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La primera lectura nos hablaba de la sabiduría, como el
mejor de los bienes posibles, y la segunda de la Palabra de Dios que es viva y
eficaz, más penetrante que una espada de doble filo. Pues, todo esto se realiza
en el evangelio de una manera admirable (sabiduría y penetración).
El hombre preguntó a Jesús: “¿Qué haré para
heredar la vida eterna?” Este
hombre hace una pregunta sobre el sentido de la vida. Es muy bueno que nos
hagamos preguntas, y preguntas sobre el sentido de la vida: ¿quién soy? ¿De dónde vengo, dónde voy? ¿Qué
me hará feliz? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué tengo que hacer para ser feliz?
Hace falta que nosotros
hagamos como este hombre que se cuestiona. Lleva una vida de hombre creyente,
pero, al escuchar a Jesús ha surgido la pregunta, ve que está lejos de la
meta... ¿Cuál fue la última vez que hicimos a Jesús una pregunta sobre el sentido de la vida? Hagamos
preguntas a Jesús... no respuesta inmediata, pero, siempre responde,
¡¡probadlo!!
Jesús le dice: “Ya sabes los mandamientos: no matarás, no
cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra
a tu padre y a tu madre”. Los mandamientos de la Ley de Dios no están
pasados de moda. No podemos olvidarlos. Jesucristo los cita como una realidad
que hay que vivir. ¡Repasémoslos, meditémoslos, orémoslos!
El Joven del
evangelio cumple los mandamientos pero intuye, percibe, que hay algo más: por
eso dice: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Y
Jesús le dice: “Una cosa te falta”. Los
mandamientos podemos decir que son el mínimo, el cumplirlos nos abre un camino
que nos lleva más allá. Los mandamientos constituyen la primera etapa. Y ante
la presencia de Jesús al que el joven habría escuchado en diversas ocasiones el
joven intuye que aun está lejos de la meta. Y Jesús le anima a emprender el
camino de la perfección en el amor, el camino de la santidad.
Y Jesús le dice: “...vende lo que tienes, dale el
dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo...”. Y en este punto
surge la pregunta: ¿Esto Jesús nos lo dice a todos o se lo dice sólo a algunos? ¿Esta llamada a venderlo
todo, Jesús nos la hace a todos o sólo a algunos? La respuesta es a todos.
También hoy Jesús nos dice a nosotros que “lo vendamos todo y lo demos a los
pobres...”
Cuando hago
afirmaciones un poco sorprendentes y radicales, me gusta fundamentarlas en el
magisterio, para que no se vea que es una exageración mía. Hay un texto de la
Veritatis Splendor que comenta este evangelio, que hoy hemos leído y dice:
Punto 18, cito textualmente: “Esta vocación al amor perfecto no está
reservada de modo exclusivo a una élite de personas. La invitación “anda, vende
lo que tienes y dáselo a los pobres” se dirige a todos, porque es una
radicalización del mandamiento del amor al prójimo”.
En otras palabras
Jesús nos pone en un camino de amor al prójimo donde la medida del amor es amar
sin medida. Movidos por el amor a Dios siempre iremos amando más y más, cada
vez más perfectamente. Es lo que han hecho los santos. Hasta el punto que
desearemos vender, dar lo nuestro, para que otros puedan vivir. Queda claro por
el texto evangélico que las riquezas son un gran estorbo para seguir a Jesús.
¿Nos descoloca, nos
incomoda? Claro que sí. ¿Qué hemos de hacer? Pedir al Señor que nos ayude a
vivir esto que nos propone. No lo pasemos por alto. Por nuestras fuerzas no podemos… es gracia de
Dios que nos es preciso pedir. Jesús nos ha dicho: “Dios lo puede todo”.
Vale la pena recordar el caso de San Antonio Abad (imagen
iglesia): era un joven hijo de unos campesinos muy ricos, cuando tenía
dieciocho años sus padres
murieron y heredó toda la fortuna. Tenía una hermana más pequeña que estaba a
su cargo. No habían pasado seis meses de la muerte de sus padres que entra en
una iglesia en la que se decía: “Una cosa te falta: anda, vende lo que
tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego
sígueme”.
A Antonio estas palabras se le clavan en el corazón, parece como si
hubieran estado hechas expresamente para él. Así que fue meditando estas
palabras hasta que un día decidió venderlo todo: casas, campos, muebles,
animales, etc..., y lo dio a los pobres. Sólo se guardó una pequeña parte de dinero, pensando
en su hermana.
Otro domingo en la Iglesia se leyó en el evangelio, aquel pasaje que dice: “No se preocupe por vuestra vida, qué comeréis o qué
beber, ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir... Buscad primero el Reino de
Dios y hacer lo que Él quiere, y lo demás se os dará por añadidura”. Al
sentir estas palabras que Jesús le dirigía lo vendió todo, lo que le quedaba e
hizo que unas monjas cuidasen a su hermana y él marchó al desierto. ¡Aquí se
empezó a forjar el santo!
¡Expongo su ejemplo para que entendamos que la Palabra se nos dirige a cada
uno! ¡Y es una Palabra que estamos llamados a vivir!
¿Y todo esto dónde
nos llevará? Lo dice Jesús al final del evangelio: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o
madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, recibirá ahora, en
este tiempo, cien veces más –casas y hermanos, y hermanas y madres e hijos y
tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna”. Qué negocio
conocemos que te dé el ciento por uno. Tú das uno y te dan cien. ¡¡Abrámonos a
la gracia!!
A todo esto, sólo se
puede vivir desde el seguimiento de Jesús “sígueme”, y bajo su mirada de
amor “Jesús se le quedó mirando con cariño”.