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Al nordeste de la costa australiana hay la Gran Barrera de Coral. Dos mil
seiscientos kilómetros de escollos de coral.
Es tan grande que se ve desde el espacio. Infinidad de especies de
animales solamente se encuentran en sus aguas.
En nuestra vida también hay una Gran Barrera, pero, no es una barrera de
coral, es una barrera que nosotros mismos hemos construido y que nos impide
vivir la primera lectura y el salmo.
En la primera lectura se nos hacía un canto a la esperanza: “No
recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo;
ya está brotando, ¿no lo notáis?”.
En el contexto de la Cuaresma, este texto, esta lectura, hace falta
interpretarla en clave de renovación, de cambio, de transformación.
Y el salmo apunta a la misma dirección. En la respuesta decíamos: “El
Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres“. Será magnífico lo
que el Señor hará en favor nuestro durante el triduo pascual, durante la Pascua
y Pentecostés. Dios pasará por nuestras vidas (Pascua = paso del Señor)
renovándolas.
La gran barrera espiritual que tenemos es no creer en la gracia de Dios.
No creer que sea posible la transformación.
No creer que Dios pasará por nuestra vida.
En definitiva, la Gran Barrera espiritual es no creer que Dios actúa
realmente en nuestras vidas.
La gran barrera espiritual, y ésta hace más de dos mil seiscientos
kilómetros, es que nos fiamos de los cálculos humanos, de nuestros cálculos. Pensamos que no podemos
llegar más lejos de donde llegan nuestras capacidades, y esto excluye la acción
de Dios. El límite lo pone uno mismo. No aspiramos a ser santos… No hay
esperanza de cambio...
En definitiva, la Gran Barrera espiritual es no creer en el amor perfectivo
de Dios, el amor de Dios quiere nuestra
perfección, santificación... Revisémonos
a la luz de “...”
Dos ideas, dos gracias, que surgen del evangelio de hoy...:
1.
Nosotros somos la
mujer sorprendida cometiendo adulterio. ¿Quién no ha pecado? “El que esté
sin pecado, que le tire la primera piedra”. Y todos irán marchando... Todos
hemos pecado, todos nos hemos de situar a los pies de Jesús, mirarle a los ojos
y oírle decir: “Tampoco yo te
condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
Cuánto bien nos
hace situarnos a los pies de Jesús y oírle decir: “Tampoco yo te condeno.
Anda, y...”
Estas palabras son dirigidas a nosotros cada vez que nos
reconciliamos con el Señor en el sacramento por él instituido. ¡Qué gracia más
grande hay en este sacramento!
Vale la pena destacar cómo aparece reiteradamente en las
lecturas de estos días este tema. Domingo pasado San Pablo: “En nombre de
Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. En el evangelio, el hijo
pródigo recibe el perdón, el abrazo del padre. Hoy la mujer adúltera recibe el
perdón, y la exhortación a no pecar más. Todo esto no son casualidades
litúrgicas. El Espíritu Santo, que habla a través de la liturgia, nos indica
muy claro el camino a recorrer: ¡¡confesarnos!!
2. Los hombres habían juzgado a la mujer, habían cogido piedras para
apedrearla y matarla. Las piedras que quieren tirar representan sus juicios. Y
Jesús les dice que “el que esté sin pecado,
que le tire la primera piedra”. Les dice: “mira tu vida,
júzgate tú mismo, ¿pecas o no?”. Entonces dejan caer sus piedras, dejan de
juzgar a la mujer…
Podemos hablar de las muchas
piedras que nosotros tiramos cada día. Una de las tendencias más fuertes que
hay en nosotros es a juzgar, a criticar, a murmurar, lo juzgamos y lo
criticamos todo y a todos.
La petición de Jesús: “no
juzguéis y no seréis juzgados” no ha enraizado en nuestra vida. Juzgamos
mucho… Tiramos muchas piedras cada día.
Cuando hablo de juzgar me refiero no sólo a la crítica verbal, sino también al
juicio de pensamiento.
Yo os propongo que ese
juicio negativo que nos sale (ya sea verbal o de pensamiento) lo cambiemos por
una palabra o un pensamiento salvador. Si en vez de juzgar hacemos una pequeña
oración, una breve invocación a Dios, entonces podemos santificar, podemos
alcanzar gracias a la persona a la que íbamos a juzgar. Y entonces Dios actúa
en esa persona.
La acción salvífica de
Cristo puede empezar en la calle a partir de una breve oración nuestra. Que puede desembocar en un arrepentimiento y un volver
a la Casa del Padre.
Acabo
con unas palabras de Benedicto XVI: “Queridos
amigos, aprendamos del Señor Jesús a no juzgar y a no condenar al prójimo.
Aprendamos a ser intransigentes con el pecado -comenzando por el nuestro- e
indulgentes con las personas”.