La Cuaresma es
dura... No podemos decir que sea un camino fácil... La conversión no es
fácil... Las mediaciones que la Iglesia nos propone para la conversión, ayuno,
oración y limosna, no son fáciles... Cuando te lo tomas seriamente ves que no
es fácil... Es muy fácil dejarse llevar por la rutina, por aquello que hacemos
siempre... ¡¡Lo que vale la pena, cuesta!!
Estos días la liturgia va
llena de palabras como “ayuno”, “penitencia”, mortificación”, “abstinencia”,
“privaciones voluntarias”. Nos interpelan porque no son palabras fáciles de
vivir... ¡¡Lo que vale la pena, cuesta!!
Pero, por suerte, en
el segundo domingo de Cuaresma se nos presenta la escena de la transfiguración,
que nos recuerda con fuerza que el sentido de este camino cuaresmal es que
nosotros quedemos también transfigurados, que seamos fuertemente divinizados,
que participemos de una manera nueva de la pascua de Cristo, que Cristo gracias
““a nuestro trabajo”” pueda pasar por nuestras vidas transformándolas...
La cuaresma es
tiempo de plantar, para después poder recoger. Para el payés, plantar es duro:
remover la tierra, estercolarla, plantar, regar,… pero, esta dureza se ve
suavizada por la esperanza de los frutos que se obtendrán…
Pues, también
nosotros en la Cuaresma plantamos con el “ayuno”, la “penitencia”, la
“mortificación”, “la abstinencia” y las “privaciones voluntarias”, para poder
recoger frutos en la Pascua.
Tengamos esta
perspectiva... ¡¡lo que vale la pena, cuesta!! Quedar transfigurados, transformados,
que Cristo pase por nuestra vida haciendo cosas grandes , no es fácil...
cuesta… es preciso ponerse… es necesario tomárselo seriamente.
Nos jugamos avanzar
en el camino de la santidad, crecer como personas, parecernos más al Amado,
vale mucho la pena... tenerlo a Él más presente en nuestra vida...
Este evangelio nos
da la clave para que todo esto sea posible. “Jesús cogió a Pedro, a Juan y a
Santiago, y subió a lo alto de la montaña, para orar”. El contexto de toda
la escena es la oración. La transfiguración sucede en un contexto de oración.
¡¡Es en la oración donde recibimos la luz, la fuerza, la motivación necesaria
para hacer este camino de la Cuaresma, camino de luz, camino de vida!!
Dice el Papa
Benedicto, comentando esta escena en su
libro sobre Jesús de Nazaret: “El monte
como lugar de la subida, no sólo externa, sino sobre todo interior; el monte
como liberación del peso de la vida cotidiana, como un respirar el aire puro de
la creación y su belleza; el monte que me da altura interior y me hace intuir
al Creador”.
Cuando rezamos,
entonces, pasa lo que dice Pedro... “Maestro, qué bien se está aquí”.
¡En el silencio, en la soledad, en la oración, estamos bien! En la oración estamos bien. Nos relajamos, nos encontramos
con nosotros, nos ponemos en su presencia, y sentimos su paz, su amor, su presencia, su palabra… y
recibimos sus dones.
¡Es tan bonito
rezar! ¡Tan regenerador! ¡Tan transformador! Y cuando rezamos no hacemos otra
cosa que obedecer al Padre que hoy nos ha dicho: “Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle”.
No podemos desobedecer al Padre en un mandamiento tan
esencial: “Escuchadle”. Escucharlo porque ha hablado, y lo que ha dicho
lo tenemos en los evangelios, y al leerlos, Jesús nos habla a nosotros, no lo
olvidemos nunca. ¡Es un milagro! Su persona a través de su palabra nos habla.
Por tanto, escucharlo porque ha hablado, y escucharlo porque continúa hablando.
Hagamos que la oración se convierta en escucha... pienso
que hablamos demasiado y escuchamos poco... Dios nos ha dado dos orejas y una
boca. Quiere decir que hemos de escuchar el doble de lo que hablamos...
Acabo con la oración colecta de hoy, que expresa estas
gracias que el Señor nos quiere conceder... “Señor, Padre santo, tú que nos
has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu
palabra...”
Que esta eucaristía nos motive a rezar más, a estar más
con Él, de manera que como Pedro, podamos decir: “Maestro, qué bien se está aquí”.