Hemos
escuchado la parábola del hijo pródigo, pero, el protagonista principal no es
el hijo pródigo, sino el Padre misericordioso. Y hoy querría centrarme en la
figura del Padre.
De todas las parábolas que Jesús explicó a lo largo de su vida, seguramente
la que mejor explica cómo es Dios, es la parábola que hoy hemos leído. Ninguna
parábola nos habla mejor de cómo es Dios.
Si una persona que no supiera nada del cristianismo, y hoy en día hay
muchas, quisiera saber cómo es el Dios de los cristianos, le tendríamos que
leer esta parábola y acabar diciendo: “este Padre misericordioso es nuestro
Dios”.
El abrazo que hoy contemplamos es para mí una de las imágenes más
bonitas del Nuevo Testamento: “lo vio y se conmovió; y, echando a correr se
le echó al cuello y se puso a besarlo”.
1. El padre salía cada día a esperarlo, y miraba
al horizonte, por esto lo ve de lejos. Y al verlo se conmueve. A pesar el grave
desprecio de pedir la herencia en vida al padre, el padre ya le había perdonado
en su corazón.
2. ¡¡Corre hacia él!!
3. Es el Padre quien se le tira al cuello.
4. Y lo besó.
5. No deja ni que acabe su disculpa.
6. Y hace que le restituyan la condición de
hijo.
Y todo esto, siendo el
arrepentimiento del hijo muy imperfecto:
vuelve porque tiene hambre, pero, es perfectamente amado y abrazado.
Es impresionante
este abrazo del Padre. Un abrazo que acoge, que perdona, que restaura, que
rehace lo que el pecado había destruido. Un abrazo que acaba en fiesta. Y el hijo que nunca se había sentido hijo, en aquel abrazo
se sintió hijo amado del padre. Cuando descubre la grandeza del amor del Padre,
se descubre a sí mismo como hijo. ¡¡Qué bonito!!
Lección para nosotros: cuando experimentamos el amor del
Padre, entonces, me descubro hijo.
El sacramento de la
reconciliación podríamos decir que es el espacio donde se actualiza este
abrazo. Cada vez que nos confesamos, recibimos el abrazo incondicional del
Padre. Un abrazo que acoge, que perdona, que restaura, que rehace lo que el
pecado había destruido. Un abrazo que acaba en fiesta. A veces, vamos a
confesarnos muy pendientes de nuestros pecados y poco pendientes de este
abrazo.
Hemos de contemplar
mucho este abrazo, nunca lo haremos bastante: es el resumen perfecto de la
espiritualidad cristiana: es el abrazo donde nos encontramos con Dios: es el
abrazo donde nos descubrimos como hijos amados.
Esta parábola en aquel tiempo rompía muchos esquemas mentales. Tenían la
imagen de un Dios castigador de pecadores, de un Dios que se enfadaba con los
hombres. La parábola de Jesús es totalmente contracultural.
Ahora brevemente, me aproximaré a la parábola siguiendo el esquema de los
cuatro niveles, como domingo pasado, pero, sólo centrándome en la figura del
Padre:
Nivel 1: La idea que Jesús quiere comunicar. Muy clara. ¡Tenemos un Padre
que nos ama y nos perdona siempre!
Nivel 2: Cómo vive Jesús esta idea. Una de las grandes revelaciones que nos
hace Jesús es que Dios es un Padre que nos ama, que sólo sabe amar. Toda su
vida es una revelación constante de esta realidad...
Nivel 3: Entramos en el corazón de Jesús. Porque es de su corazón que ha
surgido esta parábola. Y en el corazón de Jesús encontramos, por un lado,
una profundísima experiencia de sentirse
amado por el Padre. Y, por otro lado, ha descubierto que el amor del Padre
llega a todos, sean buenos, sean malos, “hace salir el sol sobre justos e injustos”.
Nivel 4: Esto que hay en el corazón de Jesús lo dirigimos a nosotros. Y
descubrimos una cosa bastante sorprendente: Jesús nos invita a hacer esta
experiencia del Padre que nos ama. Esta experiencia de sentirse amado por el
Padre, Jesús quiere que sea reproducida en nosotros. Quiere que gocemos, como
él hizo, del amor del Padre.
Cuando Jesús dice “nadie viene al
Padre sino por mí” (Jn 14,5) nos está haciendo esta invitación, a entrar en
su corazón y reproducir en nosotros su relación con el Padre.
Porque la vida cristiana es esto: unidos a Jesucristo, viviendo en Cristo,
nos dirigimos al Padre.
Hagamos ahora un momento de silencio y pidamos a Jesús que la palabra
“Padre” nos evoque lo que a él le evocaba...