nos hemos de situar a los pies de Jesús, mirarle a los ojos y oírle  decir: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

Cuánto  bien nos hace situarnos a los pies de Jesús y oírle decir: “Tampoco yo te condeno. Anda, y...”

 

Estas palabras son dirigidas a nosotros cada vez que nos reconciliamos con el Señor en el sacramento por él instituido. ¡Qué gracia más grande hay en este sacramento!

 

Vale la pena destacar cómo aparece reiteradamente en las lecturas de estos días este tema. Domingo pasado San Pablo: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. En el evangelio, el hijo pródigo recibe el perdón, el abrazo del padre. Hoy la mujer adúltera recibe el perdón, y la exhortación a no pecar más. Todo esto no son casualidades litúrgicas. El Espíritu Santo, que habla a través de la liturgia, nos indica muy claro el camino a recorrer: ¡¡confesarnos!!

 

2.  Los hombres habían juzgado a la mujer, habían cogido piedras para apedrearla y matarla. Las piedras que quieren tirar representan sus juicios. Y Jesús les dice que “el que esté sin pecado,  que le tire la primera piedra”. Les dice: “mira tu vida, júzgate tú mismo, ¿pecas o no?”. Entonces dejan caer sus piedras, dejan de juzgar a la mujer…

 

Podemos hablar de las muchas piedras que nosotros tiramos cada día. Una de las tendencias más fuertes que hay en nosotros es a juzgar, a criticar, a murmurar, lo juzgamos y lo criticamos todo y a todos.

 

La petición de Jesús: “no juzguéis y no seréis juzgados” no ha enraizado en nuestra vida. Juzgamos mucho…  Tiramos muchas piedras cada día. Cuando hablo de juzgar me refiero no sólo a la crítica verbal, sino también al juicio de pensamiento.

 

Yo os propongo que ese juicio negativo que nos sale (ya sea verbal o de pensamiento) lo cambiemos por una palabra o un pensamiento salvador. Si en vez de juzgar hacemos una pequeña oración, una breve invocación a Dios, entonces podemos santificar, podemos alcanzar gracias a la persona a la que íbamos a juzgar. Y entonces Dios actúa en esa persona.

 

La acción salvífica de Cristo puede empezar en la calle a partir de una breve oración nuestra. Que puede desembocar en un arrepentimiento y un volver a la Casa del Padre.

 

Acabo con unas palabras de Benedicto XVI: “Queridos amigos, aprendamos del Señor Jesús a no juzgar y a no condenar al prójimo. Aprendamos a ser intransigentes con el pecado -comenzando por el nuestro- e indulgentes con las personas”.









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