CAMINEO.INFO.-
La fe es un camino, un camino de luz. En la escena del
ciego Bartimeo se marcan muy bien las tres etapas de este camino de luz.
Primera etapa: la humildad de reconocerse necesitado de
salvación. Cuando hacen callar a Bartimeo, él aún grita más fuerte. ¿Por qué?
Porque tenía muchas ganas de ser salvado, de ser sanado.
Enseñanza para nosotros: Crecer en la experiencia de la
necesidad de salvación. Somos débiles. ¡Somos frágiles! Tenemos tendencias
desordenadas en nosotros. Un resfriado nos cambia el carácter. Hacemos el mal
que no quisiéramos hacer, y no hacemos el bien que quisiéramos. Nos miramos y
vemos mediocridad... “Estoy un poco
cansado, hoy no rezo”. Seamos realistas y crezcamos en la experiencia de la
necesidad de ser salvados. ¡¡Y desde aquí hemos de gritar a Dios que nos salve,
que nos sane!!
Jesús no viene a buscar a los que se creen justos, sino a
los pecadores... A los enfermos, no a los que están sanos.
Bartimeo representa al hombre que
reconoce el propio mal y grita al Señor, con la confianza de ser curado. Su
invocación, simple y sincera, es ejemplar y ha entrado en la tradición de la
oración cristiana.
Bartimeo dice: “Hijo
de David, Jesús, ten compasión de mí”. Qué oración tan bonita. Partiendo de
su pobreza, de su necesidad, está reconociendo a Jesús como su Salvador.
Exactamente como hemos de hacer nosotros. Digamos también nosotros durante esta
semana: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”.
Vale la pena pararse un momento en el grito del ciego. Es
una expresión cercana a nosotros. La decimos unas cuantas veces en cada misa.
En el acto penitencial, tres veces decimos “Señor ten piedad”. En el Gloria
decimos dos veces “ten piedad de nosotros”. Y en la fracción del pan, dos veces
diciendo “ten piedad de nosotros”.
Thomas Merton, un converso, describe su conversión en dos
líneas: “Entonces pasó una cosa extraña. Sin pensarlo, ni discutirlo en mi
mente, cerré la puerta de la habitación, me arrodillé al lado de mi cama y
recé: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”.
A pesar de que Jesús está rodeado de sus discípulos y con
mucha más gente, oye el grito del ciego. “Jesús se detuvo y dijo:-”Llamadlo”.
Jesús oye nuestro grito. ¡¡No lo dudemos nunca!! Por mucho ruido que haya
en nuestra vida, si le llamamos, él nos
escucha...
Jesús dice: “Llamadlo”. Esto hace que algunos lo
llamen: “Ánimo, levántate, que te llama”. Algunos hacen de mediadores,
de puente, entre el necesitado y Jesús. Lo ayudan y lo sitúan ante Jesús. Éste
es el papel de la Iglesia. Nuestro papel. Poner a la gente delante de Jesús,
acercarlos a Jesús. ¡¡Seamos mediadores!!
La segunda etapa del camino de la fe que nos muestra
Bartimeo es el encuentro con Jesús. La primera, reconocer la pequeñez, llamar a
Jesús. La segunda, encontrarnos con él. Cara a cara. ¡Encuentro real que
hacemos cuando rezamos bien! Recomiendo que siempre empecéis la plegaria
poniendoos a la presencia de Jesús...
En este encuentro, Jesús nos da luz, nos hace ver claro.
Como a Bartimeo. Lo primero que Bartimeo vio fue Jesús... Es bastante habitual
que los milagros de sanación se pueden leer a dos niveles: en un plan físico, y
en uno espiritual. Hay dos cegueras: la física y la del corazón.
Esta sanación es la última que hace Jesús antes de entrar
en Jerusalén para vivir la pasión. Y tiene un fuerte sentido simbólico:
representa al hombre que necesita la luz, la luz de la fe, la luz de Dios y
poder caminar por la vida. ¡Todos necesitamos esta luz!
Cuando se ha producido este encuentro con Jesús, cuando
se ha recibido la luz de la fe, empieza la tercera etapa del camino que nos
muestra Bartimeo: seguir a Jesús. “Y al momento recobró la vista y lo seguía
por el camino”.
A partir de aquel momento, Bartimeo tiene un guía, Jesús,
y un camino, el camino que hace Jesús, y se convierte en discípulo de Jesús.
Hagamos ahora un momento de silencio y aprendamos a decir como Bartimeo: “Hijo
de David, Jesús, ten compasión de mí”. Amén.