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Solemnidad de Todos los SantosThu, 01 Nov 2018 21:13:00
CAMINEO.INFO.- APOCALIPSIS 7, 2-4.9-14 SALMO 23 1ª JUAN 3, 1-3
MATEO 5, 1-12a
A
veces ante las dificultades que experimentamos, ante un mundo que se va
deshumanizando poco a poco, podemos pensar que Dios se desentiende de
nosotros y del mundo, parece que nos mire de lejos. A veces podemos
pensar que Dios ya no interviene en nuestro mundo. Todos estos
pensamientos quedan refutados cuando contemplamos la vida de los santos.
Y hay santos en el siglo XIX y XX. ¡Qué manifestación tan clara de la
fuerza de Dios! ¡Qué gran obra la que hace Dios en ellos!. Dios desea
intervenir en nuestra historia, pero necesita corazones humildes,
dóciles y esperanzados para poderlo hacer. Es
algo muy lógico que nosotros miembros de la Iglesia nos fijemos en lo
que han hecho los miembros más aventajados de la misma. Es muy lógico
que nos fijemos en aquellos que mejor han entendido y han seguido a
Jesucristo.
Por eso, en esta solemnidad me gustaría dar unas pinceladas de cómo son los santos:
•
El santo está a gusto con todos (guapos y feos, simpáticos y pesados,
familiares y desconocidos, ricos y pobres). La caridad le funciona y esa
caridad le lleva a amar sin hacer distinciones. • El santo es absolutamente indiferente a lo que puedan decir de él. Sólo le preocupa lo que Dios pueda pensar. • El santo vive las cruces desde la fe, sin angustia. • El santo vive en la presencia de Dios. Ve a Dios en todo. • El santo tiene una gran esperanza de que Dios hará maravillas a través suyo. •
El santo tiene una fe profunda: fe que la oración da fruto, fe de que
les mortificaciones dan fruto, fe de que todo acto de caridad da fruto.
No sabrá cuando ni dónde, pero sabe que son acciones que comunican
salvación porque están movidas por Dios. •
Frente a las ancianidades desoladas, sin panorama, sin ilusiones,
quejosas y maniáticas, la ancianidad del santo es resplandeciente. •
El santo no necesita cosas materiales para ser feliz, sabe que eso no
le llena nada, es más desea ir desprendiéndose de más cosas
Entre lo que nosotros entendemos por una persona normal y un santo, ¡Qué diferencia tan enorme!.
Dios
nos llama a ser santos, no es una llamada puntual, como un grito que
nos hizo en el pasado, sino que esa llamada es una mirada continua de
Jesucristo que está deseando que nos unamos más a él, que le conozcamos
mejor, que le amemos más.
Yo
os animo a vivir como si fuerais santos. Os animo a preguntaros: ¿Cómo
rezaría si fuera santo? Y hacerlo. ¿Cómo amaría si fuera santo? Y
hacerlo. ¿Cómo participaría de la eucaristía si fuera santo? Y hacerlo.
¿Cómo perdonaría si fuera santo? Y hacerlo. Empezar a vivir como si ya
fuerais santos, porque Dios ya ahora os quiere dar las gracias para
ello.
Pensemos
que la defección de muchos es una razón más para que Dios nos de
gracias muy especiales, muy intensas, a los “pocos” que queremos
humildemente dejarnos llenar por él.
Demasiadas
veces dejamos la decisión seria de ser santos por un continuo: “ya
veremos” “quizá más adelante …”, “ahora no me siento con ganas …”, ”hay
que pensarlo más … “. Y los años van pasando y la vejez se va acercando …
y una pregunta debe aflorar en vuestra oración: ¿Y cómo ando en
santidad?. Sólo hay un fracaso, sólo hay una tristeza: no ser santo,
porque esa es la única finalidad de nuestra vida.
Ser
santo no es difícil, ni costoso, simplemente es largo, porque es una
tarea que nos lleva toda la vida terrena. Nos imaginamos al santo como
un hombre que hace unos esfuerzos tremendos para lograr hacer lo que
hace y no es así. Todo lo que el santo hace lo hace movido por la gracia
de Dios y por lo tanto no le cuesta.
Acabo
con unas palabras del Beato Alberto Marvelli, nacido a principios del
siglo XX y muerto con 28 años: “Mi programa de vida se resume en una
palabra: santidad. Una meta me he puesto hoy de alcanzar, a cualquier
costa, con la ayuda de Dios. Meta alta, sublime, preciosa, deseada desde
tiempo, pero hasta ahora jamás formulada: ser santo, apóstol,
caritativo, estudioso, puro, fuerte.
No
tener ni un momento ocioso. ¿Acaso será presunción? ¿Quizás me crea tan
fuerte como para conseguirlo? Tú lo sabes, Señor, yo no puedo nada
sólo...».
Finalizo
ya diciendo que no hay riqueza como la gracia de Dios, ni fecundidad
como la vida cristiana, ni dicha como la de saberse amado por el Padre.
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