Celebramos la Fiesta del Bautismo del Señor con la cual acaba
el Tiempo de Navidad. El Bautismo de Jesús para nosotros es muy importante,
porque nos ayuda a profundizar aspectos fundamentales y muy bonitos de nuestra
fe:
• Estas
palabras de Dios Padre a Jesucristo: “Éste es mi Hijo, el amado, mi
predilecto”, fueron dirigidas a nosotros el día de nuestro bautismo. Por
tanto, Dios Padre también nos ha dicho a nosotros: “Eres mi hijo,...”. ¡¡Estas
palabras no caducan, siguen activas, vigentes!!
Yo os sugiero que estas palabras nos las
hagamos presentes de una manera habitual en las dificultades, o antes de la
oración, o cada mañana, es necesario que nos digamos: “Soy su hijo, su amado, en mí se complace Dios”. ¡Qué diferente es
empezar la oración un poco rutinariamente, a hacerlo diciéndonos “Soy su hijo,
su amado...!“ De esta manera quedamos situados ante un Dios que nos
ama y esto transforma nuestra oración.
Y si empezamos la oración o el día
haciéndonos presente el amor de Dios todo queda ungido por esta realidad: “Dios
me ama, soy su hijo”.
De esta manera con el tiempo iremos
descubriendo un amor de Dios total e incondicional. Un amor total e
incondicional quiere decir que Dios nos ama con
nuestros defectos, imperfecciones, limitaciones, con nuestras heridas. Y si Dios nos ama así,
también nosotros nos hemos de amar a pesar nuestros defectos y pecados.
Es muy importante saber aceptarnos,
amarnos como somos, porque si no, no podremos amar a los demás. Cuando Jesús
dice “ama a los otros como a ti mismo”. Está presuponiendo que nos
amemos a nosotros mismos. Si no me amo, no puedo amar...
Y aquí juega un papel muy importante este
amor de Dios de lo que hablábamos. Yo me puedo ver un desastre, lleno de
defectos y de pecados, pero, sé que soy amado por Dios, de una manera
incondicional, y este amor me cura, me sana, me lleva a aceptar mi pequeñez y a
amarla.
Es lo que dice Santa Teresa del Niño
Jesús: “Lo que agrada a Dios en mi pequeña alma es que ame mi pequeñez y mi
pobreza”.
Al hacerme presente cada día el amor de
Dios, este amor se convierte en custodio de mi fragilidad, aprendo a mirarla de
otra manera.
Hace tiempo salía en La Contra de la
Vanguardia una entrevista a la madre de un joven que se había suicidado y había
fundado una asociación. Decía esta madre que en Barcelona la causa primera de
mortalidad entre los jóvenes es el suicidio, por delante de los accidentes de
coche. Decía que en España cada año oficialmente se suicidan unas tres mil
quinientas personas, pero, que seguramente eran el doble. Ella decía que el
suicidio tenía muchas causas, pero, que una, bastante importante era la falta
de autoestima.
Los cristianos tenemos una fuerza
poderosísima para no perder nunca la autoestima: hacernos presente el amor de
Dios, repetirnos cada día: “Soy su hijo,
su amado, en mí se complace Dios”. Cuánta paz nos da... ¿Cómo estar tristes
si nos hacemos presente esta realidad? ¡Imposible!
¡La fe nos da tanto! Porque todo esto no
es una especie de autosugestión espiritual para mentes débiles. Todo esto es
una realidad experimentada por nosotros gracias a la donación del Espíritu
Santo. “Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre
él en forma de paloma”.
Y es este Espíritu el que nos permite
experimentar y vivir lo que Jesús experimentó y vivió. Si Jesús fue el Hijo
amado, nosotros al tener el mismo espíritu podemos vivir y experimentar ser
hijos amados del Padre.
Que la unión que ahora viviremos con
Jesucristo, el Hijo de Dios, nos ayude a vivir más intensamente nuestro ser hijos amados del Padre.